LAS OBRAS DEL AMOR
-El amor triunfante de Dios-
Supón que hay un rey que ama a una humilde doncella y cuyo corazón no es afectado por la sabiduría que con frecuencia se predica fuertemente. Que las arpas se afinen. Que las canciones de los poetas comiencen. Que todos festejen, mientras el amor celebra su triunfo. Pues el amor se extasía cuando une a los iguales, pero es triunfante cuando hace iguales aquellos que no lo son. ¡Que el amor del rey reine!Mas, tiempo después surge una tristeza en el alma del rey. ¡Quién hubiera podido soñar tal cosa excepto un rey con pensamientos reales! No habla con nadie de esta tristeza. Si lo hace, cada miembro de su corte hubiera dicho, "Su Majestad, usted hace a la chica un favor generoso por el cual nunca podrá darle muestras suficientes de gratitud". Esto, sin embargo, despertaría la ira del Rey y, por ello, le causaría un penar más hondo. Por ello lucha con la pena en su corazón. ¿Será la doncella realmente feliz? ¿Será capaz de olvidar aquello que el rey deseaba que olvide, es decir, que él es el rey y ella antes había sido una humilde doncella? Pues si esto no pasa, si despertase en ella el recuerdo de su antigua condición, y como un rival favorecido, le roba los pensamientos de ella hacia el rey, atrayéndola al encierro de una angustia secreta; o si este recuerdo cruza su alma como la muerte cruzando sobre una tumba - ¿dónde está, pues, la gloria de su amor?
Ella sería más feliz si hubiera permanecido en la oscuridad, amada por uno de su propia clase. Y aún si la doncella se contentara en ser como nada, el rey no podría estar satisfecho, simplemente porque la ama tanto. Preferiría perderla que ser su benefactor. ¡Qué penar tan hondo hay en este amor desdichado! ¿Quién se atreve a incitarlo?
Cuando un creyente peca aun así es amado por Dios, Dios anhela que lo sepa, y por ello se ocupa en hacerle igual a él. Si la igualdad no puede ser conseguida, el amor se vuelve desdichado e incompleto. La revelación del amor de Dios se vuelve insignificante, pues ambos no pueden entenderse.
¿Cómo puede establecerse esta relación entonces? Un medio sería por la elevación del discípulo. Dios podría elevar al discípulo a su propio estado magnífico y con esto distraer al discípulo con una dicha interminable. Pero Dios, el rey generoso, no encontraría satisfacción en esto. Sabe que el discípulo, al igual que la doncella, sería engañado gravemente. Pues no hay engaño más grande que cuando no es sospechado, cuando una persona está como bajo un encantamiento por haberse cambiado el disfraz.
Quizá la unidad podría alcanzarse si Dios directamente se apareciera al discípulo y recibiera su adoración libremente. Esto seguramente haría que el discípulo se olvidara de sí mismo, de la misma forma que el rey podría aparecer en toda su gloria ante la humilde doncella, haciéndola olvidarse de sí en adoración glorificante. Pero, desafortunadamente, esto habría satisfecho a la doncella pero no al rey, quien no desea su propia gloria sino la de ella. Ni haría que la doncella lo entendiera, y esto haría la pena del rey mucho peor. Ni de esta forma, pues, podría hacerse el amor gozoso. Toma una analogía. Dios encuentra dicha en acomodar el lirio en un adorno más glorioso que Salomón. Pero si la flor y el rey pudieran entenderse mutuamente, ¡en qué dilema tan penoso se encontraría el lirio! Se preguntaría si ha sido por su arreglo que Dios la ama. ¡Qué engaño! Y mientras ahora plácidamente vive en su pradera, jugando con el viento tan despreocupada como la brisa, entonces languidecería y dejaría de tener el coraje de levantar la cabeza.
¿Quién comprende la contradicción de esta pena?: no revelarse es la muerte del amor; revelarse es la muerte de la amada. El deseo de Dios era prevenir esto. La unidad del amor deberá ser traída de otra manera. Si no por medio de la elevación, del ascenso, entonces por un descenso de la más baja condición. Dios debe igualarse a los más bajos. Pero el más bajo es aquel que sirve a otros. Dios debe, pues, aparecer en forma de sirviente. Pero esta forma servil no es simplemente algo que se pone encima, como el manto de un mendigo, el cual, por ser sólo un manto, se agita sueltamente y traiciona al rey. No, es su forma verdadera. Pues esta es la naturaleza incomprensible del amor ilimitado, que desea ser igual con aquello que ama; no en un juego, sino en verdad. Y esta es la omnipotencia del amor resuelto, decidido a ser igual con aquello que ama.
¡Mira entonces, allí está - Dios! ¿Dónde? ¡Allí! ¿No lo ves? Él es Dios y, sin embargo, no tiene lugar donde posar su cabeza, y no se atreve a voltear hacia ninguna persona, a menos que esta se ofenda al verle. Es un amor y una pena puros querer expresar la unidad del amor y, entonces, no ser comprendido.
Dios sufre todas las cosas, soporta todas las cosas, ha probado todas las cosas, está hambriento en el desierto, sediento en sus agonías, olvidado en la muerte, y se ha vuelto igual al más bajo de los seres humanos - ¡mira, contempla al hombre! Entrega su espíritu en la muerte, sobre la cruz, y deja la tierra. ¡Oh, cáliz amargo! Más amargo que la desilusión es la ignominia de la muerte para un mortal. ¡Cómo ha de ser, entonces, para el inmortal! Oh, resentimiento amargo, más agrio que el vinagre - ¡ser refrescado con la incomprensión de aquello que se ama! Oh, qué consuelo es en la aflicción, sufrir cuando uno es culpable - ¡qué será entonces, cuando sufre el inocente!
Dios no es celoso por sí mismo sino por querer, en amor, ser igual con lo más bajo de lo bajo. ¡Qué poder! Cuando una semilla de roble es sembrada en una maceta de barro, la maceta se rompe; cuando un vino nuevo es vertido en odres viejos, se revientan. ¿Qué pasa, entonces, cuando Dios, el rey, se planta a sí en la fragilidad de un ser humano? ¡No acaso se convierte en una persona nueva y un nuevo contenedor! Oh, esto es convertirse - qué difícil es en verdad, ¡como el propio nacimiento! ¡Qué aterrador! Es, verdaderamente, menos aterrador caer de bruces, cuando las montañas tiemblan con la voz de Dios, que sentarse con él amándolo como a un igual. Y aun así, Dios desea sentarse con nosotros de esta manera.
