-LA VOLUNTAD DE UNA COSA-
-Atreverse a Decidir-
¿Puede existir en nuestra vida un poder sobre nosotros que,
poco a poco, nos haga olvidar todo lo que es bueno? ¿Y puede sucederle esto a
cualquiera que haya escuchado el llamado de la eternidad fuerte y claro?
Si esto puede pasar, uno debe buscar la cura para ello.
Alabado sea Dios que dicha cura existe - tomar una decisión calladamente. Una
decisión que nos una con lo eterno. Que traiga lo que es eterno al tiempo. Una
decisión que nos levante con una sacudida del sueño de la monotonía. Una decisión
que rompa el hechizo de la costumbre. Una decisión que rompa la larga fila de
pensamientos cansinos. Una decisión que dé su bendición sobre el más débil de
los comienzos, mientras sea un comienzo verdadero. La decisión es el despertar
de lo eterno.
Uno podría pensar que todo esto es muy sencillo. Cosa de
unos cuantos momentos, tomar una decisión y listo. Atreverse como el nadador
valiente se arroja al mar, atreviéndose a creer que su peso llegará a la meta a
pesar de cualquier corriente en contra.
Sin embargo, nuestro enfoque debe ser distinto en su
comienzo. En primer lugar, debemos rechazar la red de engaños del diablo. Tomar
decisiones es algo casi siempre peligroso o, mejor dicho, hablar de ellas lo
es. Antes de que aprendas a caminar, debes gatear; tratar de volar antes de
caminar es una idea peligrosa. Es cierto, debe haber grandes decisiones, pero aún
en esto, lo más importante es llevar a cabo la decisión. No te eleves tanto con
las decisiones que se te olvide que una decisión no es más que el comienzo.
Qué triste y miserable es encontrar a una persona con muchas
buenas intenciones pero pocas buenas obras. Y también hay otros peligros,
peligros de pecado. Con todas las buenas intenciones, no debes olvidar el deber,
ni debes olvidar hacerlo con gozo. Y buscar llevar las cargas y
responsabilidades de forma entregada. De no hacerlo, existe el peligro de
perder la decisión; de ir por la vida sin coraje y diluirse hacia la muerte.
¿Y qué pasa entonces con la decisión que, después de todo,
tenía nobles objetivos? Comenzar bien un camino es ganar la mitad de la
batalla. Pero lo importante es comenzar y seguir adelante. No hay nada más
dañino para el alma que retenerse y no seguir avanzando.
El camino de un combatiente honesto es difícil. Y aún cuando
el combatiente se enfría en el ocaso de su vida, esto no es excusa para
retirarse y dedicarse a los juegos y entretenimientos. Quien sea que se
mantenga fiel a su decisión se dará cuenta que toda la vida es una lucha. Tal persona
no cae en la tentación de decirle orgullosamente qué ha hecho con su vida a los
demás. Ni tampoco hablará de las "grandes decisiones" que ha tomado.
Sabe muy bien que en los momentos decisivos debe una y otra vez renovar su
resolución y que esto en sí le hace bien a la decisión y a la decisión, buena.
Al final, el archienemigo de la decisión es la cobardía. La
cobardía está constantemente trabajando, tratando de romper el acuerdo entre la
decisión y lo eterno. Cuando el ministro predica un sermón contra el orgullo,
tiene muchos escuchas atentos. Pero si busca prevenir a sus audiencia contra la
cobardía, las cosas lucen distintas. Sus escuchas miran a su alrededor para ver
si hay algún miserable así entre ellos. Un alma cobarde - después de todo, es
la cosa más miserable que uno puede imaginar, eso es lo que uno simplemente no
puede soportar. Podemos tolerar a alguien que, de una u otra manera, sea
caprichoso o decadente , aún si es orgulloso, siempre y cuando no sea un
cobarde.
Sin embargo, la separación entre cobardía y orgullo es
falsa, pues ambas son una y la misma en realidad. La persona orgullosa siempre
quiere hacer lo correcto, lo grande. Pero como busca hacerlo por su propia
fuerza, no está peleando contra el hombre sino contra Dios. Quiere tener una
gran tarea y llevarla a cabo por su propia voluntad. Y entonces queda muy
complacido con su rol. Muchos han tomado este primer salto de orgullo en su
vida y muchos se han detenido allí. Pero el siguiente salto es distinto.
¿Cómo? La persona orgullosa, irónicamente, comienza a buscar
a su alrededor por otros con mentalidad afín que quieran complacerse en su
orgullo. Esto se debe a que cualquiera que esté solo por cualquier cantidad de
tiempo pronto descubre que hay un Dios. Tal revelación no es algo que uno pueda
soportar. Y así uno se vuelve cobarde. Claro, la cobardía no se muestra a sí
misma tal cual. No hace un gran ruido. No, está bastante oculta y callada. Sin
embargo agrupa en torno suyo todas las otras pasiones, porque la cobardía es muy
amable y servicial en su búsqueda por asociarse con otras pasiones. Sabe muy
bien como hacerse amiga de ellas.
La cobardía se asienta en lo profundo de nuestras almas como
las neblinas ociosas sobre las aguas estancadas. De ahí se elevan vapores
enfermos y fantasmas engañosos. Lo que más teme la cobardía es la decisión;
pues la decisión siempre despeja las neblinas, al menos por un momento.
Entonces la cobardía se esconde detrás del pensamiento que más le gusta: la
muleta del tiempo. La cobardía y el tiempo siempre encuentran una razón para no
apresurarse, diciendo, "No hoy, sino mañana", mientras que Dios, en
su cielo y en lo eterno dice: "Hazlo hoy. Hoy es el día de la salvación."
El coro de lo eterno es: "Hoy, hoy." Pero la cobardía detiene, nos
retrasa. Si la cobardía pudiera aparecer en toda su simplicidad, uno la reconocería
por lo que es y la combatiría de inmediato.
La cobardía quiere prevenir este paso de tomar una decisión.
Para lograrlo toma múltiples nombres gloriosos. En nombre de la cautela, la cobardía
aborrece apresurarse. Está en contra de hacer cualquier cosa antes de que sea
el tiempo correcto. Además, "¿No es mejor acaso hablar de una obra continuada,
que es por mucho un acto superior, en lugar de una decisión repentina?"
Ah, no decidir, sino luchar continuamente, obrar continuamente; que expresión
tan gloriosa. ¡Que engaño tan glorioso!
Mientras que la decisión nos recuerda que el fin siempre está
cerca, la cobardía nos aleja de esta finalidad. Por ello, la cobardía es
adaptable y se enorgullece de enfrentar varias opiniones de muchas maneras. Si,
por ejemplo, las ideas de alguno son de primera calidad, entonces la cobardía
argumenta: "Bueno, si alguien como tú está tan bien preparado, ¿Para qué
apresurarse? ¿Porqué limitarte de esa forma?" ¡Qué soberbio! Y lo que pasa
es que para dicha persona no es que la tarea sea demasiado fácil sino que es
demasiado difícil.
O considera a la persona cuyas ventajas son escasas. La
cobardía rápidamente cambia de canción: "Lo que tienes es demasiado poco para
hacer un buen comienzo." Esto, por supuesto, es particularmente estúpido.
Si siempre necesitáramos más para comenzar nunca empezaríamos. Pero "Dios
no nos dá el espíritu de cobardía, sino el espíritu de poder, y del amor y del
auto control" (2 Timoteo 1:7). La cobardía no viene de Dios. Quien
quiere construir una torre se tomará el tiempo para proyectar qué tan alta
quiere construirla. Pero si nunca toma la decisión entonces no se construye
torre alguna. Una buena decisión es tener la voluntad para hacer todo lo que
esté en nuestro poder. Quiere decir servir a Dios con todo lo que tenemos, sea
mucho o poco. Cualquier persona puede hacerlo.
Al final, fracasar en decidir nos detiene de hacer lo que es
correcto. Nos detiene de hacer aquella gran cosa que cada uno de nosotros tiene
el compromiso de llevar a cabo en virtud de lo eterno. Esto no quiere decir que
todo está decidido cuando se toma la decisión, ni quiere decir que sólo con las
grandes decisiones uno es elevado a un plano superior- un plano donde uno ya no
necesita ocuparse de las cosas pequeñas, superficiales. Tal pensamiento no
llega a más que un buen espectáculo.
No debemos apoyar las cosas grandes e importantes ignorando
las cosas cotidianas y prácticas de la vida. Es verdad, la decisión es algo
realmente grande; la vida de la eternidad brilla sobre la decisión. Pero la luz
de la eternidad no brilla en cada decisión. La decisión puede ser única e
irrevocable; pero la decisión en sí misma es sólo el comienzo. La decisión
genuina está siempre deseosa de ponerse en traje de carácter y hacer las cosas
prácticas. El verdadero significado de la decisión es lo que nos da una conexión
interna. La decisión nos encamina, y así ya no hay cosas pequeñas. La decisión
posa sobre nosotros su mano exigente de principio a fin. Por otro lado, la
cobardía sólo se quiere ocupar con lo verdaderamente importante, con las
grandes cosas, no para llevar a cabo algo de todo corazón sino para adularse
haciendo algo que sea grande y noble. Sin embargo ser exaltado no es otra cosa
que una excusa para no conquistar todas las pequeñas cosas que uno ha omitido,
simplemente por ser pequeñas.
