viernes, 18 de septiembre de 2015

Provocaciones - 04 - La Ansiedad y el Evangelio del Sufrimiento

LA ANSIEDAD Y EL EVANGELIO DEL SUFRIMIENTO.

-Nabucondosor-
Estas son las memorias de mi vida cuando fui una bestia y comía hierba que yo, Nabucondosor, dejo para ser conocidas por toda la gente y todas las lenguas.

¿No fue Babel la gran ciudad, la más grande de todas las ciudades del mundo? Yo, Nabucondosor, la construí. Ninguna ciudad ha sido tan reconocida como Babel, y ningún rey ha sido tan reconocido en Babel, tal es la gloria de mi majestad. Mi casa real era visible hasta los confines de la tierra, y mi sabiduría era como un acertijo oscuro que nadie podía explicar. Así que nadie podía interpretar mis sueños.

Y me llegó el mensaje de que por siete años sería transformado y me volvería una bestia que come hierba en el campo. Y escuché una voz que vino repentinamente, y fui transformado tan rápidamente como una mujer cambia de color. La hierba era mi alimento, y el rocío caía sobre mí, y nadie sabía quién era yo. Pero sabía de Babel y gritaba, "¿no es esta Babel?" Pero nadie prestaba atención a mis palabras, pues cuando hablaba sonaba como el bufar de una bestia. Mis pensamientos me aterraban, pues mi boca estaba atada, y nadie podía entender lo que decía.

Y pensé entonces: ¿Quién es este Ser Poderoso cuya sabiduría es como la oscuridad de la noche, e indescifrable como la profundidad del mar? Nadie sabe dónde reside el Todopoderoso, nadie puede señalar y decir, "Mirad, ahí está su trono." Pues él no habita en los confines de mi reino como hace mi vecino. Y tampoco reside en su templo, porque yo, yo, Nabucondosor, he tomado sus vasijas de oro y plata, he destruido su templo hasta dejarlo en ruinas.

Nadie sabe nada de él. ¿Quién es su padre, y cómo adquirió su poder, y quién le enseñó el secreto de su grandeza? No tiene consejeros de quienes uno pueda comprar su secreto con oro; no hay nadie a quien le diga, "¿Qué debo hacer?" y nadie que le diga "¿Qué haces?" No tiene espías que esperen por la oportunidad cuando uno pueda atraparlo; pues él no dice "Mañana, dice "Hoy." No hace preparaciones como un hombre, y sus preparaciones no le dan descanso al enemigo, pues él dice "Que se haga", y entonces sucede.

Es él quien me ha hecho esto. No apunta como el arquero, de forma que uno pueda huir de su flecha; no, habla y se hace. En su mano, el cerebro de los reyes es como cera en el horno ardiente, y el poder de estos es como una pluma cuando él la pesa. Y sin embargo no reside en la tierra para que pudiera quitarme Babel y dejarme un pequeño resguardo, o que me quitara todo para volverse el Ser Poderoso de Babel.

Así pensaba yo en la intimidad de mi mente, cuando nadie me reconocía y cuando mis pensamientos me aterrorizaban. Así pensaba yo del Señor. Pero pasaron los siete años y volví a ser Nabucondosor, y llamé a todos los hombres sabios para ver si alguno podía explicarme el secreto de este poder, y cómo es que me había convertido en una bestia del campo. Y todos cayeron sobre sus rostros y dijeron, "Gran Nabucondosor, ¡esto no es más que una visión, un sueño maligno! ¿Quién sería capaz de haceros algo así?" Pero mi ira fue incensada en contra de ellos e hice que los echaran por su estupidez. Pues el Señor posee todo el poder, como ningún humano lo posee, y no envidiaré su poder, sino lo alabaré.

Babel ha dejado de ser la grandiosa Babel, y yo, Nabucondosor, ya no soy Nabucondosor, y mis ejércitos no me protegen, pues nadie puede ver al Señor y nadie puede reconocerle. Aún si él viniera, los guardias darían alertas en vano, porque ya he sido como un ave en el árbol, o un pez en el agua, conocido sólo por otro pez.

Ya no deseo ser reconocido por toda Babel, pero cada séptimo año habrá un festival en la tierra, un gran festival entre la gente, y se llamará el Festival de la Transformación. Y un astrólogo será guiado por las calles y estará vestido como bestia, y llevará sus cálculos consigo, hechos trizas como un montón de paja. Y toda la gente gritará, "El Señor, el Señor, el Señor es el Poderoso. Su obra es rápida como el salto de un gran pez en el mar."

Mis días están contados, y mi dominio se ha ido como un vigía en la noche. No sé a dónde ir - si es a la tierra invisible en la distancia donde el Ser Poderoso reside, que encontraré gracia ante sus ojos, o si me quitará el aliento de vida, para volverme como un adorno desechado igual que mis predecesores, y entonces encontrará gracia en mí.

Yo, yo, Nabucondosor, he hecho esto conocido a todas las gentes y todas las lenguas, y la gran Babel llevará a cabo mi voluntad.

-La guerra interior-
Imagina a un grupo de personas que se han reunido para socializar. La conversación está fluyendo sin parar, animada, casi fuera de control. Una persona apenas puede esperar para decir su punto de vista antes de que otra termine de decir el suyo, y todos participan de forma más o menos activa como en un debate.

Entonces entra un extraño, que llega en mitad de todo esto. A juzgar por el comportamiento del grupo y el volumen de sus voces, el extraño infiere que el tema de conversación es de gran importancia. Y, sin embargo, como pasa tan frecuentemente, la conversación es sobre una mera fruslería. Con perfecta calma, pues no ha estado en el centro de la conversación, pregunta por el tema de su conversación. El extraño, por supuesto, no puede ser culpado en lo absoluto por el efecto que tiene su cuestionamiento. Tan sólo ha supuesto que lo que se discutía era algo de importancia. Pero qué efecto tan sorprendente, darse repentina cuenta de que lo que con tanta pasión había centrado la atención del grupo era tan poco importante que a duras penas puede ser puesto en palabras. Resulta ser una mera nada, y todos se molestan.

Más extraño aún es el efecto que produce la palabra de Dios cuando se escucha enmedio de la conversación mundana. Piensa en ello. En el mundo hay mucha plática de éste o aquel conflicto. Está la plática de que esta persona está en querella con aquella, de que ese hombre y esa mujer, aunque unidos en matrimonio, viven en lucha constante uno con el otro, de los desacuerdos que han empezado entre éste y aquel, de que este ha retado a aquel a una pelea, de que hay agitación en la ciudad, de que la guerra es inminente, del conflicto que los elementos de la naturaleza provocan con su temible ira. Observa, de esto se habla en todas partes, día tras día. Si hay un conflicto que reportar, siempre habrá una audiencia dispuesta a escuchar. Pero si alguno trajera a tema o mencionara la lucha y agitación que reside en cada persona con Dios - ¡qué efecto tan sorprendente! Para la mayoría de las personas tales palabras son sólo tonterías, una mera fruslería. Hay tantas otras cosas importantes qué discutir.

Viaja por todo el mundo, conoce distintas culturas, entra en conversación con diferentes personas, visítalos en sus casas, sigue sus reuniones y escucha atentamente a lo que dicen. Ahora dime si has escuchado algo dicho sobre la lucha eterna, la guerra entre Dios y el hombre, la guerra dentro del alma de cada persona. Y esta lucha es un asunto que atañe a cada persona. De hecho, no hay otra batalla que sea asunto de todas las personas.

El conflicto entre seres humanos - bueno, después de todo, hay muchos que viven sus vidas de forma principalmente pacífica sin estar en conflicto con nadie. La lucha entre personas casadas - bueno, después de todo, hay muchos matrimonios felices que viven sin mucha tensión. Y después de todo es un evento raro que un hombre sea retado a una pelea. Y aún durante la guerra, sí, aún durante la guerra más terrible, hay muchos que viven en paz. Pero este conflicto, esta batalla con Dios es un asunto que toca a absolutamente todas las personas, sea que puedan reconocerlo o no. ¡Pero cuidado con que siquiera lo menciones!

Quizá esta batalla es considerada tan sagrada y solemne que se cree que nunca debe ser discutida. Quizá es tal como Dios manifestó la creación. Dios no es directamente visible como para poder ser notado en el mundo. De hecho, la belleza de la creación atrae la atención sobre uno mismo, casi como si Dios no existiera en lo absoluto. Quizá esta lucha es como un secreto que cada persona tiene, y porque no es directamente visible, nunca se discute. En su lugar, todos hablan de todo lo demás, atrayendo la atención a sí mismos, como si esta batalla sagrada no existiera. Quizá sea así, quizá.