-Amor al prójimo-
Si cualquiera pregunta "¿Quién es mi prójimo?" entonces la respuesta de Cristo al Fariseo, quien hizo la misma pregunta, tiene una sola respuesta, pues al responder esta cuestión Cristo le dio un giro a todo. Cristo dice "¿Cuál de estos tres te parece haber sido prójimo de aquel que cayó en manos de los bandoleros?" El Fariseo contesta correctamente: "El que se apiadó de él." (Lucas 10:36) Esto significa que haciendo tu deber fácilmente descubrirás quién es tu prójimo. La respuesta del Fariseo está contenida en la pregunta de Cristo. Aquel para con quien tengo mi deber es mi prójimo, y cuando cumplo mi deber, demuestro que soy su prójimo. Cristo no habla de que reconozcas a tu prójimo sino de que seas prójimo tú mismo, demostrar que eres prójimo, algo que el Samaritano mostró con su compasión. Elegir un amor, encontrar un amigo, sí, este es un trabajo largo y duro, pero tu prójimo es fácil de reconocer, fácil de encontrar - si tan sólo reconoces tu deber y eres prójimo.De esta forma, Cristo ha echado al amor romántico y la amistad del trono, los amores enraizados en el capricho y la inclinación, el amor preferencial. Lo hace para, en su lugar, entronizar al amor espiritual, el amor al prójimo, un amor que con toda su determinación y verdad es, internamente, más tierno que la unión de dos personas en amor romántico y más leal en la sinceridad de relación cercana que la amistad más conocida. No confundamos el tema. Cristo no pide un amor más alto alabando además la amistad y el amor romántico. No, el amor Cristiano enseña el amor a todas las personas, todas incondicionalmente.
El poeta y Cristo explican las cosas de formas distintas. El poeta idoliza los sentimientos y como sólo tiene el amor romántico en mente, cree que reinar en el amor es la tontería más grande y la forma más ridícula de hablar: El amor y la amistad no tienen ninguna tarea ética. El amor y la amistad son buenas fortunas, las más altas de las buenas fortunas. Encontrar a quien amar de forma exclusiva es una buena fortuna, casi tan grande como encontrar al amigo único. Para el poeta, la tarea más alta en la vida es ser agradecido de forma apropiada por la buena fortuna recibida. Pero la tarea nunca será una obligación de encontrar a quien amar o encontrar a este amigo. Esto está fuera de la cuestión.
Sin embargo, el Cristianismo destrona el sentimiento y la buena fortuna reemplazándolos con el deber. El punto en cuestión entre el poeta y Cristo podría afirmarse de esta forma: el amor romántico y la amistad son preferenciales, la pasión de la preferencia; por otra parte, el amor Cristiano es el amor desinteresado y por ello confía en el deber. De acuerdo a Cristo, nuestro prójimo es nuestro igual. Nuestro prójimo no es quien amemos, por quien tenemos una preferencia pasional, ni tu amigo, a quien prefieres. Ni tampoco es tu prójimo, si eres culto, la persona entendida con quien tienes una afinidad cultural - pues con tu prójimo tienes ante Dios la igualdad de la humanidad. Ni tampoco es tu prójimo aquel que tenga un estatus social más alto que tú, y lo ames precisamente por su estatus social superior. Esto es mera preferencia y hasta ese punto amor propio. Ni es tu prójimo aquel que sea inferior a ti, y lo ames porque es inferior a ti, porque dicho amor puede fácilmente ser la condescendencia parcial y hasta ese punto, amor propio.
No, el amor Cristiano, este deber, quiere decir igualdad. En tus relaciones con las personas distinguidas debes amar a tu prójimo. En relación con aquellos que sean inferiores no debes amar con lástima sino amar a tu prójimo. Tu prójimo es cada persona, pues en base a las distinciones no es tu prójimo, ni en base a las semejanzas contigo en contraste con otros. Es tu prójimo en base a la igualdad de ambos ante Dios.
Debemos tener cuidado de no ser llevados al amor propio. Mientras más se centre la preferencia decisiva y exclusivamente en cualquier persona singular, incluidos el esposo y la esposa, más lejos se está de amar al prójimo. Esposo, no lleves a tu esposa a la tentación de olvidar vuestro prójimo por amor a ti. ¡Esposa, tampoco lleves a tu esposo a la tentación! Aquellos que aman pueden creer que en su amor tienen el bien más preciado, pero no es así. No, ama a quien amas de forma fiel y tierna pero deja que el amor a tu prójimo sea el santificador en su acuerdo de unión con Dios. Ama a tu amigo honesta y devotamente pero, ¡deja que el amor a tu prójimo sea lo que aprendan el uno del otro en la intimidad de su amistad con Dios!
Más aún, la persona que no vea que su esposa es primero su prójimo, y luego entonces su esposa, nunca llega a amar realmente a su prójimo, sin importar a cuantas personas ame, pues ha hecho de su esposa, una excepción. Es seguro, la esposa o el esposo de uno se aman de forma diferente que al amigo y al amigo de forma diferente al prójimo, pero esta no es una diferencia esencial. La igualdad fundamental del amor yace en la categoría de prójimo. Cualquier destino que tengas en el romance y la amistad, cualquier privación, cualquier pérdida, lo más alto continúa: ¡ama a tu prójimo! Fácilmente lo puedes encontrar; no puedes perderle. Ninguna suerte puede separarte de tu prójimo, pues no es tu prójimo quien te ata - es tu amor, es tu deber, lo que te ata a tu prójimo.
En este sentido, el amor es ciego. La perfección del objeto nada tiene que ver con la perfección del amor. Precisamente porque el propio prójimo no tiene ninguna de las excelencias que pueden tener quien amas, el amigo, o quien admiras - por esta misma razón el amor al propio prójimo tiene todas las perfecciones que ninguno de los otros tiene. Deja que la gente discuta todo lo que quieran sobre cuál objeto de amor tiene mayor perfección - no puede haber duda alguna que el amor al propio prójimo es el amor más perfecto. El amor al propio prójimo está determinado por amor. Y como tu prójimo es incondicionalmente cada persona, todas las distinciones verdaderamente se hacen a un lado del objeto. El verdadero amor se reconoce sólo por amor.
Por ello aquel que ama en verdad, ama a su prójimo. Y aquel que en verdad ama a su prójimo ama también a su enemigo. Esto es obvio; pues la distinción de amigo o enemigo es una distinción en el objeto de amor, pero el objeto de amor es siempre tu prójimo sin distinción. Tu prójimo es la distinción absolutamente irreconocible entre una persona y otra; es la igualdad eterna ante Dios - los enemigos, también, tienen esta igualdad.
La distinción, esta o aquella cualidad - sea virtud o vicio - es el elemento confuso del egoísmo que marca a cada persona como diferente. Pero prójimo es la marca de la eternidad, una marca encontrada en cada ser humano. Toma varios folios de papel y escribe algo diferente en cada uno. Pueden, a primera vista, no parecerse uno a otro. Luego toma cada folio, sin dejarte confundir por las diferentes leyendas, y míralos a contraluz y verás la misma marca de agua en todos. Así, el prójimo es la marca común, pero solo puedes verla con la ayuda de la luz de lo eterno cuando brilla a través de cada distinción.