Por lo tanto, no hay que engañarse. Bien puede ser que con
grandes decisiones otros se maravillen de ti. Aún así, perderás la única cosa
que es necesaria. Puedes recibir honores en esta vida, siendo recordado con
monumentos hechos en tu honor, pero Dios dirá: "Infeliz ¿Por qué no
elegiste el mejor camino? Confiesa tu debilidad y enfréntala."
Quizá solamente es en esta debilidad que Dios nos pueda
ayudar. He aquí algo muy cierto: la mayor cosa que cada persona puede hacer es
darse entera e incondicionalmente a Dios - con debilidades, miedos y todo. Pues
Dios ama la obediencia más que las buenas intenciones o las segundas mejores
ofrendas, las cuales muy frecuentemente se hacen bajo la apariencia de
debilidad.
Por ello, atrévete a renovar tu decisión. Te levantará
nuevamente tener confianza en Dios. Pues Dios es un espíritu de poder y amor y
auto control, y por ello es ante Dios y por él que cada decisión debe ser
hecha. Atrévete a actuar con la bondad que yace enterrada en tu corazón.
Confiesa tu decisión y no te averguences con la mirada al suelo como si
caminaras por un terreno prohibido. Si estás avergonzado de tus propias
imperfecciones, baja los ojos ante Dios, no ante el hombre. Mejor aún, en la
debilidad ¡Decide y sigue adelante!
-O Esto o lo Otro-
¡Una elección! ¿Sabes tú, mi escucha, cómo expresar en una sóla
palabra cualquier cosa más magnífica? ¡Te das cuenta, mi escucha, aún si
discutiéramos año con año cómo poder mencionar algo más increíble que una
elección, lo que es tener una elección! Pues aunque es cierto que la máxima
bendición es elegir correctamente, la facultad de elegir es en sí misma el
prerrequisito más glorioso. ¿De qué sirve que el joven enamorado liste todas
las cualidades destacables de su prometida si ella misma no puede elegir? Y,
por otro lado, aún si otros alaban las múltiples perfecciones de su amada o
enumeran las faltas de él, que otra cosa más magnífica puede decir ella que
cuando pronuncia, ¡Él es el elegido de mi corazón!
¡Una elección! Si, esta es la perla de gran valor, pero no
está hecha para ser enterrada o escondida. Una elección que no se usa es peor
que nada; es una trampa en la que una persona se atrapa a sí misma como un
esclavo que no se ha liberado - por elección. Y es estupendo que nunca te
puedas liberar de ella. Se queda contigo, y si no la usas, se vuelve una
maldición. Una elección - no entre rojo o verde, no entre plata u oro no, ¡una
elección entre Dios y el mundo!
¡Una elección! ¿O quizá sea incorrecto decir de esta elección
que un ser humano no puede elegir sino debe elegir? ¿No sería ventajoso para el
joven enamorado si ella tuviera un padre celoso que dijera "Mi querida
niña, tienes tu libertad, tú misma puedes elegir, pero debes elegir." O
sería mejor que ella tuviera la elección pero engañosamente tomara una y otra
cosa sin verdaderamente elegir?
No, una persona debe elegir, pues de esta manera Dios
conserva su honor al mismo tiempo que tiene interés paternal en la humanidad. A
pesar de que Dios se minimiza tanto como para ser algo que puede ser elegido,
con todo y esto cada persona debe hacer su parte eligiendo. No se puede engañar
a Dios. Por ello la situación es esta: si una persona evita elegir, es lo mismo
que suponer está eligiendo al mundo.
Cada persona debe elegir entre Dios y el mundo, Dios y
mammon. Esto es la condición eterna e incambiable de la elección que no puede
ser evitada - no, nunca en toda la eternidad. Uno no puede decir, "Dios y
el mundo, después de todo, no son absolutamente tan distintos. Uno puede
combinar ambos en una elección." Esto es abstenerse de elegir. Cuando hay
una elección entre ambos, querer elegirlos a los dos es achicarse de la decisión
"a la propia destrucción" (Hebreos 10:39). Nadie puede
decir, "Uno puede elegir un poco de mammon y también un poco de
Dios." No, es ridiculizar arrogantemente a Dios si alguien piensa que sólo
una persona que anhela una gran riqueza elige a mammon. Desafortunadamente,
aquella persona que insiste en tener un centavo sin Dios, quiere tener ese centavo
todo para él solo. Por ello elige a mammon. Un centavo es suficiente, la elección
está hecha, ha elegido a mammon; que sea pequeño no hace la menor diferencia.
El amor a Dios es el odio al mundo y el amor al mundo es el
odio a Dios. Este es el punto colosal de contención, o amor u odio. Este es el
lugar donde la batalla más terrible debe ser librada. ¿Y dónde es este lugar?
En el ser más interno de cada persona. Ya sea que la lucha sea entre millones o
un centavo, sigue siendo asunto de amar y preferir a Dios - la batalla más
terrible es la lucha por lo más alto. Qué incalculable felicidad se le promete
a quien elija correctamente. Si alguien es incapaz de entender esto, es porque
no está dispuesto a aceptar que Dios está presente en el momento de la elección,
no para mirar sino para ser elegido. Por ello, cada persona debe elegir. La
batalla es terrible, en el ser más interno de cada persona, entre Dios y el
mundo. El principal riesgo involucrado está en poseer una elección.
Lo que sea que una persona elija, cuando no elige a Dios ha
errado el Esto o lo Otro, o mejor dicho, está perdido con su o Esto o lo Otro.
Así pues: o Dios o... ¿Qué significa o Esto o lo Otro? ¿Qué es lo que Dios
demanda con este o Esto o lo Otro? Demanda obediencia, obediencia
incondicional. Si no eres obediente en todo incondicionalmente, sin evaluación,
no lo amas, y si no lo amas - entonces lo odias. Si no eres obediente en todo
incondicionalmente, entonces no estás comprometido con él, y si no estás
comprometido con él entonces lo desprecias.
Si puedes volverte absolutamente obediente, entonces cuando
reces, "No nos dejes caer en la tentación" no habrá ambigüedad en ti,
serás indivisible y singular ante Dios. Y hay una sola cosa que todas las
astucias de Satanás y todas las trampas de la tentación no pueden tomar por
sorpresa - una voluntad indivisible. Lo que Satanás espía con mirada aguda como
su presa, lo que a la tentación apunta con certeza como su presa, es lo ambiguo.
Cuando está la falta de claridad, existe la tentación, y allí prueba ser la más
fuerte fácilmente. Dondequiera que haya ambigüedad, donde haya lo vacilante,
hay en el fondo desobediencia.
Donde no hay ambigüedad, Satanás y sus tentaciones pierden
poder. Pero con el menor atisbo de vacilación, Satanás es fuerte y la tentación
tentadora, y tiene mirada aguda el maligno cuya trampa se llama tentación y
cuya presa es el alma humana. Desde luego, la tentación no viene realmente de
Satanás, sino de la ambigüedad que no puede ocultarse de él. Si él la descubre,
la tentación está siempre cerca. Pero la persona que se entrega absolutamente a
Dios, sin reserva alguna, está absolutamente a salvo. Desde esta guarida puede
ver al diablo, pero el diablo no puede verle. Y si con obediencia absoluta
permanece en esta guarida, entonces es "salvado del maligno."
Hay un peligro tremendo en el que nos encontramos por ser
humanos, un peligro que consiste en el hecho de que estamos puestos entre dos
poderes tremendos. La elección es dada a nosotros. Debemos ya sea amar u odiar,
y no amar es odiar. Tan hostiles son estos poderes que la más ligera inclinación
hacia un lado se vuelve la oposición absoluta al otro. No nos olvidemos del
tremendo peligro en el que existimos. Olvidarlo es haber hecho tu elección.
-Bajo el hechizo de las buenas intenciones-
Hay una parábola en las Escrituras que no se toma mucho en
cuenta y, sin embargo, tiene mucho para enseñar e inspirar. "Había
un hombre que tuvo dos hijos. El padre fue a ver al primero y le dijo, 'Hijo,
ve y trabaja hoy en el viñedo'. Y él respondió, 'No lo haré'; pero después
cambió de opinión y fue. Y el padre fue con el segundo hijo y le dijo lo mismo
a lo que él respondió, 'Iré señor', pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad
de su padre?" (Mateo 21:28-31). Podemos preguntarlo de otra forma:
¿Cuál de estos era el hijo pródigo? Me pregunto si no era el que dijo "Sí",
el que no sólo dijo "Sí", sino "Iré señor" como para
mostrar su total y comprometida sumisión a la voluntad de su padre.
Ahora, ¿cuál es el punto de esta parábola? ¿Acaso no está
hecha para mostrarnos el peligro de decir "Sí" con demasiada rapidez,
aún si estaba bien intencionada? Aunque el hermano que respondió
afirmativamente no estafó cuando dijo "Sí", aún así se volvió estafador
cuando falló en cumplir su promesa. En su presteza por prometer se convirtió en
estafador. Cuando dices "Sí" o prometes algo, fácilmente puedes
engañarte a ti y a otros también, como si ya hubieras hecho lo que has prometido.