Pero es cierto que cada persona, cada doliente tiene la oportunidad, de una u otra forma, de darse cuenta de esta batalla. Y es este conflicto que rebasa a todos los otros. Oh, quien quiera que seas, escucha a esta lucha sagrada. Solamente esta es la lucha de la eternidad.

-La enfermedad hasta la muerte-
Tal como no hay un solo ser humano que goce de salud perfecta, de la misma forma no hay un solo ser humano que no caiga aunque sea un poco en la desesperanza. No hay un solo ser humano cuyo ser más interno esté libre de la inquietud, agitación, discordancia o ansiedad al enfrentar algo desconocido, algo con lo que no se atreve siquiera a relacionarse. Todos, de una u otra forma, están plagados con la ansiedad de una posibilidad en la vida o consigo mismos. Vamos enfermos - sin que se distinga de un malestar físico, que un médico haya diagnosticado - con una enfermedad del espíritu que de cuando en cuando, se asoma, revelándose, y con lo que es finalmente una ansiedad inexplicable.

La desesperanza difiere de aquello que usualmente llamamos enfermedad, porque es una enfermedad del espíritu. Si, por ejemplo, un médico determina que tal y cual está en buena salud, y luego esa persona se enferma, no quiere decir que el médico se haya equivocado. Bien pudo estar en lo correcto en que esa persona estaba saludable en el momento en que la revisó. Pero cuando se revela la desesperanza, se vuelve aparente que esa persona ya estaba desesperada. A diferencia de una fiebre, que viene y se va, cuando alguien cae en la desesperanza, es inmediatamente evidente que ya estaba desesperado.  Esto se debe a que la desesperanza es una característica del espíritu. Está relacionada con lo eterno, y por ello tiene algo de lo eterno en su dinámica.

Por ello, no debemos asumir que la desesperanza es algo raro. Al contrario, es muy general. Y no podemos asumir que solo porque pensamos que alguien no piensa o siente que está en desesperanza, no está en ella. Ni debemos pensar que sólo la persona que dice estar desesperado lo está. Al contrario, aquel que diga sin pretensión alguna que está desesperado está, de hecho, un poco más cerca, un paso más cerca de curarse que todos aquellos que no se consideran viviendo en la desesperanza. Sin embargo debemos hacer la concesión de que la situación normal es esta: que la mayoría de las personas viven sin estar debidamente conscientes de ser espíritu, y por esta razón toda esa llamada seguridad y contentamiento con la vida son en realidad formas de desesperanza.

¡Ah! Tanto se habla de la necesidad y miseria humanas y cómo superarlas. Tanto se dice sobre desperdiciar nuestras vidas. Pero la única vida desperdiciada es la de aquel que la ha vivido engañado por los placeres y penares mundanos, que nunca se hizo consciente, decisiva y eternamente consciente de ser espíritu, de ser un ser. O, si puedo ponerlo de otra manera, nunca se ha dado cuenta - ni ha tenido en el sentido más profundo la impresión - de que hay un Dios y que "él", en sí mismo, debe responderle y existe ante este Dios, y que este Dios sólo puede ser encontrado por medio de la desesperanza. Tristemente, tantas vidas viven en negación, decapitados por toda la eternidad. Tantos no se han dado cuenta de su verdadera identidad, se defraudan a sí mismos de esta, la más bendita de todas las realidades.

Imagina una casa que consiste de un sótano y un primer piso, diseñado de tal forma que haya, o se busque, una diferencia de clase social entre los habitantes de cada piso. Imagina que pudiéramos comparar a cada ser humano con dicha casa. El triste y ridículo hecho es que la mayoría de las personas prefieren vivir en el sótano. Cada ser humano es una síntesis de espíritu y cuerpo, lo infinito y lo finito, libertad y necesidad, destinado para el espíritu. Esta es la construcción, pero preferimos vivir en el sótano, en las categorías de los sentidos y en las abstracciones del pensamiento. No sólo preferimos vivir en el sótano, lo amamos tanto que nos indignamos si alguien nos sugiere que ocupemos esa hermosa suite que está desocupada arriba de nosotros. ¡Después de todo vivimos en nuestra casa!

Sí, tantos prefieren vivir en el sótano, en la superficie de la vida. Puedes ver sorprendentes ejemplos de esto, que lo ilustran a una escala estupenda. Toma al pensador que erige un enorme edificio, un sistema de pensamiento, uno que abarca toda la vida y la historia del mundo. Pon tu atención en su vida personal y descubrirás con asombro, como tantos otros, el increíble y ridículo hecho que aún él no vive en este enorme y costoso palacio, sino en un cobertizo al lado de este. Si decidieras señalarle este engaño, esta contradicción, se sentiría insultado. Mientras pueda completar el sistema - con ayuda de su error - no teme estar en el error. ¡Qué enfermo!

O toma a la persona industriosa que ocupadamente se asegura su vida con esta o aquella forma de confort pero en el momento de la enfermedad y pérdida física se cae a pedazos. Si te ocuparas en decirle "¿Para qué te ocupas tanto? ¿Qué diferencia hay en toda esta actividad si en cualquier momento puedes enfermarte o morir?" seguramente te insultará. Mientras esta persona se pueda mantener ocupada - sin pensar demasiado en el significado de la vida - vivir engañado es el menor de sus temores.

Todo esto es tan solo para decir que solamente porque uno sea ignorante de su propio estado de desesperación, está desesperado de todas formas, y quizá aún más. Bajo toda la ignorancia yace la desesperanza - la falta del espíritu - sea su estado uno de extinción total, una vida meramente vegetativa, o una vida llena de energía, cuyo secreto sin embargo sigue siendo la desesperanza. Cuando el hechizo de esta ilusión se rompe, cuando la vida comienza a temblar, entonces se hace evidente la desesperanza que estaba debajo todo el tiempo. Y así se entiende bien porque la gente prefiere vivir en el sótano.

-La dinámica de la desesperación-
El ser humano es esencialmente espíritu. ¿Pero qué es el espíritu? El espíritu es el propio ser. ¿Pero qué es el ser? En resumen, el ser es la síntesis de lo infinito y lo finito, de lo temporal y lo eterno, de la libertad y la necesidad. El ser es la unidad consciente de estos factores, que se relaciona consigo misma, cuya tarea es convertirse en sí mismo. Esto, desde luego, solo puede ser hecho en relación con Dios, que mantiene junta esta síntesis.

¿Cuándo se erradica la desesperanza por completo? Cuando el ser, relacionado consigo mismo y queriendo ser él mismo, se deja aterrizar desnudamente en el poder que lo ha establecido. En otras palabras, cuando se relaciona abierta y dependientemente a Dios. Trascender la desesperanza no es ni volverse finito ni volverse infinito, sino convertirse en individuo en su síntesis, que solo Dios mantiene unido. Mientras el ser no se vuelva en sí mismo de esta manera, no es él mismo. Y no ser uno mismo, tal como Dios te ha creado, es la desesperanza.

Desesperanza de Finalidad. La desesperanza tiene diferentes disfraces. Carecer la infinitud es una desesperanza de confinamiento. Consiste en asignarle un valor infinito a lo trivial y temporal. Aquí el ser se pierde por ser totalmente reducido a lo finito. La desesperanza de la finalidad se permite ser, por así decirlo, engañada de su propio ser por "los otros". Viendo la multitud de personas y cosas en su entorno, siendo ocupado con toda clase de asuntos mundanos, siendo sabio en las cosas del mundo, una persona se olvida de sí, olvida su propio nombre, no se atreve a creer en sí mismo, se encuentra a sí demasiado riesgoso, encuentra mucho más fácil y seguro ser como todos los demás, volverse una repetición, un número entre la multitud.

Ahora, esta forma de desesperanza pasa virtualmente desapercibida en el mundo. Precisamente perdiéndose a uno mismo de esta manera, una persona adquiere todo lo que se necesita para una actuación impecable en la vida cotidiana, sí, para tener un gran éxito en la vida. Uno es molido hasta ser tan suave como un guijarro. Lejos de pensar que tal persona vive en la desesperanza, es justo lo que un ser humano debería ser. Es alabado por otros; honrado, estimado, y se ocupa con todas las metas de la vida temporal. Sí, lo que llamamos terrenalidad simplemente consiste de personas que, si podemos decirlo de esta manera, se dan en empeño al mundo. Usan sus habilidades, amasan fortuna, llevan a cabo proyectos, hacen cálculos prudentes y cosas así, y quizá son mencionados en la historia, pero no son seres auténticos. Son copias. En un sentido espiritual, no tienen ser, ningún ser por el que pudieran entregarlo todo, ningún ser para Dios, sin importar qué tan dedicados sean a sí mismos de otra manera.

