LA VERDAD Y PASIÓN DE LA INTERIORIZACIÓN
-La Verdad es el Camino-
La verdad no es algo que puedas obtener fácil y rápidamente.
No puedes dormirte o soñar hacia la verdad. No, debes cansarte, batallar y
sufrir si quieres adquirir la verdad. Es pura ilusión creer que, en lo que
respecta a la verdad, haya una disminución, un atajo que te evite la necesidad
de luchar por ella. En lo concerniente a una verdad por la cual vivir, cada
generación y cada individuo esencialmente deben empezar por el principio.
¿Qué es la verdad, y en qué sentido fue Cristo la verdad? La
primer pregunta, como es bien conocido, la preguntó Pilatos (Juan. 18:38), y dudamos que realmente
quisiera una respuesta a su pregunta. Pilatos le pregunta a Cristo, "¿Qué cosa es verdad?" Que no se le
haya ocurrido a Pilatos que Cristo era la verdad demuestra, precisamente, que
él no tenía en lo absoluto el ojo para la verdad. La vida de Cristo era la
verdad (Juan. 14:6). Para este fin
es que Cristo nació, y para este propósito es que vino al mundo, para dar
testimonio de la verdad. ¿Cuál es, entonces, la confusión fundamental en la
pregunta de Pilatos? Consiste en lo siguiente, que se le ocurrió cuestionar a
Cristo de esta manera; pues al cuestionar a Cristo en realidad se denunció a sí
mismo; reveló que la vida de Cristo no lo había iluminado. ¡Cómo podía Cristo
iluminar a Pilatos con palabras cuando Pilatos no podía ver a través de la
propia vida de Cristo lo que es la verdad!
La pregunta de Pilatos es extremadamente tonta. No porque
pregunta "¿Qué cosa es verdad?" sino porque se la pregunta a Cristo,
él cuya vida es expresamente la verdad y que en cada momento de su vida lo
demuestra con mayor poder que las más profundas ponencias de los pensadores más
inteligentes. Aunque es perfectamente lógico preguntarle a cualquier otra
persona, a un pensador, un maestro, o quien sea, "¿Qué cosa es
verdad?" preguntárselo a Cristo es la confusión más grande posible.
Obviamente Pilatos tiene la opinión de que Cristo es un hombre, como cualquier
otro. ¡Pobre Pilatos! La pregunta de Pilatos es la pregunta más tonta y confusa
que haya preguntado cualquier hombre. Es como si yo le preguntara a alguien
delante mío, "¿Tú existes?" ¿Cómo me puede responder esa persona? De
tal forma con Cristo en relación a Pilatos. Cristo es la verdad. "Si mi
vida", podría decir, "no te ha abierto los ojos a lo que es verdad,
¿qué puedo decirte? Pues yo soy la verdad."
Tal como con Pilatos, se ha abolido en nuestros días que
Cristo sea la verdad: tomamos la enseñanza de Cristo - pero abolimos a Cristo.
Queremos la verdad de forma fácil. Esto es abolir la verdad, pues Cristo, el
maestro, es más importante que la enseñanza. Tal como con la vida de Cristo, el
hecho de que vivió aquí en la tierra es mucho más importante que todos los
resultados de su vida, de forma tal que Cristo es infinitamente más importante
que sus enseñanzas.
Cristo es la verdad en el sentido que ser la verdad es la
única explicación verdadera para ello; la única forma verdadera de adquirirla.
La verdad no es una suma de afirmaciones, ni una definición, ni un sistema de
conceptos, sino la vida. La verdad no pertenece al pensamiento garantizando así
la validez de pensar. No, la verdad en su sentido más esencial es la
reduplicación de la verdad (es decir, existir en lo que uno entiende,
manifestar la verdad en la propia vida; vivir en vida los desafíos del
pensamiento y ser lo que uno dice) dentro mío, dentro tuyo, en Él. Tu vida, mi
vida, su vida expresan la verdad en cualquier intento. Tal como la verdad fue
una vida en Cristo, de igual forma, para nosotros la verdad debe ser vivida.