Es fácil pensar que haciendo una promesa al menos has hecho parte de lo que has
prometido, como si la promesa en sí misma tuviera ya algo de valor. ¡Para nada!
De hecho, cuando no haces lo que prometes, te toma un largo camino volver a la
verdad.
¡Cuidado! El "Sí" adormece de cumplir una promesa.
Un "No" honesto posee mucha mayor promesa. Puede estimular; el
arrepentimiento quizá no esté tan lejos. El que dice "No" se vuelve
casi temeroso de sí mismo. Pero aquel que dice "Sí, lo haré", se
complace demasiado consigo mismo. El mundo se inclina mucho -esta inclusive
ansioso- por hacer promesas, pues una promesa parece buena al momento -
¡Inspira! Sin embargo, por esta misma razón lo eterno no confía en las
promesas.
Ahora supongamos que ninguno de los dos hermanos hiciera la
voluntad de su padre. Entonces el que dijo "No" estaría más cercano
en darse cuenta que no ha hecho la voluntad de su padre. Un "no" no
esconde nada, pero un sí puede fácilmente volverse un engaño, un auto engaño;
que de todas las dificultades es la más difícil de vencer. Ah, es demasiado
cierto que, "El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones."
Es lo más peligroso para una persona dar marcha atrás ayudado
de buenas intenciones, especialmente con la ayuda de promesas; pues es casi imposible
descubrir al que está yendo hacia atrás. Cuando una persona le da la espalda a
otra y se aleja, es fácil ver a dónde va. ¡Es evidente! Pero cuando una persona
encuentra la forma de mirar a aquel de quien se aleja, y de tal forma camina
hacia atrás mientras parece saludar a la persona, dándole una y otra vez garantías
de que se está acercando, o incesantemente diciendo "Aquí estoy" - aún
cuando se aleja más y más caminando hacia atrás - entonces no es tan fácil
darse cuenta. Y de tal forma es aquel que, pleno de buenas intenciones y presto
a prometer, camina hacia atrás alejándose más y más del bien. Con la ayuda de
intenciones y promesas, mantiene la honesta impresión de que se está moviendo
hacia lo bueno, mientras que se aleja más y más de él. Con cada intención y
promesa renovadas parece que está tomando un paso más para acercarse, pero en
realidad solo está quieto, no, está dando otro paso hacia atrás.
La buena intención, el "Sí", es tomado en vano, la
promesa incumplida deja un residuo de desesperación, de rechazo. ¡Cuidado! La
buena intención puede pronto florecer nuevamente en una declaración más
apasionada de intención, pero tan sólo deja tras sí una mayor desesperación.
Como un alcohólico que constantemente necesita una bebida más
y más fuerte, así el que ha caído en el hechizo de las buenas intenciones y de
las declaraciones que suenan suaves, constantemente requiere más y más buenas
intenciones. Y así evita mirar que está caminando hacia atrás.
No alabamos al hijo que dijo "No", pero debemos
aprender del evangelio qué tan peligroso es decir, "Señor lo haré".
Una promesa es parecido a un suplantador (un bebé cambiado en secreto por otro)
- uno necesita estar muy atento. La dicha de la madre es mayor en el mismo
momento en que el niño ha nacido, porque el dolor se ha ido. Cuando por esta
dicha llega a distraerse -así dice la superstición- los poderes malignos vienen
y ponen un suplantador en lugar del niño. Ese primer momento crucial cuando uno
emprende y comienza es un tiempo peligroso en verdad, las fuerzas enemigas
vienen y deslizan una promesa suplantadora y así, impiden un verdadero
comienzo. ¡Qué tristeza, cuántos han sido engañados de tal forma, sí, tal como
bajo el efecto de un hechizo!
-El mayor peligro-
Imaginemos una medicina que, en su dosis completa, posee un
efecto laxante, pero a media dosis produce un efecto de estreñimiento. Pero -
por una razón o por otra, quizá porque no hay suficiente para una dosis
completa o quizá porque se teme que tanta cantidad sea demasiado - para hacer algo,
se le da a alguien, con las mejores intenciones, media dosis: "Después de
todo, al menos es algo". ¡Qué tragedia!
Es lo que pasa con el Cristianismo hoy día. Como todo lo que
es evaluado por un o Esto o lo Otro - la mitad es el mismo opuesto al todo. Y nosotros
Cristianos seguimos practicando este acto bien intencionado pero de media
voluntad de una generación a otra. Producimos Cristianos por millones y estamos
orgullosos de ello - sin embargo no tenemos la más remota idea de que estamos
haciendo exactamente lo opuesto a lo que nos hemos propuesto.
Es necesario un médico para entender que media dosis puede
tener el efecto opuesto al de una dosis completa. El sentido común, la
mediocridad de mente fría nunca se da cuenta. Sin desviarse de sus actos sigue
diciendo de la media dosis: "Después de todo, al menos es algo; aún si no
funciona muy bien, sigue siendo algo." Pero que esto tenga el efecto
contrario - no, la mediocridad no alcanza a comprender esto.
El mayor peligro del Cristianismo es, a mi parecer, no las
herejías, heterodoxias, ni los ateos o el secularismo profano - no, sino el
tipo de ortodoxia que se vuelve un disparate cordial, mediocridad presentada
dulcemente. No hay nada que tan encubiertamente desplace lo majestuoso como la
cordialidad. Perpetuamente cortés, tan pequeño, tan lindo, alterando e
interfiriendo y alterando un poco más - el resultado es que la majestuosidad es
completamente defraudada - desde luego, tan sólo un poco. Y aquí está el
peligro, pues lo infinito está más dispuesto a un ataque violento que degradarse
un poco - entre la sonriente cortesía Cristiana. Sin embargo, es esta cortesía
a lo que ha llegado el Cristianismo. Y la misma esencia del Cristianismo está
completamente opuesta a esta mediocridad, en la que no llega a morir sino a difuminarse.
La ortodoxia de hoy esencialmente tiene su residencia en el
disparate cordial de la vida familiar, que es totalmente peligrosa para el
Cristianismo. El Cristianismo no se opone tanto al desenfreno y las pasiones incontrolables
como se opone a la simple mediocridad, esta atmósfera nauseabunda, esta
intimidad hogareña y civilizada donde admisiblemente graves crímenes, tremendos
excesos y poderosas aberraciones pueden no suceder fácilmente - pero donde la
demanda incondicional de Dios tiene una mayor dificultad en cumplir lo que
requiere: la majestuosa obediencia de la sumisión. Nada está más allá de
obedecer el o Esto o lo Otro que este dulce disparate de la familia.
¡Consideremos lo que Cristo piensa de la mediocridad! Cuando
el apóstol Pedro, por ejemplo, con todas las mejores intenciones quiso evitarle
a Cristo ser crucificado, Cristo le respondió: "¡Apártate de mí, Satanás!
Eres una ofensa para mí." (Marcos. 8:33).
En el mundo de mediocridad en el que vivimos se asume que sólo
los lunáticos, fanáticos y demás deben deplorarse como ofensivos, como
inspirados por Satanás, y el camino medio es el camino correcto, el único
camino que es absuelto de cualquier responsabilidad. ¡Qué tontería! Cristo
piensa de forma distinta: la mediocridad es la peor ofensa, la clase más
peligrosa de posesión demoniaca, lo más alejado de la posibilidad de ser
curado. "Tener" la religión a un nivel de mediocridad es la forma de
perdición más inútil.
Las ventajas y beneficios de la vida terrenal están atados a
la mediocridad. Pero la religión genuina tiene una relación inversa con lo
temporal. Su objetivo es elevar a los seres humanos para que trasciendan
aquello que es terreno. Es una cuestión de o Esto o lo Otro. o la calidad de
primer nivel, o ninguna calidad; o con todo tu corazón, toda tu mente, toda tu
fuerza, o nada. ¡O todo a Dios y todo tú, o nada!
Pero nosotros, humanos listos, sin embargo, preferimos
tratar a la fe como si fuera algo finito, como si fuera algo para el mejoramiento
y el disfrute de la vida temporal. Supuestamente nos da significado y
satisfacción, felicidad y dirección. Este tipo de religión no es más que un
engaño. Si eres honesto y lo miras con mayor detenimiento, verás que esto es en
realidad un desprecio a la religión, una forma peligrosa y culpable de herejía.
La verdadera fe insiste en ser o Esto o lo Otro. Tratarla como si fuera bebida
y comida es desdeñarla fundamentalmente. Pero esta es precisamente la vía de la
mediocridad.
-La Obra-
¿Por qué será que la gente prefiere que se le hable en grupos
en lugar de individualmente? ¿Es acaso porque la conciencia es una de los más
grandes inconvenientes de la vida, una navaja que corta muy profundamente?
Preferimos ser "parte del grupo" y "formar partido", pues
si somos parte de un grupo le podemos decir buenas noches a la conciencia. No
podemos ser dos o tres, "Hermanos Miller y Compañía" alrededor de la
conciencia. No, no. La única cosa que asegura el grupo es la abolición de la
conciencia.