-La desesperación de debilidad-
La desesperación de debilidad es la desesperación de no querer ser uno mismo. Este tipo de desesperación equivale a la pasividad del ser. Su punto de referencia es lo agradable y lo desagradable; sus conceptos son la buena fortuna, la desventura y el destino. Lo inmediato es todo lo que importa. El factor determinante es lo que le sucede o no le sucede a uno mismo.

Desesperar es perder lo eterno, pero de esta pérdida quien desespera en debilidad no dice cosa alguna, ni siquiera se le cruza por la mente. Está demasiado preocupado asegurando su existencia terrena contra las privaciones innecesarias. Sin embargo, perder lo mundano no es en sí mismo desesperación, aún así es precisamente de lo que esta persona habla y a lo que llama desesperanza. Lo que dice es, en cierto sentido, verdad, pero no de la forma en que esta persona lo entiende. Se ha volteado a sí mismo y lo que dice debe ser entendido al revés. En otras palabras, está ahí señalando algo que no es desesperación (ej. una pérdida de algún tipo), explicando que está desesperado, y sí, así es, la desesperación sucede atrás de él sin que se dé cuenta. Por ello, si todo cambia repentinamente, cuando sus circunstancias externas cambian y sus deseos se cumplen, entonces la felicidad vuelve, comienza la vida nuevamente. Cuando llega ayuda del exterior, la felicidad le es restaurada, y retoma donde se había quedado. Sin embargo no era ni se convierte en ser. Es una cifra y simplemente sigue viviendo en el nivel de lo que es inmediato y de lo que sucede a su alrededor.

Esta forma de desesperación consiste, en realidad, en no querer ser. De hecho, consiste en querer desesperadamente ser alguien más. Tal ser rehúsa tomar responsabilidad. La vida no es más que un juego de azar. Por ello, en el momento de la desesperación, cuando no llega ayuda alguna, tal persona quiere desesperadamente ser alguien más. Y aún así, un desesperado de este tipo, cuyo único deseo es la más loca de todas las locas transformaciones - ser alguien más - está enamorado con la fantasía de que el cambio se puede hacer tan fácilmente como si uno se cambiara de abrigo. O, para ponerlo de forma distinta, solo se conoce a sí por éste abrigo. Simplemente no se conoce a sí mismo. Sabe lo que es tener un ser sólo en lo externo. Apenas y podría haber una confusión más absurda, pues un ser difiere precisamente, no, infinitamente, de estas externalidades.

¿Y qué si tal persona pudiera convertirse en alguien más, pudiera ponerse un ser nuevo? Está la historia de un campesino que llegó descalzo al pueblo pero que juntó suficiente dinero para comprarse un par de calcetines y zapatos y le sobró lo suficiente para emborracharse. De regreso a casa en su embriaguez se acostó en mitad del camino y se quedó dormido. Un carruaje venía, y el cochero le gritó que se moviera del camino o le pasaría con el coche por encima de las piernas. El campesino borracho despertó, miró para abajo a sus piernas y, al no reconocerlas por llevar calcetines y zapatos, dijo: "Adelante, no son mis piernas." De tal forma es con la persona inmediata que desespera en su debilidad de ser un ser verdadero. Es imposible hacerle un bosquejo que no resulte cómico.

-La desesperación de la desobediencia-
A diferencia de la desesperación de la debilidad, la desesperación de la desobediencia es la desesperación de querer desesperadamente ser uno mismo. Aquí la desesperación es consciente de sí misma como una actividad. La identidad del ser no viene del exterior, sino directamente del ser. Está cimentada en la conciencia de una infinitud, de estar relacionada con el infinito, y es éste ser que el desesperado quiere ser. En otras palabras, tal persona rompe con todo que le relacione con el poder que le ha establecido. Quiere desesperadamente gobernarse a sí mismo, crearse a sí mismo, hacer este ser que quiere ser, y determinar qué tendrá y qué no tendrá. Aquel que vive en desobediencia no se ha puesto verdaderamente un ser, ni ve su tarea en su ser dado. No, por virtud de su propia "infinitud" se construye su propio ser por y para sí mismo.

El ser desobediente no reconoce ningún otro poder más que el propio. Se contenta con notarse solo a sí mismo, lo que hace dando una infinita atención y significado a todas sus empresas. En el proceso de querer ser su propio amo, sin embargo, trabaja hacia lo exactamente opuesto; en realidad no se convierte en ser alguno, y por ello desespera. En sus actos, no hay nada eternamente firme en lo que pueda apoyarse. Sí, el ser desobediente es su propio amo, absolutamente (como uno diría) su propio amo, y sin embargo esto es exactamente desesperanza. En una inspección más cercana, resulta fácil ver que este gobernante absoluto es un rey sin reino. En realidad reina sobre la nada. Su posición, su reino, su soberanía, está sujeta a una rebelión en cualquier momento. Esto se debe a que tal ser construye eternamente castillos en el aire, y cuando parece haber terminado su castillo, con un capricho puede -y tan frecuentemente lo hace - disolver todo el edificio en nada.

Cuando es confrontado con la necesidad mundana, una cruz temporal, una espina en la carne que se entierra con demasiada profundidad para poder sacarla, el ser desobediente se ofende. Usa el sufrimiento como una excusa para ofenderse con toda la existencia. Tal persona quiere ser él mismo a pesar del sufrimiento, pero no "a pesar de éste" en el sentido de ser sin él. No, ahora quiere ofender y desafiar toda la existencia y ser él mismo con él, llevándolo en firme resignación consigo, casi volando ante su propia agonía. ¿Tiene entonces la esperanza puesta en la posibilidad de ayuda? ¡No! ¿Reconoce que para Dios todo es posible? ¡No! ¿Le pedirá ayuda alguien más? ¡No! Eso no lo hará por nada en el mundo. Si llegara a ese punto, prefiere ser él mismo con todos los tormentos del infierno que pedir ayuda.

¡Ah! Verdaderamente, hay mucho sufrimiento, incluso prolongado y agonizante que el ser desobediente prefiere mientras pueda conservar el derecho de ser él mismo. ¡Ah, locura demoníaca! Tal ser quiere ser él mismo en odio contra la existencia, ser él mismo de acuerdo a su propia miseria. No sólo quiere separarse desafiantemente del poder que lo ha establecido sino en puro desprecio busca imponerse a ese poder, importunarlo, rechazarlo con malicia.

Al rebelarse contra la existencia, el ser desobediente no escuchará nada del confort que ofrece la eternidad. Este confort seguramente sería su perdición, una objeción a toda la existencia. Es, para hablar de forma figurativa, como si un escritor hiciera un manchón de tinta con su pluma y el error se volviera consciente de sí mismo como tal y quisiera entonces rebelarse contra el autor. Por odio hacia él, el error impide que su autor lo corrija y en desobediencia maniática le dice: "No, no seré cambiado, me quedaré aquí como testigo en contra tuya, como testigo de que eres un autor de segunda." Sí, tal es la desesperación de la desobediencia, ¡y vaya desesperación que es!

-Considera las flores-
Hubo una vez una flor blanca que vivía en un rincón oculto junto a un pequeño arroyuelo cantarino. Vivía feliz en compañía de varias otras pequeñas flores que crecían cerca. La florecita estaba más hermosamente ajuareada que Salomón en toda su gloria. Pero lo más importante, era despreocupada y feliz. Un día vino a visitar a la florecita un pajarillo. Volvió al día siguiente. Y luego pasaron varios días antes de que volviera a visitarla. Esto le pareció muy raro y sorprendente a la florecita - era extraño que el pajarillo no se quedara en el mismo lugar como las flores cercanas; ¿cómo podía ser tan inconstante? Pero como frecuentemente sucede, la florecita se enamoró del pajarillo precisamente porque éste era tan inconstante.

Sin embargo, este pajarillo era orgulloso y malicioso. En lugar de disfrutar la belleza de la florecita y compartir la dicha de su felicidad inocente, presumía de su libertad, haciéndola sentir atada. No solo eso, el pajarillo hablaba rápida y vagamente, de cómo en otros lugares había muchas flores mucho más hermosas y que en esos lugares había rapsodia y júbilo, una fragancia, un esplendor de colores, tal canto de aves que era su opinión - tan humillante para la florecita - que en comparación con tal gloria la pobre florecita no lucía gran cosa. Verdaderamente, según el pajarillo, podía preguntarse si tenía algún derecho a llamarse flor.