Amar al prójimo, pues, significa esencialmente estar dispuesto a existir igualmente para cada ser humano sin excepción. Si entonces te encuentras con el rey, gustosa y respetuosamente dale tus respetos. Verás en él su gloria interna, la igualdad de gloria, el prójimo que su magnificencia humana oculta solamente. Si encuentras al mendigo - quizá sufriendo con la pena sobre él más que por sí mismo - aun así debes ver en él su gloria interna, la igualdad de gloria, el prójimo que estas ajadas vestiduras externas ocultan. Sí, entonces verás, a donde mires, a tu prójimo. Siendo rey, mendigo, académico, rico, pobre, amigo, enemigo, no nos parecemos el uno al otro - en todas estas formas somos diferentes. Pero en ser prójimos todos somos incondicionalmente parecidos.
-El amor más grande-
La sabiduría mundana nos hace creer que el amor es una relación entre una persona y otra. La vida de Cristo nos enseña que el amor es una relación entre tres: persona-Dios-persona. Sin importar qué tan hermoso sea una relación amorosa entre dos o más personas - sin importar qué tan completo sea su gozo y su dicha en devoción mutua y afecto, y aún si todos alaben esta relación - si Dios y la relación con Dios se deja de lado, entonces esto no es amor sino una ilusión mutua y encantadora. Pues solo en el amor a Dios puede uno amar en verdad. Ayudar a otro ser humano a amar a Dios es amar a otra persona. Y ser ayudado por otro ser humano para amar a Dios es ser amado.El amor no es un mero vínculo humano, sin importar qué tan fiel y tierno sea. En cuanto dejas a Dios fuera, el poder del juicio humano se vuelve mayor. Dicho juicio pierde totalmente de vista al amor. Tan pronto como una relación amorosa no me lleva a Dios, y tan pronto como no lleva a otra persona a Dios, este amor - aún si fuera la unión más dichosa y feliz, aún si fuera el mayor bien para el amante en la vida terrena - aun así no es amor verdadero.
No sólo el célibe debe pertenecer exclusivamente a Dios, también la persona que está unido por amor a una mujer o un hombre. No buscará primero complacer a su esposa, sino luchará por que su amor complazca a Dios. Consecuentemente, no es la esposa quien le enseñará al esposo cómo debe amarla, o el esposo a su esposa, o el amigo al amigo, o los asociados a los asociados, sino es Dios quien le enseñará a cada individuo cómo debe amar. Sólo cuando la relación con Dios determina aquello que es amor se previene al amor de ser una ilusión o auto engaño.
El amor que no lleva a Dios, el amor que no tiene como única meta llevarnos al amor de Dios, tal amor eventualmente llega a un callejón sin salida. Más aún, escapa la colisión máxima y más terrible: en la relación amorosa hay una diferencia infinita entre el concepto del amor de Dios y el nuestro. Una concepción puramente humana del amor jamás podrá comprender que cualquiera, al ser amado tan completamente posible por otra persona, pueda interponerse en el camino de esa persona. Y, sin embargo, como se entiende Cristianamente, esto es muy posible, pues ser amado así puede ser impedimento para la relación de uno con Dios. ¿Entonces qué debe hacerse? Cristo sabe cómo quitar la colisión sin quitar el amor. Demanda este sacrificio (en muchos casos, el mayor sacrificio posible): estar dispuesto a aceptar que la recompensa de tu amor es ser odiado. Cuando sea que alguien sea amado de tal forma que se ponga en peligro la relación del otro con Dios, hay una colisión. Y cuando esta colisión ocurre, está el requisito de un sacrificio que no puede ser humanamente comprendido. Pues el punto de vista Cristiano es este: amarse uno mismo verdaderamente es amar a Dios; amar verdaderamente a otra persona es, aún si lleva a ser odiado, ayudar a la otra persona a amar a Dios.
El mundo no parece entender que un amor aparte de Dios es una quimera. Pues solo Dios es amor. Donde está el amor, Dios no sólo se vuelve un tercero sino esencialmente se vuelve el único objeto amado, de tal forma que el esposo no es el amado de la esposa, sino es Dios, y es la esposa quien es ayudada por el esposo a amar a Dios, y viceversa. La relación amorosa es una relación triangular de: el amante, a quien se ama, y el amor - y no el amor por sí mismo, sino el amor en Dios. Pues finalmente es Dios quien ha puesto el amor en nosotros, humanos, y es Dios quien finalmente decidirá qué es el amor.
En asuntos de amor no toma nada de tiempo ser engañado. Es tan fácil tener una imagen rápida y engañosa de lo que es el amor y satisfacerse con el engaño. Es aún más fácil que unas cuantas personas se asocien en amor propio, buscándose y admirándose a sí mismos hasta el final. Pero si tu propósito más alto y máximo es tener una vida fácil y sociable, no tengas nada que ver con Cristo o su amor. Huye de él, pues él hará lo exactamente opuesto. Él hará tu vida difícil y lo hará precisamente haciéndote estar solo ante Dios.
Así, cuando un amigo, quien amas, u otros amantes y asociados noten que quieres aprender de Cristo lo que es el amor en lugar de aprenderlo de ellos, no te sorprenda cuando te digan "Ahórratelo. Deja esa excentricidad. ¿Por qué tomarse la vida tan en serio? Deja la lucha y vivamos una vida hermosa, rica y plena en amistad y gozo." Y si te entregas a estas sugerencias de falsa amistad, seguramente serás amado y alabado por ello. Pero si no, si al amar no eres traidor ni a Dios ni a ti ni a los otros, espera que tu amor sea rechazado y ser llamado egoísta. Aún si no dices cosa alguna, los otros notarán que en tu vida, si está verdaderamente relacionada con la demanda de Dios, hay una admonición, una demanda para ellos. Eso es de lo que se quieren deshacer.
¿Cuántos se han corrompido - en el entendimiento divino - por tal amistad, o por el amor de una mujer, simplemente porque, defraudados por su relación con Dios, se vuelven demasiado apegados a ellos mientras ellos alaban incansablemente este amor? ¿Cuántos tienen familiares y amigos corrompidos por su amor porque consiguieron que olvide su relación con Dios y la cambiaron en algo que la gente pueda celebrar, admirar, sin ser sensibles a la admonición de cosas superiores?
No apeles entonces, al juicio de otros para demostrar tu amor. El juicio humano tiene validez sólo mientras está de acuerdo con la demanda de Dios. No hay amor entre una persona y otra que pueda, en y por sí mismo, ser perfectamente feliz, perfectamente seguro. Aún el amor más feliz entre dos personas tiene un peligro, el peligro de que este amor terrenal pueda volverse tan intenso, tan importante, que la relación con Dios sea impedida. Debes siempre vigilar con aprensión, a menos que este peligro se apodere de ti, a menos que tú también olvides a Dios, o que quien amas lo olvide. Tal aprensión quizá se traduzca en ser odiado por quien amas. Pero sólo Dios, quien es la verdadera y única fuente de amor, es continuamente feliz, continuamente el bendito objeto de amor. No debes, por ello, vigilar con demasiada aprensión; tan solo vigila con adoración.