Es lo mismo que con las ocupaciones. Una persona puede muy bien
comerse una lechuga antes de que forme el corazón, sin embargo el exquisito
corazón y su deliciosa espiral son algo muy distinto de las hojas. De la misma
forma, en el mundo del espíritu, las ocupaciones, mantenerse en contacto con
otros, ir de aquí para allá, hacen casi imposible que un individuo forme un
corazón, se haga responsable, un ser vivo. Cada vida que está preocupada con
ser como los otros es una vida desperdiciada, una vida perdida.
Un gorrión, una mosca, un insecto venenoso es un objeto de
interés para Dios. No es una vida perdida o desperdiciada. Pero las masas de
imitadores, la multitud de copiadores son vidas desperdiciadas. Dios ha sido
piadoso con nosotros, demostrando su gracia hasta el punto de estar dispuesto a
involucrarse directamente con cada persona. Si preferimos ser como los otros,
esto resulta en alta traición contra Dios. Quienes simplemente seguimos la
multitud somos culpables, y nuestro castigo es ser ignorados por Dios.
Formando un partido, disolviéndonos en algún tipo de grupo,
evitamos no sólo la conciencia, sino el martirio. Es por esto que el temor a
los otros domina el mundo. Nadie se atreve a ser un ser genuino; todos estamos
escondiéndonos en algún tipo de "colectividad." Los órganos sensibles
están resguardos y no entran en contacto inmediato con los objetos, de la misma
forma nosotros como gente ordinaria tememos entrar en contacto personal,
inmediato con los eterno. En lugar de esto dependemos de tradiciones y de la
voz de otros. Nos contentamos con ser un espécimen o una copia, viviendo una
vida resguardados contra la responsabilidad individual ante la Verdad.
La verdadera individualidad se mide por esto: cuánto tiempo
o qué tan lejos puede uno soportar estar solo sin la comprensión de los otros.
La persona que puede soportar estar solo está en un polo aparte del
socializador. Está a kilómetros del complaciente, el que puede manejarse
exitosamente con todos - aquel que no posee aristas. Dios nunca usa tales
personas. El verdadero individuo, quien sea que vaya a estar directamente
involucrado con Dios no es amigo de la abrigadora reunión humana.
Sí, en el mundo puramente humano la regla es esta: Busca la
ayuda y opinión de los demás. Cristo dice: ¡Ten cuidado con el hombre! La mayoría
de las personas no sólo temen tener la opinión incorrecta, temen tener una
opinión a solas. En el mundo físico el agua apaga el fuego. De la misma forma
en el mundo espiritual. Los "muchos", la masa de gente, apagan el
fuego interno - ¡Ten cuidado con el hombre!
De acuerdo al Nuevo Testamento ser Cristiano quiere decir
ser sal. El Cristianismo refiere esta cuestión a cada individuo: ¿Estás
dispuesto a ser sal? ¿Estás dispuesto a ser sacrificado en lugar de pertenecer
a la multitud, que busca sacar provecho del sacrificio de otros? Aquí está la
distinción: ser sal o disolverse con la masa; dejar que otros se sacrifiquen
por nosotros en nuestro nombre o ser sacrificados nosotros mismos - entre estas
dos yace la eterna diferencia cualitativa.
La falla más profunda de la raza humana es que ya no hay
individuos. Nos hemos dividido en dos. Cuando un libro se vuelve viejo y
desgastado, el empastado se abre y las páginas caen. De forma similar, en
nuestro tiempo estamos desintegrados. Nuestro entendimiento, nuestras
imaginaciones no unen nuestro carácter. Somos cobardes sin agallas que tan sólo
coquetean con lo más alto. ¿Cómo podemos evitar el mareo que da el miedo a la
gente enmedio de este remolino de millones donde todo es o multitudes o
movimientos? ¡Lo que la fe necesita es creer que Dios nota nuestra vida y eso
es suficiente!
Querer esconderse en la multitud, ser una pequeña fracción
en el grupo en lugar de ser un individuo, es el más corrupto de todos los
escapes. Es cierto, nos hará la vida más fácil, pero lo hará haciéndonos menos
conscientes. Sin embargo, la cuestión es de responsabilidad por cada individuo
- que cada uno de nosotros es un ser auténtico que debe responder por sí mismo.
Es una deserción hacer bullicio con otros tantos por una mal llamada convicción.
Debemos, ante Dios, convencernos en nuestras mentes sobre las convicciones, y
entonces vivirlas sin importar los otros. La eternidad señalará a cada persona
como individualmente responsable - el ocupado que pensó que estaba a salvo con
cierto grupo o alguna empresa, y el pobre desgraciado que pensó que sería
pasado por alto.
Cada persona debe rendir cuentas a Dios. No hay una tercera
persona que se atreva a interferir con este rendimiento de cuentas. Dios en su
cielo no nos habla en una asamblea; nos habla a cada uno de forma individual.
He aquí porqué la evasión más ruinosa de todas es estar escondido en un rebaño
tratando de escapar el llamado personal de Dios. Adán lo intentó cuando su
conciencia culpable le hizo pensar que podía esconderse entre los árboles. De
forma similar, puede ser más fácil y más conveniente, y más cobarde también,
esconderse entre la multitud con la esperanza de que Dios no nos reconozca
entre los otros. Pero en la eternidad cada individuo debe rendir cuentas. La eternidad
examinará a cada persona por todo lo que ha elegido y hecho como individuo ante
Dios.
Será horrible el día del juicio, cuando todas las almas
vuelvan a la vida, para estar totalmente a solas, a solas y desconocidas para
todos los demás, y no obstante, abierta, exhaustivamente conocidas para él que
lo sabe todo. Nadie se puede enorgullecer de ser más que un individuo. Ni nadie
puede pensar tristemente que no es un individuo. No, cada uno puede y debe
rendir cuentas a Dios. Cada uno tiene la tarea de volverse un individuo.
-Contra la multitud-
Le advertimos a los jóvenes de no ir a antros de iniquidad,
ni por curiosidad, porque nadie sabe lo que pasará. Más terrible es, sin
embargo, el peligro de seguir a una multitud. En realidad, no hay un lugar, ni
siquiera el más espantosamente dedicado a la lujuria y el vicio, donde un ser
humano sea más fácilmente corruptible - que la multitud.
Aún cuando cada individuo posee la verdad, cuando se junta
con la multitud, la falsedad se hace presente de inmediato, pues la multitud es
falsedad. Y produce o impenitencia e irresponsabilidad o debilita el sentido
individual de responsabilidad poniéndolo en una categoría fraccionaria. Por
ejemplo, imaginemos a un individuo que se acerque a Cristo y le escupa. No hay
un ser humano que tuviera el coraje o la audacia de hacerlo. Pero siendo parte
de una multitud, entonces de alguna manera tienen el "coraje" para
hacerlo - ¡terrible falsedad!
La multitud es verdaderamente falsedad. Cristo fue
crucificado porque no tenía nada que hacer con la multitud (aún cuando hablaba
para todos). No buscaba formar un partido, un grupo de interés, un movimiento
masivo, sino quería ser lo que era, la verdad, que está relacionada con el
individuo singular. Por ello todo aquel que sirve genuinamente a la verdad es
por ese mismo hecho un mártir. Ganarse a una multitud no es un arte; para ello
sólo se necesita la falsedad, la tontería y un poco de conocimiento de las
pasiones humanas. Pero ningún testigo de la verdad se atreve a involucrarse con
la multitud. Su trabajo es involucrarse con todas las personas, si es posible,
pero siempre de forma individual, hablando con cada una de las personas en la
acera y en las calles - para separarlos. Evita la multitud, especialmente
cuando es tratado como autoridad en materias de la verdad o cuando su aplauso,
su silbido o su consenso son considerados como jueces. Evita la multitud con su
mentalidad de rebaño más que una joven decente evita los bares del puerto.
Aquellos que hablan a la multitud, buscando su aprobación, aquellos que deferentemente
se inclinan y desgastan ante ella deben ser considerados peores que las
prostitutas. Son instrumentos de la falsedad.
Por esta razón, podría llorar, incluso desear morir, cuando
pienso como el público, con su prensa diaria y anonimato, vuelven las cosas tan
descabelladas. Que una persona anónima, por medio de la prensa, día con día
pueda decir lo que quiera, lo que quizá no tendría el coraje de decir cara a
cara como individuo a otro individuo, y puede hacer que miles lo repitan, eso
no es nada menos que un crimen - ¡Y nadie es responsable! ¡Qué falsedad! Tal es
la forma de la multitud.
-Suspender lo Ético-
La dimensión ética de la existencia tiene que ver con lo
universal, hacer lo que es incondicionalmente correcto. Lo ético aplica a
cualquiera y en todo momento. Posee su propia validez. Quiere esto decir, no
tiene nada fuera de sí como finalidad o propósito. No tiene más allá a donde
ir. Por contraste, el individuo singular es un particular que tiene su propósito
en lo universal. La tarea del individuo singular siempre es expresarse a sí
mismo dentro de los confines del deber. Por ello, tan pronto como el individuo
quiere afirmarse a sí mismo en su particularidad, en directa oposición con lo
universal, peca. Tan sólo reconociendo esto puede volver a reconciliarse con lo
universal. Puede liberarse tan sólo entregándose a lo universal en
arrepentimiento.