Y así la florecita comenzó a angustiarse. Mientras más escuchaba al pajarillo, más preocupada se volvía. Ya no dormía profundamente por las noches. Ya no despertaba feliz por las mañanas. Se sentía aprisionada y atada. Sentía cansino el rumor del agua cercana todo el día. En estos pensamientos comenzó a preocuparse consigo misma y con la condición de su vida. "Lucir tan inferior como yo" se decía la florecita, "ser tan insignificante como el pajarillo dice que soy - oh, ¿por qué no fui puesta en otro lugar, en otras condiciones? ¿Oh, por qué no me convertí en una flor de gran importancia?"

Para empeorar las cosas, la florecita notó que se estaba agotando con su angustia. Así que habló seriamente consigo, pero no tan seriamente que extinguiera la angustia de su mente. En su lugar, hablaba de tal forma para convencerse de que su preocupación estaba justificada. "Después de todo," se decía, "mi deseo no es irracional. No quiero convertirme en lo que no soy - un ave, por ejemplo. Mi deseo es únicamente ser una hermosa flor, o quizá la más hermosa de todas."

Entre todo esto, el pajarillo volaba de ida y vuelta, y con cada visita y cada partida la florecita quedaba más y más agitada. Finalmente, le confió todo al pajarillo, y esa tarde decidieron que tendrían que hacer un cambio para terminar con toda esa angustia. Así que muy temprano por la mañana siguiente, vino el pajarillo. Picoteó la tierra de la raíz de la florecita para que pudiera ser libre. Cuando pudo hacer esto, el pajarillo tomó a la florecita y se fueron juntos. La decisión había sido que el pajarillo volaría con la florecita hasta el lugar donde crecieran las flores más hermosas. Entonces el pajarillo ayudaría a la florecita a plantarse allí con la esperanza de que el cambio de lugar y los nuevos entornos le ayudaran a convertirse en una flor magnífica en compañía de las otras, o quizá la más hermosa de todas que fuera la envidia de las demás. Tristemente, en el camino se marchitó la florecita.

¿Qué nos dice esto? La florecita somos nosotros, humanos. Ese pajarillo orgulloso y malicioso es la incansable actitud de comparación, que ronda por aquí y por allá, caprichosamente, trayendo una enfermiza sabiduría de distinción. Y tal como el pajarillo no se puso en el lugar de la florecita, la comparación (o compararse) hace lo mismo al ponernos a nosotros en el lugar de alguien más o poner a alguien más en nuestro lugar.

En su preocupación con las comparaciones, la persona preocupada finalmente se olvida que es un ser humano. Desesperadamente se piensa a sí mismo como alguien tan diferente de los otros que incluso piensa que es distinto en su propia humanidad. Esto, por supuesto, es lo que quería decir el pajarillo cuando sugería que la florecita era tan insignificante que se podía incluso dudar si era una flor en realidad. Y la defensa típica de estas preocupaciones (siempre parece tan razonable) siempre resulta ser que lo que pedimos no es nada irracional - como convertirnos en un ave, por ejemplo. Solamente queremos cumplir una ambición que aún no hemos alcanzado, aun si parece trivial para otras personas preocupadas. Si entonces, como con el movimiento del pajarillo de aquí a allá, la comparación incita nuestra angustia hasta la pasión y consigue arrancarnos de nuestro suelo, pues es éste suelo nuestra voluntad de ser aquello que hemos sido creados para ser, entonces pareciera como si la comparación nos llevara hacia nuestra meta anhelada. Y ciertamente viene y nos lleva, pero tal como la muerte viene y se lleva a una persona. Deja que el angustiado perezca en las alas de la depresión.

¿Qué puede entonces la persona llena de ansiedad aprender de las flores? Puede aprender a contentarse con ser un ser humano y no tratar de angustiarse con las diferencias entre una persona y otra. Aprende a hablar tan concisa, tan solemne y justamente y con tanta inspiración del ser humano como el Evangelio habla de las flores. Consideremos a Salomón. Cuando está vestido en su esplendor real el que habla dice: Su Majestad. Pero cuando se habla el solemne discurso de la eternidad, entonces decimos: ¡Hombre! Y en el momento decisivo de la muerte cuando todas las diferencias son abolidas, decimos: ¡Hombre! Y al hablar así no hablamos con desdén. Al contrario, estamos pronunciando la más alta de las expresiones. Pues ser un ser humano no es algo inferior por las diferencias que nosotros, humanos, inventamos, sino es mucho mayor, superior a todas ellas.

La ansiedad mundana tiene su base en la falta de disposición de una persona a contentarse con ser un ser humano y anhelar ansiosamente la distinción por medio de la comparación. Es verdad, preocuparse por ganarse el sustento o, como comúnmente se dice, las preocupaciones por las necesidades de la vida, no son exactamente una invención de la comparación. Sin embargo, ¿no podemos aprender mucho sobre esta ansiedad de las florecitas y los pajarillos? Si no podemos pensar, sin sonreír, en el deseo de la florecita en convertirse en una flor envidiada por las otras, entonces piensa en su muerte rumbo al lugar donde la llevaba el pajarillo. Oh, que se nos permita recordar que esto es tan lamentable como si nosotros nos preocupáramos tan tontamente, si, tan tontamente.

-Contempla las aves en el cielo-
Hubo una vez una paloma salvaje. Tenía su nido en el temible bosque, donde la maravilla y la aprensión viven juntas, entre los altos y solitarios árboles. Pero muy cerca, donde se levantaba el humo de la casa de un granjero, vivían unas palomas domésticas. La paloma salvaje frecuentemente se encontraba a un par de estas. Se posaba sobre una rama que se extendía por encima de la granja, no muy lejos de las dos palomas domésticas en el borde del techo. Un día hablaban de cómo iban las cosas y cómo se ganaban la vida. La paloma salvaje dijo, "Hasta ahora me gano la vida dejando que cada día tenga sus propios problemas, y de tal forma voy por la vida bastante bien." La paloma doméstica dijo, no sin envanecerse "No, nosotros lo hacemos de forma distinta; con nosotros, es decir, con el rico granjero con quien vivimos, nuestro futuro está asegurado. En tiempo de cosecha, mi compañera y yo nos sentamos en el techo y miramos. El granjero trae tantas cargas de maíz que sé estaremos seguros por mucho tiempo. Estamos bien proveídas y tenemos nuestra seguridad garantizada."

Cuando la paloma salvaje regresó a su nido reflexionó en el asunto. Se le ocurrió que sería una gran calma saber que la vida de uno estaba asegurada por mucho tiempo, y qué poca cosa era vivir siempre en la incertidumbre. "Sería mejor," se dijo a sí, "juntar una gran reserva y guardarla aquí o en algún otro lugar seguro."

La mañana siguiente la paloma salvaje se despertó más temprano de lo usual. Se puso a trabajar de inmediato y estaba tan ocupada juntando y guardando que apenas tuvo tiempo para comer. Pero como el destino parecía estar sobre ella, cada vez que juntaba un pequeño resguardo y lo escondía, cuando volvía a buscarlo, ¡había desaparecido! Mientras tanto, no había habido ningún cambio real en cómo ganarse la vida. Encontraba su comida cada día como el día anterior. Y sin embargo un gran cambio había sucedido. No sufría una necesidad real, pero había adquirido la anticipación de la necesidad futura. Había perdido su paz mental. Se volvió ansiosa de las necesidades de la vida.
A partir de entonces, la paloma salvaje comenzó a preocuparse. Sus plumas perdieron el brillo de su color, su vuelo perdió gracia. Ya no era gozosa; verdaderamente, casi era envidiosa de las ricas palomas domésticas. Encontraba su comida cada día, se llenaba, sin embargo nunca quedaba satisfecha. Al preocuparse de sus necesidades se había atrapado en una trampa en la que ningún cazador hubiera podido atraparla, atrapada tal como una criatura libre puede atraparse a sí misma. "El asegurar mi futuro está constantemente en mi mente," se decía. "Oh, ¿por qué soy una pobre paloma salvaje y no una de esas ricas palomas domésticas?"