-Ama a la persona que ves-
Amar a alguien más a pesar de sus debilidades y errores e imperfecciones no es un amor perfecto. No, amar es encontrar en la otra persona lo digno de ser amado a pesar de y junto con sus debilidades e imperfecciones. Entendámonos.Supón que hay dos artistas, y uno dice, "He viajado mucho y visto mucho en el mundo, pero he buscado en vano a alguien digno de ser pintado. No he encontrado un rostro con tal perfección y belleza que me decida a pintarlo. En cada rostro he encontrado una u otra falla. Por ello mi búsqueda ha sido en vano." ¿Diríamos que éste es un gran artista? Por contraste, el segundo dice, "Bueno, no pretendo ser un artista muy bueno, si es que soy uno en lo absoluto; ni tampoco he viajado tanto. Pero mientras he estado en el pequeño círculo más cercano a mí, no he encontrado un rostro tan insignificante o lleno de fallas que no pudiera encontrarle un lado más bello y descubrirle algo glorioso. Por ello soy feliz en el arte que practico, aún si no clamo ser un artista." ¿No nos indicaría que precisamente es él el artista, quien, trayendo cierto algo con él, encontrara así lo que el otro artista que tanto ha viajado no ha encontrado en todo el mundo porque quizá no ha traído ese cierto algo con él? ¿No sería este segundo el verdadero artista?
Es un enredo triste, demasiado frecuente, hablar y hablar de cómo el objeto de amor debe existir antes de que pueda ser amado. La tarea no está en encontrar el objeto de amor, sino encontrar el objeto ante ti digno de ser amado - sea dado o elegido - y ser capaz de seguir encontrando este objeto digno de amor, sin importar si esa persona cambia. Amar es amar a la persona que uno ve. Como el apóstol Juan nos recuerda: "Aquel que no ama a su hermano a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto" (1 Juan 4:20)
Considera como Cristo miraba a Pedro, quien negó a Jesús. ¿Era una mirada de repulsión, de rechazo? No. Era la mirada que una madre da a su niño cuando el niño está en peligro por su propia indiscreción. Como no puede aproximarse y llevarse al niño del peligro, lo atrapa descuidado con una mirada salvadora de reproche. ¿Estaba, pues, Pedro en peligro? Tristemente, no entendemos qué tan serio es que uno traicione a su amigo. Pero en la pasión de la ira o la pena el amigo lastimado no puede ver que es el que le ha negado el que está en peligro. Sin embargo, el Salvador veía claramente que era Pedro quien estaba en peligro, no él, y que era Pedro quien necesitaba ser salvado. El Salvador del mundo no cometió el error de considerar su causa como perdida porque Pedro no se apresuró a ayudarlo. Más bien, vio a Pedro perdido si no se apresuraba a salvarlo.
El amor de Cristo por Pedro era tan ilimitado que amando a Pedro consiguió amar a la persona que uno ve. No dijo "Pedro, primero debes cambiar y convertirte en otro hombre antes de que vuelva a amarte" No, dijo lo opuesto: "Pedro, tú eres Pedro, y te amo; el amor, si es que cualquier cosa, será lo que te haga ser una persona distinta." Cristo no rompió su amistad con Pedro, y luego la renovó con él cuando se convirtió en un hombre diferente. No, perseveró en la amistad y de esta forma ayudó a Pedro a convertirse en un hombre distinto. ¿Crees que Pedro habría triunfado sin un amor tan fiel?
Nosotros tontamente pensamos que cuando una persona ha cambiado para mal quedamos exentos de amarle. Qué confusión del lenguaje: estar exento de amar. ¡Como si fuera un asunto de compulsión, un lastre que se desea arrojar! Si de tal forma ves a la persona, entonces no la ves en realidad; sólo ves indignidad, imperfección y admites que, por ello, cuando lo amaste no lo veías como realmente es, sino solamente su excelencia y perfección. El amor verdadero es un asunto de amar a la persona que ves. El énfasis no está en amar las perfecciones, sino en amar a la persona que ves, sin importar qué perfecciones o imperfecciones posea esa persona.
Aquel que ama las perfecciones que ve en una persona no ve a la persona, y por ello no ama en realidad, pues tal persona cesa de amar tan pronto como cesan las perfecciones. Pero aun cuando los cambios más drásticos ocurren, la persona no deja de ser. El amor no queda en una bóveda del cielo, pues viene del cielo y con el cielo. Desciende y por ello logra amar a la misma persona a través de sus cambios, buenos o malos, porque ve a la misma persona en todos su cambios. El amor humano está siempre persiguiendo las perfecciones de quien se ama. El amor Cristiano, sin embargo, ama a pesar de las imperfecciones y debilidades. En cada cambio el amor sigue con él, amando a la persona que ve.
Tristemente, hablamos de encontrar a la persona perfecta para amarla. El Cristianismo nos enseña que la persona perfecta es aquella que ama ilimitadamente a la persona que ve. Como humanos siempre vemos hacia arriba, al objeto perfecto, Cristo, en su amor, mira a la tierra y ama a la persona que ve. Entonces, si deseas ser perfecto en el amor, lucha por amar a la persona que ves, tal como la ves, con todas sus imperfecciones y debilidades. Ámale como le ves cuando haya cambiado por completo, cuando ya no te ame, cuando quizá se vuelva indiferente o vaya a amar a alguien más. Ámale tal cual le ves cuando te traicione y te niegue. Ama a la persona que ves y ve a la persona que amas.
-La necesidad oculta del Amor-
El amor es como un manantial que atrae con la persuasión
murmurante de su borboteo. El caudal casi suplica que uno siga en el camino, y
sin embargo no desea ser descubierto o que su secreto sea revelado. El amor es
como los rayos del sol que nos invitan a observar la gloria del mundo pero
castigan con el reproche de la ceguera al presuntuoso que, inquisitiva e
imprudentemente, trate de descubrir el origen de la luz. El sufrimiento siempre
es más doloroso cuando el cirujano penetra en las partes más ocultas y vitales
del cuerpo. De la misma forma, el sufrimiento es más doloroso y devastador
cuando alguien, en lugar de regocijarse en las obras del amor, quiere tener el
placer de penetrarle, inquietándole.
La vida secreta del amor, en sus profundidades más internas,
es incomprensible, y aún así tiene una relación sin límites con toda la
existencia. Como el lago tranquilo que se alimenta con el flujo de manantiales
ocultos, que ningún ojo ve, así el amor humano está cimentado en el amor de
Dios. Si no hubiera manantial en el fondo, si Dios no fuese amor, no habría
lago ni amor humano. Tal como las aguas quietas comienzan en la oscuridad del
manantial profundo, así nuestro amor misteriosamente comienza en el Amor de
Dios.