Si esto es lo más alto que puede ser dicho de nuestra
existencia, entonces lo ético y la felicidad de una persona son idénticos. Se
confirma al filósofo. Lo ético es universal y, por ello, es lo divino. La
totalidad de la existencia humana está enteramente auto contenida, y lo ético
es al mismo tiempo el límite y el cumplimiento de nuestras vidas. Hacer el
deber propio se vuelve suficiente, con el resultado de que Dios se vuelve un
punto invisible, que se desvanece, un pensamiento impotente aparte de mi vida.
Su ser no es más que lo ético en sí mismo, que llena toda existencia.
¿Pero qué hay de la cuestión de la fe? ¿Es acaso lo ético la
realidad final? No. El filósofo se equivoca cuando llega a esta cuestión. De
hecho, fracasa en protestar fuerte y claramente contra el honor y la gloria que
se le da a Abraham como el padre de la fe. Si lo ético es la finalidad, si es
la última determinante en el sentido de la vida, entonces Abraham debería ser
remitido a alguna corte inferior para ser juzgado y expuesto como el asesino
que es.
La fe es esta paradoja, que el individuo singular, a través
de las demandas de lo universal, es superior a lo universal. Si esto no es fe,
entonces Abraham está perdido y la fe nunca ha existido en el mundo. Si la vida
ética es la mayor y nada queda inconmesurable, excepto el sentido de lo que es
malvado, entonces uno no necesita otras categorías que aquellas de los filósofos.
¡Adiós Abraham! Pero la fe es esta paradoja, que el individuo singular, a pesar
de estar en servidumbre a lo universal, es superior a lo universal. Como
individuo singular, como particular, está en absoluta relación con lo Absoluto.
Entonces lo ético se suspende. La fe es la paradoja.
La historia de Abraham contiene tal suspensión de lo ético.
Abraham actúa en la fuerza del absurdo. Como individuo singular ante Dios se
encontró a sí mismo como superior a lo universal. Esta paradoja no puede ser
compartida - no hay medios para explicarla. Si Abraham hubiera tratado de
encontrar explicación, habría estado en estado de tentación, y en este caso
nunca habría sacrificado a Isaac, o si lo hubiera hecho volvería como un
asesino arrepentido ante lo universal.
En su actuar Abraham traspuso lo ético en sí. Tenía un
objetivo más allá en relación del cual suspendió lo ético. ¿Cómo más se puede
justificar la acción de Abraham? No en términos de lo ético. ¿Cómo se puede
descubrir cualquier punto de contacto entre lo que Abraham hizo, o planeaba
hacer, con lo universal más que Abraham lo traspuso? No fue para salvar una
nación que Abraham fue a sacrificar a Isaac, no fue para calmar a dioses
furiosos. Toda la acción de Abraham se erige aparte de lo universal. Es la máxima
empresa privada, un acto de pura conciencia personal. Juzgar el actuar de
Abraham de acuerdo a lo ético -en el sentido de la vida moral- está, por ello,
fuera de la cuestión. En tanto que lo universal estuviera allí del todo, latente
en Isaac, escondido en sus muslos, tendría que haber gritado de la boca de
Isaac: "No lo hagas, estás destruyendo todo."
¿Entonces por qué lo hizo Abraham? Motivado por Dios y, lo
que es exactamente igual, por sí mismo. Lo hizo motivado por Dios porque Dios
demandaba esa prueba de su fe. Él lo hace por motivado por si mismo para poder
producir la prueba.
La situación de Abraham es un tipo de prueba, una tentación.
¿Pero qué significa? Lo que usualmente llamamos tentación es algo que impide a
una persona de cumplir su deber, pero aquí la tentación es lo ético en sí mismo
("No matarás") lo que lo detiene de hacer la voluntad de Dios. ¿Pero
entonces qué es el deber? En el caso de Abraham, el deber se encuentra en
cumplir la voluntad de Dios, que es en sí misma mayor a lo universal. Esta tarea
trasciende lo ético.
Ahora, cuando lo ético es suspendido, como en el caso de
Abraham, ¿cómo o de qué manera es que existe el individuo en quien se suspende?
¿Quiere decir que peca? No necesariamente. Tomemos a un niño por ejemplo. En
cierto sentido, el mal comportamiento de un niño no es pecado porque el niño aún
no es totalmente consciente de su propia existencia. Viéndolo de forma ideal,
sin embargo, el niño peca; falla en las demandas de lo ético.
¿Quiere esto decir que Abraham pecó? No. ¿Entonces cómo es
que existió Abraham? Tenía fe. Vivía por y para su fe. Esta es la paradoja que
le detuvo en la cima y la cual no puede explicar o justificar a sí mismo o a
nadie más. Su fe estaba afirmada en la paradoja de que el individuo singular es
mayor que lo universal. Estaba en absoluta relación con lo Absoluto. ¿Estaba
justificado? Su justificación es, nuevamente, la paradoja. No estaba
justificado por ser virtuoso, sino por ser un individuo sometido a Dios en la
fe.
Esto no quiere decir que se deshecha lo ético. No. Tan sólo
que recibe una expresión enteramente distinta, tal que por ejemplo, el amor de
Dios puede hacer que un caballero de la fe ame a su prójimo de una forma muy
opuesta a lo que es usualmente demandado por lo ético. A menos que esto sea
como es, la fe no tiene lugar en la existencia. La fe se vuelve entonces
tentación y Abraham, como se entregó a ella, está perdido.
Pero la paradoja de la fe es precisamente esto, que el
individuo singular está más alto que lo universal y que el individuo determina
su relación con lo universal en relación con lo Absoluto (es decir Dios), no su
relación con lo Absoluto a través de su relación con lo universal. Es decir,
vivir por la fe quiere decir que uno tiene una tarea absoluta con Dios y sólo
con Dios. En esta unión de obligaciones el individuo se une a sí mismo, como
individuo singular, con lo Absoluto - el Dios que ordena- Sólo este deber es
absoluto y por esta razón lo ético, para una persona de fe, es relegado a lo
relativo. En miedo y temor, esta es la paradoja de la fe - la suspensión de lo ético.
De cualquier forma que lo miremos, la historia de Abraham
contiene la suspensión de lo ético. Como individuo singular, se ha convertido
en algo superior a lo universal. Esta es la paradoja de la fe que no puede ser
explicada. Cómo es que Abraham se metió en ella es tan inexplicable como la
forma en que permaneció en ella. Si esto no fue lo que pasó con Abraham,
entonces no es ni un héroe trágico, sino un asesino. Querer llamarlo el padre
de la fe, hablar de esto a aquellos que tan sólo se preocupan con palabras, es
desconsiderado. Un héroe trágico puede volverse un ser humano por su propia
fuerza, pero no un caballero de la fe. Cuando una persona se embarca en el
arduo camino del héroe trágico, hay muchos que están listos para darle consejo.
Pero para aquellos que caminan el estrecho camino de la fe nadie los puede
aconsejar, nadie los puede entender. La fe es un milagro, y sin embargo ningún
ser humano está excluido de él.
-Necesitar a Dios es perfección-
Uno necesita poco en lo que a la existencia física respecta,
y mientras uno necesite menos, más perfecto es. En la relación con Dios, sin
embargo, es a la inversa; mientras uno necesite más a Dios, más perfecto es.
Necesitar a Dios no es algo de lo que uno deba avergonzarse sino es la propia
perfección. ¡La cosa más triste es aquel ser humano que va por la vida sin
descubrir que necesita a Dios!
Pues, ¿qué es el ser humano después de todo? ¿Es tan sólo
una decoración más en la amplia colección de la creación? ¿Y cuál es su poder?
¿Qué es lo más alto de lo que es capaz? Bien, no buscamos quitarle su valor a
lo más alto, pero tampoco podemos ocultar el hecho de que esto sólo se lleva a
cabo cuando una persona se convence totalmente que él por sí mismo no es capaz
de cosa alguna, de absolutamente nada. ¡Qué reino tan inusual - y no por que un
sólo un individuo haya nacido para ser rey, sino que todos han nacido para
ello! ¡Qué sabiduría tan poco común - y no porque se ofrezca sólo a algunos que
sean instruidos, sino porque se ofrece a todos, está accesible a todos! Es
verdad, si una persona se entrega a lo externo, probablemente le parecerá que
es capaz de hacer algo soprendente, algo que le satisfaga, algo que atraiga la
admiración entusiasta. Desde una perspectiva humana, la humanidad bien puede
ser la creación más gloriosa, pero toda su gloria está tan sólo en lo externo y
para lo externo. ¿Acaso el ojo no apunta la flecha a lo externo cada vez que
una pasión y deseo tensan la cuerda del arco? ¿Acaso la mano no trata de asirse
a lo externo, estirando el brazo con ingenuidad abrumadora? ¡Engaño!
Un ser humano es grande y en su máximo sólo cuando, ante
Dios, reconoce que él, en sí, es nada. Consideremos a Moisés o los llamados
actos de Moisés. ¡De qué valen las proezas del más grande héroe; qué importan
las montañas destruidas y los ríos desecados en comparación con hacer que la
oscuridad descienda sobre todo Egipto! Pero estos, en realidad, no fueron actos
de Moisés. Moisés no era capaz de cosa alguna, pues eran obras del Señor.