Vio evidentemente que la ansiedad estaba agotándole y así se habló con seriedad, sin embargo no tan seriamente que pudiera alejar la preocupación de su mente y serenar su corazón. No, tan sólo habló de tal forma que se convenció de que su angustia estaba justificada. "No pido nada irracional o imposible," se dijo. "No pido convertirme en un rico granjero, sino solamente una de las palomas ricas."

Finalmente, ideó un plan. Un día voló y se posó entre las palomas domésticas en el cobertizo bajo el techo del granjero. Había notado el lugar por donde entraban, así que entró también, porque seguramente la bodega estaría allí también. Pero cuando el granjero llegó a casa esa tarde y cerró el cobertizo de las palomas, descubrió una paloma extraña. Inmediatamente la puso en una pequeña caja hasta el día siguiente cuando la mató - ¡y la liberó de todas sus preocupaciones por las necesidades de la vida! Tristemente, la paloma salvaje no sólo se había atrapado a sí misma en la angustia sino también en el cobertizo - ¡a morir!

La paloma salvaje es como nosotros, tontos seres humanos. Cuando una persona se contenta con la dignidad de ser humano, entonces entiende que el Padre celestial le alimenta. Esto lo aprende de las aves en el cielo. No vive como las aves domésticas en la casa del rico granjero, sino en la casa de aquel que es más rico que ninguno, pues el cielo y la tierra son la casa y la posesión de Dios, y la humanidad es su huésped.

Una persona debe contentarse con ser lo que es; un ser dependiente, tan poco capaz de sostenerse por sí mismo como de crearse a sí mismo. Si decidimos olvidar a Dios y buscar nuestro propio sustento, entonces nos llenamos de ansiedad. Ciertamente es digno de alabanza y complace al Señor cuando una persona trabaja por su comida. Pero si olvida a Dios, y piensa que es él mismo quien provee su sustento, entonces se carga con las necesidades de la vida. No se nos permita tonta y pobremente decir que los ricos están exentos de esta ansiedad, mientras los pobres no. Al contrario, sólo está exento quien se contenta con ser humano y comprende que es el padre Celestial quien le alimenta. Y esto es tan posible para el rico como lo es para el pobre.


Preocuparse de ganarse el sustento, o de no ganárselo, es una trampa. De hecho, es la trampa. Ningún poder externo, ninguna circunstancia, pueden atrapar a una persona. Si la persona elige ser su propia providencia, entonces se meterá ingeniosamente en su propia trampa, tanto los ricos como los pobres. Si quiere establecer su propio campo de tierra que no esté bajo el cuidado de Dios, entonces vive, aunque no lo reconozca, en prisión. Cuando el granjero cerró la puerta a la paloma salvaje, esta se creyó a salvo, cuando en realidad estaba atrapada. O para ponerlo de otra forma, se le separó del cuidado de la Providencia y se atrapó en una vida de ansiedad. En un sentido espiritual se hizo cautiva - se atrapó a sí misma hasta morir.


PARTE III
-El cochero real-
Es el Espíritu el que da vida. El Espíritu dador de vida no es una directa elevación de nuestros poderes naturales - ¡qué blasfemia! ¡Qué horrible entender al Espíritu de esta manera! ¡Cristo trae vida nueva! Sí, una vida nueva, y esto no es algo común tal como pensamos cada vez que algo nuevo se agita en nosotros. No, esto es una vida nueva, literalmente una vida nueva - porque, escúchalo bien, la muerte está entre la vida y la vida nueva en el otro lado de la muerte. Sí, tal es la vida nueva.

El Cristianismo enseña que debes morir. Tus poderes deben ser desmantelados. Y el Espíritu dador de vida es aquel que te aniquila. La primera cosa que éste Espíritu dice es que debes entrar en la muerte, debes morir para ti mismo. El Espíritu dador de vida - tal es la invitación. ¿Quién no estaría dispuesto a aferrarse a éste? Pero morir primero -¡ahí está el detalle!

Primero debes morir a toda esperanza terrena, a toda confianza humana. Debes morir a tu propio egoísmo, y al mundo, pues es solo a través de tu egoísmo que el mundo tiene poder sobre ti. Naturalmente, no hay nada a lo que un ser humano se aferre tan firmemente -verdaderamente, con su ser entero - ¡como su egoísmo! ¡Ah, la separación del alma y el cuerpo al momento de la muerte no es tan dolorosa como ser forzado a separarte de tu carne cuando aún estás vivo! ¡Sí, nosotros seres humanos no nos aferramos tan firmemente a la vida física como lo hacemos a nuestro egoísmo!

¿Qué, exactamente, quiere decir morir para uno mismo? Es más que no ver tu deseo cumplido o ser privado de aquella persona que es más preciada para ti. Es verdad, esto es suficientemente doloroso, y el egoísmo queda lastimado con ello. Pero su consecuencia no es que mueras. No, sino personalmente destruir tu propio deseo cumplido, personalmente privarte de aquella persona tan deseada que ahora te es propia: esto es herir al egoísmo en su raíz, como lo hiciera Abraham cuando Dios le demandó el sacrificio de Isaac. El Cristianismo no es aquello que estamos muy dispuestos a hacer. No es un doctor ambulante que está dispuesto a tu servicio y que inmediatamente aplique el remedio pero después recoja todos sus aparejos. El Cristianismo espera antes de aplicar el remedio. Esta es la severidad del Cristianismo. Demanda un gran sacrificio, uno que frecuentemente nos resistimos a hacer y sólo después de hacerlo podemos ver por qué era necesario que esperase.

Seguramente lo has vivido, tal como yo, que cuando comienzas a quejarte y decir "No puedo más", el día siguiente descubres que podías. Piensa en un grupo de caballos que bufan y jadean, sintiéndose exhaustos, y sintiendo que un puño de avena es justo lo que necesitan. Sin embargo, no se dan cuenta que con tan sólo un alto momentáneo el cargado carruaje rodará colina abajo y les arrojará a ellos, al cochero y a todo hacia el abismo. ¿Es cruel que el cochero les fustigue con mayor furia que antes, especialmente a su cuadrilla de caballos que son tan preciados para él como la niña de sus ojos - es esto cruel o gentil? ¿Es acaso cruel el cochero pues los latigazos son, finalmente, lo único que puede salvar a los caballos de la ruina y sacarlos adelante?

De tal forma es con morir para ti mismo y para el mundo. Pero entonces, mi escucha, recuerda que viene el Espíritu dador de vida. ¿Cuándo? Cuando hayas muerto a todo lo demás. ¿Cuándo viene Aquel que nos reconforta? No hasta que hayas muerto a tu egoísmo y hayas llegado hasta el fin de tus propias fuerzas. No hasta que por amor a Dios hayas aprendido a odiarte a ti mismo, incluso tu habilidad, no hasta entonces puede hablarse del Espíritu, de la vida, de la nueva vida. Hubo una vez un hombre rico. Compró una cuadrilla de caballos espléndidos a los que quería para su propio placer y el gusto de guiarlos él mismo. Un año o dos pasaron. Si alguien que hubiera conocido antes a los caballos lo viera ahora conduciéndolos, no sería capaz de reconocerlos. Sus ojos ahora eran aburridos y somnolientos, su trote carecía de estilo y precisión, no tenían resistencia. Más aún, habían adquirido toda suerte de malos hábitos, y aunque tenían mucho que comer, enflaquecían con cada día que pasaba.

Así que llamó al cochero real. El cochero real los condujo por un mes. En toda la campiña no había cuadrilla de caballos que llevaran sus cabezas tan orgullosamente, cuyos ojos fueran tan fieros, cuyo trote fuera tan hermoso. No había cuadrilla que pudiera sostenerles la carrera de incluso treinta millas sin detenerse. ¿Cómo pasó esto? Es fácil der ver: el dueño, no siendo cochero, guiaba a los caballos según lo que los caballos entendían lo que es conducir. El cochero real, en cambio, guiaba a los caballos según lo que un cochero entiende que es conducir. De tal forma es con nosotros, seres humanos. Cuando pienso en mí y en las incontables personas que he llegado a conocer, confieso que había capacidades y talentos y habilidades suficientes, pero faltaba el cochero. Nosotros, humanos, hemos sido, si puedo ponerlo de esta forma (de modo que continúe la metáfora), conducidos de acuerdo a lo que los caballos (es decir, nosotros) entienden lo que es conducir. Estamos gobernados, educados y criados de acuerdo a la concepción del mundo de lo que quiere decir ser humano. Y mira, por esto es que nos falta la vitalidad y somos incapaces de soportar el sacrificio. Somos impacientes e impulsivamente usamos los medios del momento y, por ello, queremos ver instantáneamente la recompensa de nuestra labor, la cual, por esta misma razón no es muy buena.