La vida del amor está oculta, y sin embargo, esta vida
oculta está en sí misma en movimiento y tiene lo eterno en sí misma. Tal como
las aguas tranquilas, sin importar qué tan quietamente yazcan, en realidad están
corriendo, de tal forma el amor fluye, sin importar qué tan quieto esté en su
ocultamiento. Pero estas aguas tranquilas pueden secarse si el manantial se
detiene; por otra parte, la vida del amor, tiene un manantial eterno. Esta vida
es fresca y eterna. No hay frío que pueda congelarla - es demasiado cálida para
eso; y no hay calor que pueda secarla - es demasiado fresca por sí misma para
eso. Por ello no inquietemos su existencia oculta o nos entreguemos a meras
observaciones o introspecciones.
Esta vida oculta del amor sólo puede conocerse por sus
frutos. Si, en el amor está la necesidad de ser reconocible por sus frutos. ¡Qué
hermoso es esto - aquello que identifica la pobreza más profunda también
significa la riqueza más grande! Necesitar tener necesidad y ser como un
mendigo -¡qué tan reticentemente queremos que esto se diga de nosotros! Sin
embargo le hacemos el cumplido más grande cuando decimos de un poeta "Para
él es una necesidad escribir". Tristemente, aún la persona más necesitada
tiene una vida rica en comparación con la única persona verdaderamente pobre,
¡quien vivió toda su vida y nunca sintió la necesidad de nada! El tesoro más
grande del amor es necesitar a quien se ama. Es la riqueza más grande y
verdadera necesitar a Dios. ¡Pregúntale al amante, o al creyente, si podrían
deshacerse de su necesidad! Lo mismo es con el reconocimiento del amor por sus
frutos. Sería la tortura más grande si el amor necesitara permanecer oculto, no
ser reconocido. ¿No sería como si una planta, sensible al vigor y la bendición
de la propia vida, no se atreviera a dejarse conocer y guardase la bendición
para sí?
Un árbol, como dijo Jesús, es conocido por sus frutos. Pero
también se dice de ciertas plantas que deben formar un corazón. Lo mismo puede
decirse del amor de una persona; si verdaderamente dará frutos y será
reconocido por ellos, debe formarse un corazón. El amor, para estar seguro,
procede del corazón, pero no dudemos que es el propio amor el que forma este
corazón. Es la condición esencial para poder dar el fruto del amor.
Tal como el propio amor no debe ser visto, tampoco es
conocido por una expresión única. No hay palabra, ni la más sagrada, que pueda
garantizar que en nosotros haya amor. De la misma forma, no hay hazaña, ni
siquiera la más grande, de la que nos atrevamos a anunciar: Quien haga esto
seguramente está demostrando amor. No, depende de cada uno de nosotros cómo se
lleva a cabo dicha hazaña. Es verdad, hay actos especiales que llamamos obras
del amor. Pero solo porque hacemos
contribuciones caritativas, o visitamos a aquellos en prisión y alimentamos a
los pobres no quiere decir necesariamente que tenemos amor. Sí, es muy posible
hacer obras de amor con una falta de este e incluso, hacerlas solo por amor
propio. Cuando son así, estas "obras de amor" son vanas.
Consecuentemente, cómo se diga algo, qué signifique y cómo se lleve a cabo esta
obra son el factor decisivo para determinar y reconocer el amor verdadero. Sin
embargo, aún en esto no hay nada, no hay una "forma determinada" que
garantice incondicionalmente que sea amor o no.
Sí, el amor es conocido por sus frutos. Esto no quiere decir
que nos debemos ocupar en juzgarnos los unos a los otros. ¡Por ningún motivo! Aún
si el amor es reconocible por sus frutos, no exijamos, juzgando impaciente y
suspicazmente, ver siempre estos frutos en nuestras relaciones con otros.
Debemos creer en el amor. Esta es la primera y última cosa que debe ser dicha
del amor si quieres saber lo que es. Pues dónde está el amor si hay una
desconfianza miserable que insiste en ver los frutos. Si la desconfianza ve
algo como menos de lo que realmente es, entonces el amor ve algo mayor a lo que
realmente es. No olvides que es una bendición mayor creer en el amor. Por ello,
la evidencia última, más bendita y absolutamente convincente del amor sigue
siendo: el propio amor, que es conocido y reconocido por el amor del uno al
otro. Lo semejante es solamente conocido por lo semejante. Solo aquel que
resiste en el amor puede reconocer el amor, y de la misma forma hacerse
reconocer en su amor.
-El amor edifica-
Edificar es construir algo desde abajo. Todo el mundo sabe
lo que son los cimientos de una casa. Pero hablando espiritualmente, ¿cuáles
son los cimientos de la vida del espíritu? Es el amor. El amor es el origen de
todo, y el amor es el terreno más profundo de la vida del espíritu.
Los cimientos - el amor - yacen en cada persona en quien hay
amor. Y el edificio a construirse, es el amor. El amor es el que edifica. El
amor construye, y cuando construye, construye amor. El amor es el terreno; el
amor es la construcción; el amor construye. Edificar a otro es edificar amor, y
es el amor el que hace la construcción. El amor es el terreno y edificar
precisamente significa construir del terreno hacia arriba.
Cuando hablamos sobre las obras del amor, quiere decir que
implantamos amor en el corazón del otro o presuponemos que el amor está en el
corazón del otro y con esta presuposición construimos amor en él. Uno de los
dos debe existir para construir amor. ¿Pero puede una persona implantar amor en
el corazón de otro? No. Solamente Dios, el creador, es quien puede implantar
amor en una persona, él que es en sí mismo amor. Todo celo energético y auto
afirmativo en este sentido, todo pensamiento de crear amor en otra persona ni
construye ni es en sí mismo constructivo. Es impensable. No, el verdadero amor
presupone que hay amor en el corazón de la otra persona, sin importar qué tan oculto,
y por esta presuposición es que el amor construye - del suelo para arriba.
El amor no es lo que tratas de hacer para transformar a la
otra persona o lo que haces para forzar al amor a surgir en ella; es más bien cómo
te forzas a ti mismo. Solo la persona que carece de amor se imagina capaz de
construir amor forzando al otro. El verdadero amante siempre cree que el amor
está presente; precisamente de esta forma es que construye. Solo de esta forma
incita al bien; "hace amor" con amor; construye lo que ya está allí.
Pues el amor solo puede ser y será tratado de una sola forma - presentando el
amor.