¿Puedes ver la diferencia? Moisés -que no tomó decisiones ni formuló planes
mientras el concilio de su sentido común escuchaba atentamente- Moisés no era
capaz de cosa alguna. Si las gentes le hubieran dicho, "Vé con el Faraón,
pues tu palabra es poderosa, tu voz triunfante y tu elocuencia
irresistible" él hubiera contestado, "¡Oh, tontos! No soy capaz de
cosa alguna, ni siquiera de dar mi vida por ustedes si el Señor no lo permite.
Tan sólo soy capaz de someterme al Señor." O si las personas que palidecían
de sed en el desierto le hubieran dicho a Moisés "Toma tu bastón y ordena
que la roca dé agua", Moisés
hubiera dicho "¿Qué es mi bastón sino una rama?"
Una persona que se conoce a sí puede percibir que él, por sí
mismo, no es capaz de cosa alguna. Lo mismo se aplica en el mundo interno.
¿Acaso alguno de nosotros es capaz de algo allí también? Si una capacidad es en
realidad capacidad, debe tener algún tipo de oposición. Sin oposición, uno es o
todo poderoso o dicha capacidad es algo enteramente imaginario. En el mundo
interno del espíritu, la oposición sólo puede venir desde dentro. De esta
forma, luchamos contra nosotros mismos. Si una persona no descubre este
conflicto, tiene un entendimiento errado y, en consecuencia, su vida es
imperfecta; pero si lo descubre, entenderá que él, por sí mismo, no es capaz de
nada.
En realidad, este auto conocimiento al que nos referimos no
es tan complicado. ¿Pero entonces, acaso uno no es capaz de superarse a sí
mismo por sí mismo? ¿Cómo puedo ser más fuerte que yo? Cuando hablamos de
superarse a sí mismo por sí mismo, en realidad hablamos de algo externo, de
forma que la lucha sea desigual. Por ejemplo, hablemos de alguien que es
tentado por el prestigio mundano pero logra conquistarse a sí mismo de forma que
ya no lo busque. Si desea proteger su alma contra una nueva vanidad, debe
admitir que él no es realmente capaz de superarse a sí mismo. Entenderá que con
tan sólo su propia voluntad, crea tentaciones de gloria, miedo, depresión, de
orgullo y desafío y sensualidad mucho mayores que aquellos que encuentre en el
mundo exterior. Por esta razón la lucha es consigo mismo. Y en lo que respecta
a esta mayor tentación, ser victorioso no prueba cosa alguna. Si sale airoso al
enfrentarse a la tentación que lo rodea en el mundo exterior, no es prueba de
que saldrá airoso si la tentación fuera tan terrible como él puede imaginarla.
Sabe en la profundidad de su ser que no es capaz de cosa alguna.
De cierta forma, necesitar a Dios y saber que esta es la más
alta perfección humana, hace la vida más difícil. Sin embargo, mientras una
persona no se conozca a sí misma, no puede hacer conciencia profunda de que
Dios es. La persona que se da cuenta de que por sí es incapaz de hacer nada no
puede siquiera intentar cosa alguna sin la ayuda de Dios, sin ser plenamente
consciente de que Dios es. A veces hablamos de conocer a Dios por los hechos de
la historia pasada. Abrimos las crónicas y leemos y leemos y leemos. Bueno, eso
puede estar bien, pero, ¿cuánto tiempo nos toma y que tan frecuentemente
tenemos un resultado dudoso? Pero alguien que es consciente de que él es
incapaz de hacer cosa alguna, tiene en cada día y cada momento la preciosa
oportunidad de experimentar que Dios vive. Si no lo experimenta con suficiente
frecuencia, sabe muy bien el porqué. Y se debe a que su entendimiento es
defectuoso y cree que es él quien, después de todo, es capaz de algo.
Esto no quiere decir que la vida de una persona se vuelva fácil
sólo porque conozca a Dios de esta manera. Al contrario, se puede volver mucho
más difícil. Pero en esta dificultad su vida adquiere un significado más
profundo. ¿Acaso no hay significado en que continuamente fije sus ojos en Dios,
sabiendo que él por sí mismo no es capaz de cosa alguna, pero que con ayuda de
Dios es verdaderamente capaz? ¿Acaso no hay significado en el hecho de que está
muriendo para el mundo y estima cada vez menos las cosas temporales de este? Y,
finalmente, ¿acaso es insignificante para aquel que entiende que Dios es amor
de la manera más vívida y confiada, que la bondad de Dios da todo
entendimiento?
No decimos que necesitar a Dios sea hundirse en una admiración
soñadora y una contemplación especulativa. No, Dios no permite ser tomado en
vano de esta forma. Tal como conocernos a nosotros mismos en nuestra propia
insignificancia es la condición para conocer a Dios, así para la santificación
de un ser humano el conocer a Dios es la condición, pues viene de Su asistencia
y de acuerdo a Su intención. Dondequiera que Dios está, siempre está creando.
No quiere que una persona sea espiritualmente blanda y se bañe en la
contemplación de su gloria. Quiere crear un nuevo ser humano. Necesitar a Dios
es volverse nuevo. Y conocer a Dios es lo crucial. Sin este conocimiento el ser
humano se vuelve nada. Sin este conocimiento, apenas será capaz de entender que
él por sí mismo no es cosa alguna, y aún menos que necesitar a Dios es la
perfección más alta.
-La pureza de corazón-
La pureza de corazón es sólo una cosa: "Acercaos a
Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los
de doble ánimo, purificad vuestros corazones." (Santiago 4:8). Sólo los
puros de corazón pueden ver a Dios y, por ello, acercarse a él. Y sólo acercándose
Dios a los puros de corazón pueden ellos mantener su pureza.
La persona que verdaderamente tenga la voluntad para una sola
cosa sólo puede buscar el Bien, y la persona que con voluntad busca una sola
cosa cuando se propone un beneficio, sólo puede buscar verdaderamente el Bien.
Deja, pues, que tu corazón tenga voluntad y busque una sola cosa, pues en esto
está la pureza de corazón.
De cierta forma tan sólo se necesitan unas cuantas palabras
para describir el Bien. El Bien, sin condición, calificación o compromiso, es
absolutamente la única cosa que una persona puede y debe anhelar sin división.
La persona que trate de anhelar cualquier otra cosa descubrirá que no tiene
voluntad para algo en realidad. Es un engaño, una ilusión, una fantasía
intentarlo. Pues en su más profundo ser se encontrará, como debe estar, partido
entre dos ideas. Sólo el Bien puede ser anhelado como una sola cosa.
Aunque el placer, el honor, las riquezas y el poder y todo
lo que hay en este mundo pueden parecernos únicos, no lo son. No pueden bajo
ninguna circunstancia seguir siendo los mismos. Siempre están sujetos a cambios
constantes. ¡Cada uno de ellos a su manera consiste en una multitud de cosas,
una dispersión, el deporte de la mutabilidad y la presa de la corrupción! Por
ejemplo, al buscar el placer, mira cuántos van de un placer a otro. En tal búsqueda,
la variedad es la palabra clave. Pero esto es enteramente inútil. ¿Cómo puede
alguien tener voluntad para una cosa que no puede ser siempre la misma? Cuando
una persona anhela de esta forma no sólo parte su mente en dos, se encuentra a
sí mismo en lucha constante consigo. A veces anhela una cosa e inmediatamente
la siguiente, y a veces lo opuesto, una y otra vez. ¿Qué es lo que dicha
persona realmente busca? ¡Nuevos placeres; algo nuevo! ¡Cambio! ¡Cambio! Pregúntale
si tiene voluntad para una sola cosa. ¡Pregúntale si tiene voluntad del todo!
De hecho, el ideal mundano no está para nada en una sola
cosa. En esencia está en lo irreal. Su mal llamada unidad es, en realidad, nada
más que vacío disfrazado de multiplicidad. En la experiencia momentánea del
instante la meta mundana no es nada más que una diversión vacía. Pues, ¿qué es
el deseo en su mayor extremo sin límites más que nausea? ¿Qué más es el honor
terrenal con su vertiginosa cúspide sino desprecio por la existencia? ¿Qué más
es la superabundancia de riqueza sino pobreza? Pues sin importar cuánto sume
todo el oro de la tierra escondido con avaricia, es infinitamente menos que la
más pequeña cantidad escondida para contento del pobre. ¿Qué otra cosa es el
poder mundano sino dependencia? ¡Qué esclavo encadenado es tan prisionero como
el tirano!
Cualquiera que verdaderamente tenga la voluntad para una sola
cosa eventualmente será llevado a anhelar el Bien. Aunque puede que algunas
veces, esa persona inocentemente empiece anhelando algo que no es el Bien en su
sentido más profundo, se irá, poco a poco, transformando hasta anhelar aquello
que es el Bien. Por ejemplo, el amor romántico ha ayudado algunas veces a una
persona a seguir el camino correcto -fielmente trata de conseguir una cosa, en
este caso, la felicidad de su amor. En su sentido más profundo, sin embargo,
enamorarse no es aún el Bien. En el mejor de los casos será un aprendizaje que
le llevará a tener voluntad por una sola cosa y anhelar el Bien.
Sólo el Bien es una sola cosa. Es única en su esencia y la
misma en cada una de sus expresiones. Tomemos el amor verdadero para
ilustrarlo. Aquel que ama genuinamente no ama más que una vez. Ni ofrece parte
de su amor y después otra parte. No, ama con todo su amor -no un poco aquí y
allá. Está totalmente presente en cada expresión. Continuamente lo entrega
entero y, sin embargo, lo conserva entero, en su corazón. ¡Maravillosa riqueza!