Las cosas eran diferentes antes. Hubo un tiempo cuando le complacía al Espíritu mismo ser el cochero. Guiaba a los caballos según el entendimiento de un cochero de lo que es conducir. ¡Oh, qué ser humano es capaz de esto! ¡Reflexiónalo! Hubo doce discípulos, los cuales eran todos de una clase social común. Su tarea, sin embargo, era transformar al mundo, y en la escala más asombrosa. Y cuando descendió el Espíritu, la transformación verdaderamente se puso en marcha.

Llevaron el Cristianismo adelante. Eran hombres como nosotros, ¡pero estaban bien conducidos! ¡Sí, verdaderamente lo estaban! Eran como una cuadrilla de caballos cuando el cochero real la conducía. ¡Nunca un ser humano ha levantado su cabeza tan alto como lo hicieron los primeros Cristianos en humildad ante Dios! Y tal como una cuadrilla de caballos puede correr, si es necesario, por treinta millas sin pausa para tomar aliento, de tal forma también corrieron; corrieron por un tramo de setenta años sin salirse del arnés, sin detenerse en lugar alguno. No, orgullosos como eran en su humildad ante Dios, exclamaban, "No está en nosotros detenernos y tontear en el camino. No pararemos - hasta la eternidad." ¡Sí, eran bien conducidos, verdaderamente lo eran!

Oh, Espíritu Santo, que traes vida nueva, oramos por nosotros pero también por toda la gente. Aquí no hay deseo de capacidades, ni de educación, ni de sagacidad - verdaderamente, estas pueden ser demasiado. Lo que nos falta es que te lleves aquello que nos corrompe, que te lleves nuestro poder y nos concedas una vida nueva. Ciertamente una persona experimenta un escalofrío como de muerte cuando, para hacerlo transformarse en su poder interior, le quitas el poder. Así, ayúdanos a morir, morir para nosotros. Aunque los caballos se dieran cuenta qué tanto bien les hacía cuando el cochero real llevaba las riendas, y aunque seguramente les hacía estremecerse al principio y se rebelaron en un inicio, pero en vano, ¡no deberíamos nosotros que hemos sido creados a tu imagen entender rápidamente qué bendición es que tú tengas el poder y des la vida! Oh, Espíritu Santo, reina sobre nuestras vidas y gobiérnanos. Que seas tú quien detente el poder.

-La invitación-
“Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar.” (Mateo. 11:28) ¡Vengan! - ¡Sorprendente! No hay nada particularmente sorprendente para una persona necesitada y en peligro que grite, "¡Vengan!" Y comúnmente la persona que realmente puede ser de ayuda debe ser buscada, y una vez que se le encuentra, cuesta trabajo estar ante ella. Pero aquel que se sacrificó a sí mismo, él es quien busca a aquellos que están necesitados de ayuda, él es quien va, llamando, casi rogando, diciendo "Vengan." No espera a que nadie venga a él. Viene por iniciativa propia, pues es verdaderamente quien llama. Ofrece ayuda - ¡y qué ayuda!

"Vengan a mí." ¡Sorprendente! Sí, la compasión humana hace cosas por aquellos que están cargados y cansados. Alimentamos a los hambrientos, vestimos a los desnudos, damos caridad, construimos organizaciones caritativas, y si la compasión es verdaderamente sentida, visitamos a aquellos que están caídos. Pero invitarlos a que vengan a uno, eso no es algo que se haga tan fácilmente. Quiere decir que tu casa y tu forma de vida serán cambiadas por completo. Invitarlos de esta manera quiere decir vivir juntos de la misma forma. Tendrías que volverte pobre, compartiendo todo completamente en las mismas condiciones que aquellos que están cansados y cargados.

Esta invitación sólo puede ser hecha cambiando tus propias condiciones, de forma que sigan las de ellos, en caso de que tu vida no sea ya como la de ellos, como era el caso de él que dice, "Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados." Esto dijo, y aquellos que vivieron con él vieron que no había ni la más mínima cosa en su vida que lo contradijera. Con la silente y fervorosa elocuencia de la acción, su vida expresaba - aún si nunca lo puso en estas palabras - su vida decía, "Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados."

"Yo los haré descansar." - ¡Sorprendente! Las palabras "Vengan a mí" deberían entenderse como "Permanezcan conmigo, Yo soy el descanso." No es como suele suceder, que cuando quien nos ayuda dice "Ven" luego dice "Ahora márchate" cuando ya ha explicado dónde está la ayuda particular que uno puede necesitar, dónde, por ejemplo, crece la hierba curativa, o dónde está ese lugar de calma donde puede uno relajarse de su labor. No, el ayudante es la ayuda. ¡Oh, qué maravilloso!

Aquel que invita a todos y quiere ayudar a todos trata al paciente tal como si fuera su intención para cada uno individualmente, como si cada paciente fuera su único paciente. Comúnmente un sanador debe dividir su ayuda entre múltiples pacientes. Un sanador, por supuesto, no puede quedarse todo el día con un sólo paciente, y menos tener a todos sus pacientes en casa consigo. ¿Cómo podría estar todo el día con un sólo paciente sin atender a los demás? El paciente tiene la medicina que el sanador prescribe y la usa cuando la necesita. El sanador le revisa ocasionalmente, o el paciente puede visitar al sanador. Pero cuando el ayudante es la ayuda, permanece con el paciente todo el día. ¡Qué sorprendente, entonces, que este ayudante sea el mismo que invita a todos a que permanezcan con él! La invitación se lanza, a todos los caminos y callejas. Sí, llega incluso hasta el camino tan abandonado que sólo un solitario lo camina, de forma tal que solo hay una serie de huellas, aquellas del infeliz que huyó en su perversión (de otra forma no hay huellas y sin estas no hay forma de mostrarle a alguien cómo regresar); allí, también, la invitación encuentra su forma de hacerse escuchar y con mayor facilidad llama de regreso al fugitivo hacia Aquel que hace la invitación. Vengan, vengan todos - tú y tú y tú también, quien más solo se encuentra.

Esta invitación está en la encrucijada, donde el sufrimiento temporal y terreno ha plantado su cruz, y desde allí anuncia, "Vengan, todos los pobres y miserables; ustedes que deben esclavizarse a la pobreza para alargar una existencia con nada más que un futuro laborioso. Vengan, todos los despreciados y rechazados, cuya existencia a nadie le importa, ni siquiera como la de un animal doméstico, ¡que tiene mucho más valor! Todos los enfermos, deformes, sordos, ciegos, tullidos, dementes ¡vengan!" La invitación destruye toda distinción para poder reunirlos a todos juntos.

Tú, enfermo del corazón; quien a través de tu angustia has aprendido que el corazón de una persona y el de un animal no son el mismo; todos los que han sido tratados injustamente, abusados, insultados y maltratados; todos los nobles, quienes eran amorosos y desinteresados y fieles, y que no obstante cosecharon merecidamente la recompensa de la ingratitud - ¡vengan! Todas las víctimas de la astucia y el engaño y la traición y la envidia, a quien la maldad ha señalado y la cobardía abandonado, donde nadie les pregunte qué derechos tienes, donde nadie pregunte qué mal has padecido, y donde nadie pregunte dónde te duele o cómo te duele, mientras la multitud de pisotea en el polvo - ¡vengan!

La invitación está en la encrucijada, donde la muerte separa. Vengan, todos ustedes que van lamentándose, ¡quienes están cargados con la labor en vano! Vengan también ustedes, quienes han sido señalados para vivir entre las tumbas, quienes están considerados muertos pero no se les extraña, no se les lamenta, a quienes la sociedad humana cruelmente les cierra las puertas y para quienes no hay una tumba misericordemente abierta; vengan ustedes también, ¡aquí está el descanso y aquí está la vida!