Presentar el amor al amor significa creer que el amor ya
existe en la base. El constructor puede señalar su obra y decir, "Esta es
mi obra." Pero el amor no tiene nada a lo que apuntar, pues su obra
consiste sólo en presuponer. Y si un amante consiguiera (presuponiendo) en
construir amor en otra persona, cuando la construcción se levante, debe hacerse
a un lado y humildemente decir, "Verdaderamente, sabía que estaba allí
todo este tiempo." Tristemente, el amor no tiene mérito alguno, pues el
edificio del amor no se erige como monumento a la habilidad del constructor o,
como el estudiante, como recordatorio de la instrucción del profesor. Aquel que
ama no consigue cosa alguna; tan sólo presenta el amor que ya estaba ahí. El
amante trabaja callada y sinceramente, y sin embargo son los poderes de lo
eterno, no la fuerza de su amor, los que son puestos en marcha. La humildad en
el amor es el secreto de su poder.
El amor se hace imperceptible a sí mismo, especialmente
cuando trabaja con mayor esfuerzo. En la obra del amor, nuestra labor se reduce
a nada. La construcción del amor puede, entonces, ser comparada con la obra de
la naturaleza. Mientras dormimos, las fuerzas vitales de la creación continúan.
Nadie sabe cómo es que siguen, aunque todos se deleitan con la belleza de la
pradera y la profusión de frutos en el campo. Esta es la forma en que el amor se
lleva a cabo. Presupone que el amor está presente, como el germen en el centro
del grano y si consigue traerlo a fruto, el amor es modesto, tan imperceptible
como cuando trabajaba día y noche.
Por ello, "El amor es paciente". Paciencia
significa perseverar en la creencia de que el amor está fundamentalmente
presente. Aquel que considera que el otro carece de amor quita el terreno y,
por ello, no puede construir. El amor construye con paciencia. Tampoco "es
irritable, ni guarda resentimientos", pues, finalmente, la irritabilidad y
los resentimientos impiden el amor en el otro. De hecho, el amor soporta las
incomprensiones, ingratitudes e iras del otro.
"El amor no insiste en su propia forma", ni
tampoco "se regocija con el mal." Quien busca su propia forma aparta
todo lo demás a un lado. Destruye para hacer espacio para su propia forma, la
que quiere construir. Sí, de quien busca destruir debe decirse que se regocija
con el mal. Pero el amor se regocija en saber que el amor ya está presente; por
ello construye. "El amor soporta todo." Cuando decimos de alguien muy
saludable que puede comer o beber cualquier cosa, queremos decir que su fuerza
toma nutrientes incluso de la comida más pobre. De la misma forma que el amor
soporta todo, presuponer continuamente que el amor esta fundamentalmente
presente, a pesar de la resistencia- y por ello construye.
"El amor cree en todo." Si, creer en todo quiere
decir creer que el amor está allí - aun si no es aparente, aun si lo opuesto
puede verse. La desconfianza quita los propios cimientos. A diferencia del
amor, la desconfianza no puede construir. "El amor espera todo." A
pesar de las apariencias de lo contrario, el amor confía firmemente que el amor
eventualmente se mostrará, aun en el confundido, desviado o perdido. El amor del
padre ganó nuevamente al hijo pródigo porque lo esperaba todo, creyendo que el
amor estaba fundamentalmente presente. ¿Qué más puede decirse? "El amor lo
soporta todo. No es celoso o presuntuoso, no es arrogante o grosero; no se
irrita o guarda resentimientos..."
El amor construye simplemente porque sabe más allá de toda
duda que el amor está presente. ¿Acaso tú, mi escucha, no has experimentado
esto? Si cualquier persona te ha hablado de tal forma o ha actuado de tal forma
que te has sentido construido, ¿no ha sido porque sentiste de forma muy vívida
que él o ella presuponían al amor presente en ti? Sabemos que nadie puede entregarle
el terreno de amor al corazón de otra persona. El amor es el terreno, y
construimos de este hacia arriba, tan solo presuponiendo al amor. Quita al
amor, deja de presuponer - entonces no hay nadie que pueda construir o que
pueda ser construido.
-El amor es igual por igual-
Jesús dice, "Si, pues, vosotros perdonáis a los hombres
sus ofensas, vuestro padre celestial os perdonará también." (Mateo. 6:14). Esto es decir, el perdón
es perdón. Tu perdón a otro es tu propio perdón; el perdón que das es el perdón
que recibes. Si de todo corazón perdonas a tu enemigo, puedes atreverte a tener
esperanza en ser perdonado, pues es uno y lo mismo. Dios no te perdona ni más
ni menos que lo que tú perdonas a quienes te ofenden.
Es una ilusión imaginar que tendrás perdón mientras eres
flojo en perdonar a otros. No, no hay un acuerdo más exacto entre el cielo
arriba y su reflejo en el mar abajo, que el que hay entre el perdón dado y
recibido. ¿No es puro engaño creer en tu propio perdón cuando no perdonas a
otros? ¡¿Pues cómo en verdad puedes creer en ser perdonado si tu propia vida es
un rechazo a la existencia del perdón?! Sí, acusar a otra persona ante Dios es
ser acusado tú mismo, igual por igual.
Las personas tan felizmente se engañan a sí mismas,
gustosamente imaginan que puede tener, como si fuera, una relación privada con
Dios. Pero si te quejas de tus enemigos ante Dios, él no hace mucho y abre un
caso en contra tuya, pues ante Dios, tú también eres una persona culpable.
Quejarte de otro es quejarte contra ti. Crees que Dios debe estar de tu parte,
que Dios y tú juntos deben volverse contra tu enemigo, contra aquel que te ha
hecho mal. Pero esto es un total malentendido. Dios mira sin discriminación a
todos. Adelante. Si tratas de que Dios juzgue a alguien más, entonces haces que
Dios te juzgue a ti también. Dios es igual por igual, simultáneamente tu juez.
Sin embargo, si rechazas acusar a alguien ante Dios, él tendrá misericordia de
ti.
Permíteme iluminar esto con un ejemplo. Hubo un criminal que
había robado un dinero, incluyendo un billete de cien dólares. Quería cambiarlo
a billetes menores y acudió a otro criminal para que le ayudara. El segundo
criminal tomó el dinero, fue a la habitación de al lado como si fuera a
cambiarlo, y luego volvió y se comportó como si nada hubiera pasado. En pocas
palabras, estafó al primer criminal y le quitó su billete de cien dólares. El
primer hombre se enfureció tanto por esto que llevó el caso a las autoridades y
reportó como, sin vergüenza alguna, le habían engañado. Naturalmente el segundo
hombre fue apresado bajo el cargo de fraude. Sin embargo, en el juicio la
primer pregunta que las autoridades hicieron fue: ¿cómo obtuvo el dinero la
parte acusadora en primer lugar? Y así hubo dos juicios. De tal forma es
respecto a Dios. Cuando acusas a otra persona, inmediatamente hay dos casos;
tan solo porque has ido a reportar a otra persona ante Dios, Dios se pregunta cómo
es que esto te involucra a ti.