Cuando el avaro ha reunido todo el oro del mundo en sordidez - entonces se ha
vuelto pobre. Pero cuando el amante entrega todo su amor, lo conserva intacto -
en la pureza de su corazón.
Si verdaderamente tenemos voluntad para una cosa, esta debe
ser aquella que permanezca incondicionalmente inalterada. Anhelándolo ganaremos
la constancia eterna. Sin embargo, si lo que anhelamos cambia continuamente, entonces
nos volvemos ambiguos e inestables. Esto no es más que impureza. Aquel que
anhela algo más que el Bien quedará dividido. Y tal como es el objeto deseado,
así se vuelve aquel que lo desea.
No nos dejemos engañar en este asunto de anhelar una sola
cosa. Aquel que desea el Bien, por ejemplo, en nombre de alguna recompensa
también falla en tener voluntad para una cosa. Es ambiguo. No es difícil de
ver. El Bien es una cosa; la recompensa es algo más. Buscar el Bien en nombre
de una recompensa no es tener voluntad para una sola cosa sino para dos. Si un
hombre ama a una mujer debido a su riqueza, ¿quién lo llamaría un verdadero
amante? Buscar el Bien por una recompensa es hipocresía - ¡pura duplicidad! La
persona que verdaderamente busque el Bien piensa sólo en el Bien, no en un
beneficio resultante. Pues el Bien es su propia recompensa. De hecho, aquel que
es puro de corazón entiende que aquí en la tierra el Bien frecuentemente se
recompensa con la ingratitud, la falta de reconocimiento, la pobreza, el
desprecio, con muchas aflicciones, y de cuando en cuando, con la muerte. Desde
luego, estos son inconsecuentes para aquel que en verdad tenga voluntad para
una cosa.
Tampoco alguien que busque el Bien lo hace por miedo al
castigo. En esencia, es lo mismo que buscar el Bien en nombre de una
recompensa. Aquel que verdaderamente tiene voluntad para una cosa sólo teme
equivocarse, no el castigo. De hecho, cuando se equivoca y aún así busca el
Bien, desea enfrentar las consecuencias - de forma que el castigo, como la
medicina, puedan curarlo. Entiende que el castigo existe sólo para el pecador.
Es una ayuda. Empuja a uno para acercarse aún más hacia el Bien, si uno
verdaderamente lo anhela. Por el contrario, alguien ambiguo considera el castigo
o la dificultad como enfermedad. Teme cualquier retraso terreno porque no hay
nada eterno para él.
Es verdad, el miedo engañosamente se ofrece a ayudarnos. Nos
ofrece mantenernos en el camino correcto. Sin embargo alguien que camina con
miedo jamás se vuelve amigo de Dios. El miedo es una ayuda engañosa. Puede
amargar tu deleite, hacer la vida ardua y miserable, hacerte viejo y decrépito;
pero jamás te ayudará en busca del Bien. El Bien no acepta ayudas externas.
Aquellos que viven con miedo pueden verdaderamente desear el
cielo pero no por sí mismo. Ansiosamente hacen lo que en realidad no deberían
hacer, o al menos aquello que no les da placer hacer. Su satisfacción está
solamente en evitar, nunca en ganar, algo. ¡Qué vacío! Están cegados al hecho
de que el Bien sólo quiere que sigan su llamado humilde y gustosamente. Pues
para el Bien no existen limitaciones. Contiene el ímpetu de la eternidad y
posee el camino abierto del Infinito delante suyo. Por otra parte, el miedo es
una nodriza seca para el niño - no tiene leche. Es un entrenador anémico para
el joven - no tiene poder de enseñanza duradero. Sólo hay algo que nos pueda
ayudar a elegir verdaderamente el Bien: el Bien en sí mismo.
Como el Bien en sí es sólo una cosa, de la misma forma
quiere ser lo que nos ayude en el camino. Pero el Bien no es algo externo a
nosotros, como un esclavo que lucha contra su propia voluntad cuando su amo lo
golpea con el látigo. El lugar y el camino están dentro de nosotros. Y tal como
el lugar es el estado bendito del alma combatiente, así el camino es la
continua transformación del alma combatiente.
-Emisarios de la Eternidad-
La providencia nos cuida a cada uno de nosotros a lo largo
del viaje de nuestras vidas dándonos dos guías: arrepentimiento y
remordimiento. Uno nos llama adelante. El otro nos llama atrás. Sin embargo no
se contradicen estos dos guías, ni dejan al viajero con duda o confusión. Más
bien, estos dos guías se entienden mutua y eternamente. Pues uno nos llama
adelante hacia el Bien, el otro nos llama atrás del mal. Es por ello que hay
dos, pues para hacer seguro nuestro viaje debemos mirar tanto adelante como atrás.
Cuando está por comenzar una larga procesión, primero hay un
llamado de la persona en la vanguardia, pero todos esperan hasta que haya respuesta
de la última persona en la retaguardia. Los dos guías llaman a la persona
temprano y tarde, y si presta atención a sus llamados encuentra el camino y
puede saber en dónde se encuentra. De la misma forma, los dos guías de la
Eternidad nos llaman temprano y tarde, y cuando escuchamos a sus llamados,
podemos saber dónde estamos y a dónde vamos. De estos dos, el llamado del
remordimiento es quizá el mejor. Pues el viajero ansioso que camina casual y rápidamente
por el camino no lo conoce tan bien como aquel viajero cargado con su equipaje.
El viajero ansioso se apresura adelante hacia algo nuevo, dejando la
experiencia atrás, pero aquel que lleva el remordimiento, aquel que viene después,
laboriosamente acumula experiencia.
Estos dos guías nos llaman temprano y tarde. Y, sin embargo,
no, pues cuando el remordimiento llama siempre es tarde. La llamada para
encontrar el camino nuevamente buscando a Dios en la confesión de los pecados
siempre es en la penúltima hora. Cuando el remordimiento despierta a la culpa,
sea en la propia juventud o en el crepúsculo de la propia vida, siempre es en
la penúltima hora. No tiene mucho tiempo a su disposición. No se engaña con la
falsa noción de una larga vida. Pues en la penúltima hora uno entiende la vida
de una forma totalmente diferente que en los días de su juventud o en el
ocupado tiempo de su madurez o en los días finales de su vejez. Si nos
arrepentimos a cualquier otra hora del día nos engañamos a nosotros mismos -
nos fortificamos por una falsa y apresurada concepción de la insignificancia de
nuestra culpa.
El verdadero arrepentimiento no pertenece a cierto periodo
de la vida, como los juegos y diversiones son parte de la niñez, o las
emociones del amor romántico pertenecen a la juventud. No llega y se va como un
capricho o una sorpresa. No, no. Hay un sentido de reverencia, de miedo
sagrado, de humildad, de sinceridad pura que asegura que el arrepentimiento no
ha llegado en vano o apresuradamente.
Desde el punto de vista de lo eterno, el arrepentimiento
debe llegar "todo de una vez", cuando en la propia pena no hay tiempo
para siquiera pronunciar palabra. Pero el pesar del arrepentimiento y la
ansiedad sinceras que inunda el alma no deben ser confundidas con la
impaciencia o el sentimiento momentáneo de contrición. La experiencia nos enseña
que el momento de arrepentimiento no es siempre el que está presente. El
arrepentimiento pude ser muy fácilmente confundido con una agonía tormentosa o
con una pena terrena; con el desesperado sentimiento del pesar en sí. Pero por sí
mismo, la pena nunca se convierte en arrepentimiento, sin importar con cuanta
furia nos dure. Sin importar que tanto se obnubile la mente, los sollozos de la
contrición, sin importar qué tan violentos, jamás se vuelven lágrimas de
arrepentimiento. Son como nubes secas que no llevan agua, o como ráfagas
convulsivas de viento. Este tipo de arrepentimiento es egoísta. Es sensualmente
poderoso al momento, excitado en expresión - y, por esta misma razón, no hay un
verdadero arrepentimiento en lo absoluto. El arrepentimiento veloz y repentino
solo quiere beberse la pena de un sorbo y apurarse a lo que sigue. Quiere
alejarse de la pena, lejos de su recuerdo, y fortificarse imaginando que no
quiere ser retrasado en su búsqueda del Bien. ¡Qué delirio!
Está la historia de un hombre cuyas faltas le merecían ser
castigado de acuerdo a la ley. Luego de haber servido su condena volvió a la
sociedad, reformado. Se fue a un país extranjero, donde era desconocido y donde
se le conoció por su conducta recta. Todo fue olvidado. Entonces un día un
fugitivo apareció que lo reconoció del pasado. El hombre reformado se aterró.
Un temor casi de muerte lo sacudía cada vez que el fugitivo pasaba. Aunque
silente, su miedo gritaba con voz estridente, hasta que se hizo presente en la
voz del desdeñable fugitivo. La desesperación se apoderó de él y se apoderó
porque había olvidado su arrepentimiento. Su auto mejoramiento no le había
llevado a rendirse ante Dios para que en la humildad del arrepentimiento
pudiera recordar aquello que había sido.