La invitación está en la encrucijada, allí donde el camino del pecado se desvía de la vereda de la inocencia. Vengan aquí, quienes están tan cerca y, sin embargo, tan lejos. Vengan, todos los que se han perdido y desviado, sin importar su error o pecado, sin importar si está oculto o se ha revelado. Aun si han encontrado el perdón de otros pero no tienen la paz interior, vuelvan y vengan; ¡aquí está el descanso! La invitación está en la encrucijada, allí donde el camino del pecado se separa por última vez y desaparece de vista hacia la perdición. Oh, vuélvanse, vuélvanse y vengan. No se achiquen, sin importar qué tan difícil sea. No teman la estrecha senda de la conversión que lleva a la salvación. No desesperes en cada recaída. Dios tiene misericordia y paciencia para perdonar y un pecador debe tener la paciencia para ser humilde. No desesperes. Aquel que dice "Vengan" está contigo en cada paso del camino. ¡Pero ven! Vengan, todos ustedes; con él está el descanso. No añade carga, sólo abre sus brazos. No te preguntará primero, como hacen los "justos" que tratan de ayudar, "¿No eres acaso culpable de tu desgracia?" Es tan fácil juzgar por lo externo, pensar que si alguien no consigue ir bien por el mundo que hay algo malo en él, o que es una persona malvada que ha hecho algo equivocado.

Si sientes tu necesidad, no te preguntará por ella. No romperá más el tronco lastimado sino te levantará cuando lo aceptes. No te apuntará con su dedo para separarte de ti mismo, de forma tal que tu pecado sea aún más terrible. Te dará una guarida en ti mismo, y escondido en él, esconderá tus pecados. Pues él es amigo de los pecadores. No está quieto con los brazos abiertos diciendo "Vengan." No, como el padre del hijo pródigo, busca al pecador, como el buen pastor que busca a la oveja perdida. Camina - no, corre, pero infinitamente más lejos que cualquier pastor y cualquier padre. Verdaderamente, recorre la infinita distancia de ser Dios a ser hombre. ¡Y esto lo ha hecho para buscar a los perdidos! Aquel que nos invita no espera a que aquellos que estén cansados y cargados vengan a él. Él amorosamente llama. Él mismo viene. Sigue el dolor urgente de su corazón, y su corazón sigue sus palabras, "¡Vengan!" Si sigues estas palabras, estas a cambio te seguirán camino a su corazón. Oh, que tan sólo aceptes la invitación, "¡Ven!"

-Cuando la carga es ligera-
Cristo no guía a las personas fuera del mundo hacia el paraíso donde no hay necesidad o perversión. No hace tu vida, como por arte de magia, en un deleite y gozo terrenos. No, enseña lo que demuestra con el ejemplo: que la carga es ligera aún si el sufrimiento es pesado.

Frecuentemente, cuando hablamos de llevar cargas, distinguimos entre una carga ligera y una pesada. Decimos que es fácil llevar una carga ligera y difícil llevar una pesada. ¿Pero qué pasa cuando la carga es al mismo tiempo pesada y ligera? Es de esta maravilla que quiero hablar.

Cuando alguien está al borde de vencerse bajo el peso de una carga pesada, pero la carga es la cosa más preciosa que posee, declara que en cierto sentido es ligera. Cuando en el desastre en el mar el amante está a punto de ahogarse bajo el peso de su amada, la carga ciertamente es pesada y, sin embargo - sí, pregúntale - es tan indescriptiblemente ligera. Lo único que quiere es salvar la vida de su amada. Por ello habla como si la carga no existiera; la llama su vida. ¿Cómo ocurre este cambio? ¿Cómo se convierte en ligera la carga pesada? ¿No es acaso porque un gran pensamiento interviene, un pensamiento que marca con su amor? ¿No es acaso con la ayuda del pensamiento de amor que el cambio ocurre?

De forma similar, Cristo dice "Porque mi yugo es fácil" (Mateo. 11:30). Sólo hay un pensamiento, una sola idea que contiene la transformación de la carga pesada en una ligera. Este pensamiento es la carga benéfica, que el pesado sufrimiento que se lleva a cuestas puede tener un propósito. Pero debemos creer esto. Después, quizá, puede verse que ha sido benéfica, pero en el momento no puede verse, y tampoco escucharse, aun cuando incontables personas sigan repitiéndolo con amor. No, debe ser creído. La confianza interior de la fe debe estar ahí. Solo el poder liberador de la fe puede suavizar el yugo de la esclavitud para que el creyente camine libremente bajo su yugo. Solo la fe puede soltar la lengua de forma tal que el silencio termine y la voz vuelva con adoración. Debe ser creído.

Está dicho que la fe puede mover montañas. Aún el sufrimiento más pesado no puede ser más pesado que una montaña. Y así, el que sufre cree que su sufrimiento le es benéfico - sí, entonces mueve montañas. Para mover una montaña debes ponerte debajo de ella. Tristemente, tal es el camino - que quien sufre se pone bajo una carga pesada; esta es la pesadez. Pero la perseverancia de la fe levanta la montaña y la mueve, precisamente porque se pone debajo de ella. Sin embargo, esto sucede solamente si quien sufre cree, sólo si cree que es benéfico, sólo así puede mover la montaña.

Cuando nosotros, con fe, seguimos la promesa de mover montañas, nuestro gozo es tan grande que el yugo se vuelve ligero. Cuando alguien levanta una pluma, dice "Es ligera." Pero cuando alguien desespera por su falta de fuerza, y sin embargo prueba a levantar el gran peso y lo consigue, se vuelve tan gozoso que exclama "¡Es ligero!" ¿Se ha vuelto arrogante; se ha olvidado de que desesperaba; ha tomado la ayuda divina en vano? No, verdaderamente, es precisamente por la maravilla bendita de la fe que habla de esta forma.

Cristo dice, "Mi carga es ligera." Cristo llama a sus seguidores: "Aprendan de mí, pues soy tímido y dócil de corazón." Sí, Cristo era tímido. No afirmaba sus derechos; no imploraba su inocencia; no hablaba de aquellos que pecaban en contra suya. De hecho, no señalo con palabra alguna la escandalosa culpa (aun cuando dicha culpa fue señalada). Incluso en su último momento dijo, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." ¿Acaso no es su timidez la que oculta su culpa y la hace menos de lo que es?

Es a esta timidez, a este coraje gentil que Cristo nos llama. Y qué más es la timidez mas que, como fue para Cristo en la cruz, llevar la carga pesada de forma ligera, de la misma forma que la impaciencia y la ira llevan la carga ligera de forma tan pesada. Enfrentarse duramente con fuerza de hierro con aquello que es lo más difícil no es tan maravilloso como es tener fuerza de hierro y ser capaz de enfrentar gentilmente aquello que es lo más débil. Tal es el camino de Cristo.

La timidez es quizá la marca distintiva del Cristiano. "Al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra" (Mateo. 5:39). No devolver el golpe no es, en sí mismo, timidez. Ni es timidez soportar ser ofendido y aceptarlo tal cual es. Sino es timidez ofrecer la otra mejilla. El orgullo también soporta la ofensa, pero como se levanta por encima de la ofensa - usualmente como juicio sermoneador - en realidad hace la ofensa más grande de lo que es. La paciencia también soporta la ofensa, pero no la hace menos de lo que es. Solamente la timidez hace la ofensa menor, solamente la timidez aligera la carga. Toma la ofensa para sí, sea herida, insulto o lo que sea, y de esta forma lo aminora.

La timidez lleva la carga pesada tan ligeramente que es como si la falta de la parte culpable se volviera menor. Esta timidez tiene una cualidad gloriosa: no demanda una recompensa en la tierra, y sin embargo, tiene una cualidad aún más gloriosa: que esta recompensa es grande en el cielo. ¿Pero esto no es para hacer ligera la carga pesada? Si sabes de alguna otra forma de explicarlo, por favor dímela. No conozco otra forma que la simplicidad de la fe.

-Una educación peligrosa-
Las escrituras dicen que Jesús "con lo que padeció experimentó la obediencia" (Hebreos. 5:8). Ahora, si la obediencia siguiera directamente al sufrimiento, sería fácil de aprender. Pero aprender obediencia no es tan fácil. Humanamente visto, el sufrimiento es peligroso. ¡Pero más terrible aún es caer para aprender obediencia! Sí, el sufrimiento es una educación peligrosa, pero solo si no aprendes obediencia - ah, entonces es terrible, tal como cuando la medicina más poderosa tiene la reacción incorrecta. Es en éste peligro que una persona necesita la ayuda de Dios; de otra manera no aprende la obediencia. Y si no aprende esto, puede aprender aquello que más corrompe: la depresión tímida, aprender a extinguir el espíritu, aprender a dejar morir cualquier fervor noble en él, aprender el desafío y la desesperación.