Igual por igual. Sí, Cristo es tan riguroso que incluso lo
afirma con una desigualdad radical. Dice "¿Por qué ves la pajuela que está
en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que está en tu ojo?" (Mateo. 7:3). Y aún si no ves la viga, aún
si nadie la ve - Dios la ve. ¿No es acaso rigurosidad lo que convierte al
insecto en elefante? Pero si verdaderamente tratas de entender cómo es que Dios
está presente en todo, entonces serás capaz de entender su rigurosidad, verdaderamente
te darás cuenta que ser capaz de ver la pajuela en el ojo de tu hermano siempre
es alta traición. Dios está siempre presente, y si está presente, ¡también te
ve a ti! ¡Qué riguroso es este igual por igual Cristiano! El igual por igual
del mundo es: asegúrate de que, a la larga, hagas a los otros lo que ellos te
han hecho a ti. Pero el igual por igual Cristiano es: como lo hagas con otros,
Dios lo hará contigo de la misma forma. Entendiéndolo Cristianamente, lo que
otros te hagan no debe ocuparte. Debes ocuparte con aquello que hagas a otros y
con la forma en que recibes lo que otros te hacen a ti. La dirección es
interior; esencialmente sólo debes responder contigo ante Dios. Amar a los
seres humanos es amar a Dios y amar a Dios es amar a los seres humanos. Lo que
hagas a otros se lo haces a Dios, y por ello lo que haces a otros Dios lo hace
contigo.
Si estás amargado contra aquellos que te han hecho mal,
entonces estás amargado contra Dios, pues finalmente es Dios quien permite que
el mal te suceda. Sin embargo, si gustosamente aceptas los males como
provenientes de la mano de Dios, "como un regalo bueno y perfecto",
no tendrás resentimientos. Si no puedes perdonar, entonces esencialmente
quieres otra cosa, quieres hacer a Dios duro de corazón. ¿Cómo, pues, te
perdonará este Dios duro de corazón? Si no puedes soportar las ofensas que se
cometen contra ti, ¿cómo soportará Dios tus pecados contra él? No, es igual por
igual.
Dios es en sí mismo la traducción pura de cómo eres tú
mismo. Si hay ira en ti, entonces la ira de Dios está sobre ti; si hay calma y
misericordia en ti, entonces Dios es misericordioso contigo. Sabes muy bien de
ese eco que yace en la soledad. Corresponde exactamente, oh, tan exactamente,
con cada sonido, con el menor de los sonidos, y lo duplica, oh, tan
exactamente. Si hay una palabra que no te gustaría escuchar dicha a ti,
entonces cuídate de decirla. Cuídalo bien, a menos que se te escape en
solitario, pues el eco lo duplica inmediatamente y te lo dice a ti. Si nunca
has estado en solitario, tampoco has descubierto nunca que Dios existe. Pero si
has estado verdaderamente en solitario, entonces has aprendido que todo lo que
digas y hagas a otros seres humanos, Dios simplemente lo repite. Lo repite con
la intensificación del infinito.
-El amor resiste - ¡para siempre!-
Aquel que verdaderamente ama nunca se aleja del amor. No
puede llegar al punto de quiebra. Aun así, ¿es posible prevenir por siempre un
rompimiento en una relación entre dos personas, especialmente cuando el otro se
ha rendido? Ciertamente uno no lo pensaría así. ¿No es suficiente con uno de
los dos para que se rompa una relación? En cierto sentido, así es. Pero si el
amante está determinado a nunca alejarse del amor, puede prevenir el
rompimiento, puede realizar el milagro; pues si persevera, un rompimiento total
nunca podrá ocurrir realmente.
Al resistir, aquel que ama trasciende el poder del pasado.
Transforma el rompimiento en una nueva relación posible, una posibilidad
futura. El amante que resiste pertenece al futuro, a lo eterno. Desde el ángulo
del futuro, el rompimiento no es realmente rompimiento, más bien es una
posibilidad. Pero se necesitan los poderes de lo eterno para esto. El amante
debe resistir en el amor, de otra forma el corazón dolido aún tiene el poder de
mantener vivo el rompimiento.
¿Cómo puedo describir esta obra del amor; esta obra que
transforma el pasado en el futuro? ¡Oh, que pueda ser infatigable en describir
aquello que al reflexionarse sea indescriptiblemente gozoso y tan edificante!
Consideremos lo siguiente. Se alcanza el punto de quiebra
entre dos amantes. Fue un malentendido; uno de ellos rompió la relación. Pero
el amante dice, "Resistiré" – y por ello aún no hay rompimiento
final. Imagina una palabra compuesta a la que le falta la última palabra. Solo
está la primer palabra y el guion. Imagina, entonces, esa primer palabra y el guion
de una palabra compuesta. ¿Qué dirías? Dirías que la palabra está incompleta,
que le falta algo. Es lo mismo con aquel que ama. El amante entiende que la
relación que el otro considera rota es una relación que aún no se ha
completado. Aunque le falta algo, aun así no es un rompimiento total. Todo
depende de cómo se considere la relación, y el amante - resiste.
Nuevamente, la relación llega a un punto de quiebra. Hay una
discusión que los separa. Uno rompe y dice "Todo se ha terminado entre
nosotros." Pero el amante resiste: "No, no todo está terminado entre
nosotros. Aún estamos a mitad de la frase; es solo la frase la que está
incompleta." ¿No es así? ¿Qué diferencia hay entre una frase incompleta y
algo que llamamos fragmento porque sabemos que nada más vendrá? Si alguien no
sabe esto, dice que la frase no ha sido completada. Es verdad, desde la
perspectiva del pasado, uno puede decir, "Es un fragmento roto."
Desde el punto de vista del futuro, sin embargo, esperamos la siguiente parte,
y decimos, "La frase no está completa: aún le falta algo."
Quizás sea una discordia, un enfriamiento, o indiferencia lo
que los separa. Uno hace el rompimiento diciendo, "Ya no hablo con esa
persona. Ya no le veo más." Pero aquel que ama dice: "Resistiré. Nos
volveremos a hablar, porque el silencio a veces también es parte de una
conversación." ¿Acaso no es así? Aún si pasan tres años desde que se hablaron,
no hace la menor diferencia. Si vieras a dos personas sentadas en silencio una
junto a la otra y no supieras nada más, ¿concluirías por ello que han pasado
tres años desde que se hablaron? ¿Puede alguien determinar cuánto dura el
silencio para poder decir, ya no hay conversación? ¿La danza termina porque una
bailarina se haya ido? En cierto sentido, sí. Pero si el otro aún sigue en la
posición que expresa una espera por aquella que se marchó, y si no sabes nada
del pasado, entonces dirás, "Pues la danza comenzará tan pronto como
regrese" Deja el pasado fuera de la cuestión; ahógalo en el perdón de lo
eterno por el amor que resiste. ¡El fin es el principio y no hay rompimiento!