Sí, en un sentido temporal y social, el arrepentimiento
puede ir y venir. Pero en el sentido eterno, es un compromiso diario y callado
ante Dios. En la luz de la eternidad, la propia culpa nunca puede ser cambiada,
aún si un siglo pasa. Pensar algo de esta clase es confundir lo eterno con lo
que está más alejado de ello - el olvido humano. Uno puede saber la edad de un árbol
mirando su corteza. Uno también puede saber la edad de una persona en el Bien
por la intensidad y la profundidad de su arrepentimiento. Se puede decir de una
bailarina que su tiempo ha pasado cuando su juventud se ha ido, pero no del
penitente. El arrepentimiento, si es olvidado, no es nada más que inmadurez.
Pues mientras con mayor tiempo y profundidad uno lo atesore, mejor se vuelve.
El arrepentimiento no sólo debe tener su momento, sino también
su tiempo de preparación. Y aquí yace la necesidad de la confesión, el acto
sagrado que debe ser precedido por la preparación. Tal como una persona se
cambia de ropas para una celebración, de la misma manera una persona que debe
prepararse para la confesión es cambiada internamente. Pero en la hora de la
confesión aquel que no se haya decidido está tan sólo distraído. Ve su pecado
con tan sólo la mitad de su mirada. Cuando habla, son sólo palabras - no verdadera
confesión.
No debemos olvidar que Aquel que está presente en la confesión
es omnisciente. Dios sabe todo, recuerda todo, absolutamente todo lo que le
hayamos confiado, o lo que nos hayamos guardado de confiarle. Es Aquel que
"ve en el secreto", con quien hablamos incluso en el silencio. Nadie
puede llegar a engañarle ya sea con palabras o con silencio. Por ello, cuando
nos confesamos ante Dios, no somos como el sirviente que rinde cuentas a su amo
por la administración que se le ha confiado porque su amo no podía administrar
todo al mismo tiempo. Ni cuando nos confesamos somos como aquel que confía en
un amigo a quien, tarde o temprano, revelará cosas que su amigo no sabía
previamente. No, mucho de lo que eres capaz de esconder en las sombras sólo
puedes conocerlo al revelarlo a Aquel que todo lo sabe. El omnisapiente no
conoce cosas sobre aquel que las confiesa, más bien es aquel que confiesa quien
llega a saber algo de sí mismo.
-Dios no tiene causa-
Hay quienes hablan de la causa de Dios, y de querer servir
dicha causa. Esto está muy bien pero, ¿cómo, exactamente, debe ser esto
interpretado? El sentido común considera que Dios tiene una causa en el sentido
humano de la palabra, que es un tipo de promotor, interesado en que su causa gane
y que por ello está ansioso de ayudar a la persona que sirva su causa, y así.
Si seguimos esta línea de pensamiento, Dios se vuelve un personaje menor que
llega al embarazoso dilema de necesitar a los seres humanos.
¡No, no! Dios no tiene causa, no es promotor en este sentido.
Pues Dios es infinitamente nada. En cualquier momento que lo desee, todo,
incluyendo toda oposición a su causa, se vuelve nada. Querer servir la causa de
Dios jamás significará que uno puede ir en su ayuda. No, servir la causa de
Dios es enfrentar la examinación. Si alguien quiere servir su causa, no es Dios
quien pierde su balance y estado sublime; no, fija su atención en este
voluntario - minuciosamente - y ve cómo se comporta, si tiene integridad y
resolución. Puesto que Dios no está interesado en causas temporales, puesto que
es el Señor infinitamente conquistador, precisamente por esta razón examina. Es
perfectamente capaz de completar su voluntad por sí solo.
De aquí que mientras uno esté más involucrado con Dios, más
riguroso se vuelve todo. Es por su amor infinito que Dios se involucra
directamente con cada ser humano. El mismo hecho de que Dios permita a los
malvados prosperar en este mundo es una señal de su majestad infinita. ¿Acaso
no entiendes este terrible castigo, que Dios los ignora? El castigo de Dios cae
sobre aquellos en quienes no busca tener nada que ver. Y sin embargo, él
siempre consigue lo que se propone.
Usualmente pensamos que cuando honestamente queremos servir
la causa de Dios, Dios también nos ayudará. Pero, ¿cómo? ¿De forma material?
¿Por un resultado exitoso, prosperidad, beneficios terrenales o algo parecido?
En este caso todo se invierte y ya no es la causa de Dios sino un empeño
finito. Además, puede que yo no sea más que un individuo astuto, que en realidad
no quiere servir a Dios sino de forma engañosa, y estafarlo para sacar partido.
Quizá pueda pensar que Dios está en un dilema y estará gustoso de recibir a
cualquiera que se ofrezca de voluntario para servirlo en su causa. ¡Blasfemia y
tontería absolutas! No, Dios es espíritu - y nuestra tarea es ser transformados
en espíritu. Pero el espíritu se opone terminantemente a relacionarse con Dios
por medio de los beneficios temporales. ¡Tal es la sutileza de Dios y así se
manifiesta el infinito amor de Dios!
Si, amor infinito, tan infinito que Dios desea involucrarse
individualmente con cada ser humano, con cada corazón débil, atontado y carnal
que quiere hacerlo un buen tío, un abuelo realmente espléndido de quien
queremos aprovecharnos.
Dios es el amor infinito y por ello no tiene causa. No
abrumará repentinamente a una persona demandándole que se vuelva espíritu al
instante. Si tal fuera el caso todos pereceríamos. No, maneja a cada persona
gentilmente. La suya es una obra larga, una crianza con amor. Sí, hay ocasiones
en que uno suspira y Dios fortalece con bendiciones materiales. Pero hay una sola
cosa que Dios requiere de forma incondicional a cada momento - integridad - que
uno no invierta la relación y quiera probar esta relación con Dios o la verdad
de su causa por medio de la buena fortuna, prosperidad y este tipo de cosas.
Dios quiere que entendamos que las bendiciones materiales son una concesión a
nuestra debilidad y muy probablemente serán cosas que él nos quite más adelante
para ayudarnos a hacer un verdadero progreso, no en un empeño finito sino en
aprobar el examen.
-Una Eternidad para arrepentirse-
Déjame contarte una historia. En alguna parte del Oriente
vivía una pareja pobre. No poseían más que su pobreza. Naturalmente, la
ansiedad por el futuro aumentaba mientras más envejecían. No asediaban al cielo
con sus plegarias, pues eran demasiado piadosos para ello; sin embargo continuamente
se lamentaban al cielo pidiendo ayuda.
Y entonces sucedió que, una mañana, la esposa, yendo al
horno, encontró una piedra preciosa de gran tamaño en su interior.
Inmediatamente le mostró la gema a su esposo, quien vio en ella un estupendo
sustento para el resto de sus vidas. Un futuro brillante para esta vieja pareja
- ¡Qué gozo! Sin embargo, temerosos de Dios como eran, y contentándose con
poco, decidieron que como tenían suficiente para vivir por un día más, no
venderían la gema ese mismo día, sino el siguiente. Y una nueva vida empezaría.
Esa noche la mujer soñó que era transportada al paraíso. Un ángel
le guio por el lugar y le mostró todas las glorias que una imaginación oriental
pudiera inventar. Entonces el ángel la llevó a un gran salón donde había largas
filas de sillones adornados con perlas y piedras preciosas, las que, el ángel
explicó, eran para los devotos. Finalmente el ángel le mostró el sillón que le
correspondería a ella. Mirándolo con detenimiento, notó que le faltaba una gran
gema en la parte trasera del respaldo. Le preguntó al ángel cómo había sucedido
eso. ¡Ahora, presta atención, que aquí viene la historia! El ángel respondió,
"Esa fue la piedra preciosa que encontraste en tu horno. La has recibido
por adelantado y, por ello, no puede volver a ser colocada."
Por la mañana la mujer le relató el sueño a su esposo. Ella
sintió que era mejor esperar por esa joya unos años más en lugar de permitir
que la gema faltara por toda la eternidad. Y su devoto esposo estuvo de
acuerdo. Así, esa tarde pusieron la gema dentro del horno nuevamente y rogaron
a Dios que la tomara de vuelta. Por la mañana, como era de esperarse, había
desaparecido. La pareja sabía muy bien a dónde había ido: estaba ahora en el
lugar correcto.
¡Oh, recuerda muy bien! Puedes quizá ser tan astuto como
para evitar el sufrimiento y la adversidad en esta vida, puedes incluso ser suficientemente
listo para evitar la ruina y el ridículo, y en su lugar, disfrutar de todos los
bienes terrenos, y puedes quizá ser engañado en la vana ilusión de que estás en
el camino correcto sólo por haber ganado los beneficios de este mundo, pero ten
cuidado, ¡tendrás toda la eternidad para arrepentirte! Una eternidad para
arrepentirte de haber fracasado en invertir tu vida en aquello que dura: amar a
Dios en la verdad, venga lo que venga, con todas las consecuencias que en esta
vida sufras a manos de los hombres.
Por ello, ¡no te engañes! ¡De todos los defraudadores témete
a ti mismo más que a ninguno! Aún si fuera posible, en relación a lo eterno
adelantarte algo, aun así te estarías estafando a ti mismo por tomar ese
adelanto - y ganarías la eternidad para arrepentirte.
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