Y porque la educación del sufrimiento es tan peligrosa, es correcto decir que esta escuela educa por toda la eternidad. Este peligro no existe en ninguna otra escuela, pero tampoco ninguna otra da la ganancia que esta provee: lo eterno. Por supuesto, una persona puede aprender mucho sin tener que conocer lo eterno. Puede aprender como sobrellevar lo externo, puede alcanzar cosas sorprendentes en su sufrimiento, abarcar una enorme cantidad de conocimiento, comprenderse a sí mismo o su destino. Si con el sufrimiento no aprendes obediencia, continuarás confundiéndote a ti mismo.

El sufrimiento busca llevar a una persona a su interior. Si esto sucede, la educación del sufrimiento comienza. No pondrás resistencia en desesperación, o buscarás ahogarte y olvidar el sufrimiento con las distracciones del mundo, con empresas sorprendentes o con conocimiento indiferente. Bien se puede admitir que, frecuentemente, el sufrimiento viene del exterior, pero no es sino hasta que tomas el sufrimiento en tu ser interno que comienza la instrucción. Muchos sufrimientos pueden asaltar a una persona, y la sagacidad mundana sabe de muchos remedios para defenderse. Pero todos estos remedios tienen una cualidad sombría en la que salvan el cuerpo pero matan el alma. Dan vigor al cuerpo pero dejan morir el espíritu. Solo la interiorización, solo en la entrega puede ganarse lo eterno.

Solo cuando una persona sufre y se propone aprender de lo que sufre es que llega a saber algo sobre sí mismo y sobre su relación con Dios. Esto es señal de que está siendo educado por la eternidad. A través del sufrimiento una persona puede aprender mucho sobre el mundo - cuan traicionero y engañoso es - pero todo este conocimiento no es la educación del sufrimiento. No, tal como hablamos de que un niño es destetado del pecho de su madre, de la misma forma, en el sentido más profundo, una persona debe destetarse a través del sufrimiento, destetarse de las cosas de este mundo, de amarlo y de estar amargado por él, de modo que pueda aprender por la eternidad. Por esta razón, la escuela del sufrimiento consiste en un morir para - morir para el mundo y para ti mismo. Y en esta escuela las lecciones siempre son calladas. Aquí la atención no se dispersa a muchos temas. No, aquí una sola cosa, una cosa esencial, es necesaria. Solo se aprende una cosa: obediencia. Sin sufrimiento no puedes aprender realmente obediencia. El sufrimiento es la misma garantía de que la obediencia no es una voluntad propia. Comúnmente decimos que debemos aprender a obedecer para poder aprender a mandar, y esto es realmente cierto. Pero aprendemos algo más glorioso aprendiendo obediencia en la escuela del sufrimiento. Cuando esto sucede aprendemos a dejar que Dios mande, que Dios gobierne. Y dónde más podría aprenderse esto si no en la escuela del sufrimiento, donde el niño es destetado y la voluntad propia muere y aprendemos la difícil lección de que es verdaderamente Dios quien gobierna, a pesar del sufrimiento.

Esta es la llave para encontrar descanso en tu sufrimiento. Solo hay una forma en la que el descanso puede encontrarse: dejando que Dios gobierne en todo. Cualquier otra cosa que llegues a aprender solo corresponde a cómo Dios ha decidido gobernar. Pero tan pronto como comience la inquietud, la causa de esta es debida a tu falta de disposición a obedecer, tu falta de disposición a entregarte a Dios.

Cuando hay sufrimiento, pero también obediencia en el sufrimiento, entonces eres educado por la eternidad. No habrá impaciencia tirando de tu alma, no habrá inquietud, ni tampoco pecado o lamento. Si tan solo se lo permites, el sufrimiento es el ángel guardián que te cuida de resbalarte a la fragmentación del mundo; la fragmentación que busca despedazar el alma. Y por esta razón, el sufrimiento te mantiene en la escuela - esta educación peligrosa - para que puedas ser apropiadamente educado por toda la eternidad.

-Sufrir Cristianamente-
¿Qué es lo decisivo en el sufrimiento Cristiano? Yace en el hecho de que es voluntario - "de acuerdo a la Palabra” y "por el bien del justo." Los discípulos dejaron todo para seguir a Cristo. Su sacrificio fue voluntario. Alguien puede ser tan desafortunado que pierda todo lo que tiene; pero no ha dejado ni una sola cosa. ¡A diferencia de los Apóstoles! Aquí está la confusión.

En el Cristianismo de hoy tomamos el sufrimiento humano ordinario y lo convertimos en un ejemplo Cristiano. "Todos tienen una cruz que cargar." Predicamos las inevitables pruebas humanas como sufrimiento Cristiano. ¡Cómo es que esto sucede se me escapa! Perder todo y entregar todo no son sinónimos. Al contrario, la diferencia entre ellos es infinita. Si sucede que pierdo todo, eso es una cosa. Pero si voluntariamente entrego todo, elijo los peligros y las dificultades, esto es algo enteramente distinto. Cuando esto sucede es imposible evitar la prueba que viene al cargar la cruz de Jesús. Esto es lo que quiere decir el sufrimiento Cristiano, y está en una escala mucho más profunda que la adversidad humana ordinaria.

En el sufrimiento humano ordinario no existe, a diferencia del sufrimiento Cristiano, auto contradicción alguna. No hay ninguna auto negación en la muerte natural de mi esposa - después de todo, ella es mortal. No hay ninguna auto negación en perder mis posesiones - después de todo, son perecederas. En el sufrimiento Cristiano, sin embargo, la auto contradicción es necesaria. Pues es esta la que constituye la posibilidad de ofensa. Es por esto que el remedio parece ser infinitamente peor que la enfermedad. "Si, pues, tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo de ti..." (Mateo. 18:8-9). Cristo dice: si quieres evitar la verdadera ofensa, corta tu mano, arranca tu ojo, déjate castrar por el bien del reino de Dios (Mateo. 19:12). Su palabra ofende nuestra naturaleza pecadora. Tal remedio, de acuerdo a la sabiduría establecida, no es más que locura, mucho peor que la enfermedad. ¿Por qué habría de hacer eso? Cristo responde: Para evitar la verdadera ofensa, es decir, para volverte nuevo y entrar en la vida.

En estos días podemos convertirnos o vivir como Cristianos en la forma más cómoda sin siquiera arriesgar la menor posibilidad de ofensa. Todo lo que debemos hacer es empezar con el estatus quo y conservar las buenas virtudes (buena-mejor-excelente). Podemos seguirnos haciendo confortables reuniendo los bienes del mundo, mientras al revolver la olla le pongamos el Cristianismo como sazonador, como un ingrediente que casi sirve para refinar nuestro disfrute de la vida. Este tipo de Cristianismo no es más que una variación de la incredulidad mundana, un movimiento sin moverse del sitio. Es decir, un movimiento simulado. Jesús habla de cómo vendrá la tribulación y la persecución en nombre de la Palabra, y como resultado, como uno es inmediatamente ofendido. El énfasis está pues "en nombre de la Palabra." Permíteme clarificar esto. Cuando estando enfermo acudo al médico, puede ser que éste encuentre necesario prescribir un tratamiento muy doloroso. Aquí no hay una auto contradicción en mi sometimiento a este remedio, pues es tan solo cuestión de tiempo para que quede curado. Por otra parte, si repentinamente me encuentro en problemas, siendo perseguido, porque he ido a ese terapeuta, bueno, entonces ahí sí hay una auto contradicción. El hecho de que me involucro con este terapeuta, el Gran Terapeuta, y me apoyo en él, eso es lo que me hace ser perseguido. Aquí hay una posibilidad de ofensa; aquí está el terror.

Cristo habla sin parar mientes en qué esperará a sus discípulos cuando den testimonio de él en el mundo. "Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios." (Juan. 16:1-2). La posibilidad de ofensa consiste en ser perseguido, ridiculizado, echado de la sociedad, incomprendido, y finalmente asesinado - y de tal forma que quien lo haga pensará que está rindiendo culto a Dios o a la causa de la justicia. Es de este sufrimiento que habla Cristo y del que promete el cielo por recompensa.

Si experimentas las adversidades de la vida, si las cosas van mal para ti, a pesar de que, como Cristiano, soportarás esas cosas pacientemente, a diferencia de muchos en el mundo, sin importar qué tan pacientemente las soporten ellos, este sufrimiento no es tampoco semejante al sufrimiento de Cristo. Sufrir Cristianamente no es escapar lo inescapable sino sufrir el mal en manos de la gente porque voluntariamente decides y te entregas a hacer el bien: sufrir voluntariamente en nombre de la Palabra y de la justicia. Esto es por lo que Cristo sufrió. Solamente esto es el sufrimiento Cristiano.

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