Y así una relación llega al punto de quiebra, y uno termina
la relación. Fue terrible; odio, eterno e irreconciliable odio llena el alma
del otro. "Nunca más veré a esa persona. Nuestros caminos están separados
para siempre; la insondable profundidad del odio yace entre nosotros."
Para él el mundo es demasiado pequeño para albergarlos a ambos; para él es una
agonía respirar en el mismo mundo donde vive quien odia. Se estremece al pensar
que la eternidad los albergará a ambos. Pero aquel que resiste en el amor.
"Resistiré", dice. "Por lo cual aún estamos juntos en el camino
de la vida." ¿Y no es así? Cuando dos esferas chocan de tal forma que una,
simplemente por rechazo, lleva a la otra por su trayectoria, ¿no están acaso en
el mismo camino? Que suceda por rechazo no puede ser visto; pues eso es algo
pasado que tendría que saberse. Pero aquel que verdaderamente ama va más allá
del pasado. Resiste, incluso resiste en el camino de aquella que le odia. Por
ello no hay rompimiento.
¡Qué fuerza tan maravillosa tiene el amor! La palabra más
poderosa que se haya dicho, la palabra creativa de Dios es: "Se".
Pero la palabra más poderosa que un humano puede decir es "Resisto". Reconciliado
consigo mismo y con su conciencia, el que ama va sin defensa alguna a la
batalla más peligrosa. Tan sólo dice: "Resisto." Pero conquistará,
conquistará por su resistencia. No hay malentendido que no pueda ser
conquistado por su resistencia, no hay odio que pueda, finalmente, detener su
resistencia - en la eternidad, sino es que antes. Si el tiempo no puede
hacerlo, al menos lo eterno vencerá el odio del otro. Sí, lo eterno abrirá sus
ojos al amor. De esta forma el amor nunca fracasa - resiste.
-Cuando el amor está seguro-
Solo cuando es un deber amar, solo así está el amor
eternamente seguro; seguro contra los ataques del cambio, eterna y felizmente
seguro contra la desesperación. Sin importar qué tan gozoso, feliz,
indescriptiblemente confiado, instintivo y dedicado, espontáneo y emocional
pueda ser el amor - aun así necesita establecerse de forma más segura, en la
fuerza del deber. Sólo en la seguridad de lo eterno es que puede echarse fuera
toda ansiedad. Pues en el amor espontáneo, sin importar qué tan confiado sea,
aun así se tiene ansiedad, un temor por la posibilidad del cambio. Sin embargo
en el deber está decidido por siempre; el amor de uno está seguro por siempre.
Cualquier otro amor puede cambiar en otra cosa.
El amor emocional, espontáneo puede transformarse, por
ejemplo, en su opuesto, en el odio o por una especie de combustión espontánea
volverse celos. De ser la felicidad más grande puede convertirse en el mayor
tormento. El calor del amor espontáneo es tan peligroso - sin importar qué tan
grande sea su pasión - que rápidamente puede convertirse en fiebre venenosa.
Lo peor de todo es cómo el amor espontáneo puede cambiar
gradualmente con el paso de los años - como el fuego gradualmente se consume a
sí mismo. El amor humano puede perder su ardor, su gozo, su deseo, su poder
creativo, su frescura viviente. Como el río que surge de la roca y se dispersa
hasta la ciénaga de aguas muertas, de tal forma el amor se agota en la tibieza
y la indiferencia del hábito. Tristemente, de todos los enemigos el hábito es
quizá el más astuto. Es suficientemente astuto para no dejarse ver, pues quien
puede ver al hábito por lo que es, se salva de este. El hábito no es como otros
enemigos que podemos ver y contra los que luchamos y nos defendemos. La lucha
en realidad es contra nosotros - por verlo. ¡Ah, qué tan difícil es esta lucha!
Hay una criatura acechante, conocida por su astucia que
silenciosamente cae sobre aquel que duerme. Mientras chupa la sangre de su
presa dormida, lo abanica y enfría, haciendo el sueño más agradable. Así es
como sucede con el hábito - ¡o quizá incluso peor! Pues el vampiro busca su
presa entre los que duermen, pero no tiene forma de dormir a aquellos que están
despiertos. El hábito, sin embargo, es muy hábil en esto. Se arroja,
arrullando, a una persona, y luego le chupa la sangre mientras gentilmente le
abanica y hace su sueño mucho más agradable.
De esta forma el amor humanamente inspirado puede convertirse
en algo más y volverse irreconocible. Tal es la forma del hábito. Y cuando nos
damos cuenta de cuánto nos ha cambiado el amor dicho hábito, anhelamos
repararlo, pero no sabemos exactamente cómo. No sabemos a dónde ir para
adquirir un nuevo combustible para reencender nuestro amor. Podemos
desesperarnos y fatigarnos por no poder hacer que arda la llama nuevamente. Qué
tristeza es encontrar a un hombre en pobreza que alguna vez vivió prósperamente,
y, sin embargo, ¡qué mayor tristeza es ver a un amor de inspiración humana casi
convertido en asco!
Sin embargo, el amor genuino, el amor transformado y
sustentado por lo eterno nunca se dejará caracterizar por el hábito; el hábito
no puede apoderarse de él. A aquello que se dice de la vida eterna, que no hay
lágrimas ni llantos, uno puede añadir: no hay hábito. Si buscas salvar tu alma
o tu amor de la astucia del hábito - aun cuando la gente cree ciegamente que
hay otras formas de mantenerse despierto y seguro - debes atender al deber de
lo eterno. Solamente esto podrá preservarte. Solamente esto mantendrá tu amor
con vida. Deja que el trueno de cien cañones te recuerden tres veces al día de
resistir a la fuerza del hábito. Haz que un amigo te recuerde cada vez que te
vea. Ten una esposa quien, con amor, te lo recuerde mañana y noche - ¡pero ten
cuidado de que esto no se vuelva un hábito! Pues puedes acostumbrarte a
escuchar el trueno de cien cañones de tal forma que oigas las cosas más
triviales e insignificantes con mayor claridad que el ruido tronante afuera.
No, solo el deber eterno y la escucha atenta pueden salvarte del hábito.
Observa, la pasión inflama, la sagacidad mundana enfría,
pero ni este calor ni este frío ni la mezcla es el aire puro de lo eterno. Hay
algo feroz en su calor y algo afilado en su frío, y en la mezcla está la
astucia inconsciente. Pero este "Debes amar" es una orden de Dios, se
lleva toda debilidad y preserva por la eternidad aquello que es fuerte. Este
deber es el elemento de salvación, purificante y elevador. Allí donde los simplemente
humanos quieren escapar, la orden continúa. Cuando lo meramente humano se
vuelve cansado e ingenioso, la orden revitaliza y da sabiduría. La orden
consume, y quema todo lo que sea débil e impuro en tu amor, pero a través de
esto podrás reencenderlo, aun cuando, humanamente considerado, todo se haya
perdido.
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