Por ello, la verdad no es cuestión de saber esto o aquello
sino de ser en la verdad. A pesar de toda la filosofía moderna, hay una
diferencia infinita aquí, que puede verse mejor en la respuesta de Cristo a
Pilatos. Cristo no sabía la verdad sino que era la verdad. No es que él no
supiera qué cosa es verdad, sino que cuando uno es la verdad y cuando el
requerimiento es ser en la verdad, simplemente "saber" la verdad es
insuficiente - es una falsedad. Pues saber la verdad es una consecuencia
inevitable de ser la verdad, y no a la inversa. Nadie sabe más de la verdad que
aquello que es dicha persona de la verdad. Conocer propiamente la verdad es
estar en la verdad; es tener la verdad en la propia vida. Esto siempre implica
una lucha. Cualquier otro tipo de conocimiento es una falsificación. En
resumen, la verdad, si verdaderamente está allí, es un ser, es una vida. El
Evangelio dice que la vida eterna es conocer al Dios verdadero y a su enviado,
y tal es la verdad (Juan 17:3) Es
decir, sólo puedo saber la verdad cuando se convierte en una vida en mí.
La verdad no es un depósito de conocimiento acumulado, las
ganancias. Esto podría ser si Cristo hubiera sido, por ejemplo, un maestro de
la verdad, un pensador, alguien que hubiera hecho un descubrimiento. Pero
Cristo es el camino al igual que la verdad. Su enseñanza es infinitamente
superior a todos los sistemas, aún los más nuevos. Su enseñanza es la verdad -
no en términos de conocimiento, sino en el sentido de que la verdad es un
camino - y como el Dios-hombre, él es y sigue siendo el camino; algo que ningún
ser humano, sin importar que tan celosamente profese que la verdad es el
camino, puede atreverse a decir de sí sin blasfemar.
Cristo compara la verdad a comida y apropiarse de ella a
comerla (Juan. 6:48-51). Tal como la
comida es apropiada (asimilada) y por ello se vuelve el sustento de la vida, de
la misma forma espiritualmente, la verdad es el dador y sustento de la vida. Es
la vida. Por ello puede verse que error monstruoso es impartir o representar el
Cristianismo dando discursos. La verdad es vivida antes de ser comprendida.
Debe pelearse por ella, ser probada y apropiada. La verdad es el camino. Y
cuando la verdad es el camino, entonces el camino no puede acortarse o dejarse,
a menos que la verdad misma se distorsione o nos abandone. ¿Acaso no es esto
difícil de entender? Cualquiera lo entenderá fácilmente si se entrega a ello.
-El Camino es el Cómo-
Hay una metáfora generalmente aceptada que compara la vida
con un camino. Comparar la vida con un camino puede ser muy enriquecedor de
muchas maneras, pero debemos considerar cómo es que la vida no es como un
camino. En un sentido físico, un camino es un hecho externo, sin importar si
alguien está caminando por él o no, sin importar cómo lo camine un individuo -
el camino es el camino. Pero en el sentido espiritual, el camino se vuelve
existente cuando lo caminamos. Es decir, el camino es cómo lo caminamos.
Sería irracional definir una vía por la forma en que se
atraviesa. Si es el joven que la camina o el viejo decrépito que trabajosamente
avanza con su cabeza gacha, si es la persona feliz que se apresura a llegar a
la meta o el preocupón que avanza lentamente, si es el viajero pobre de a pie o
el rico viajero en su carruaje - el camino, en el sentido físico, es el mismo
para todos. El camino es y sigue siendo el mismo, la misma vía. Pero no el
camino de la virtud. No podemos señalar el camino de la virtud y decir: Allí
corre el camino de la virtud. Sólo podemos mostrar cómo se camina el camino de
la virtud, y cuando cualquiera se niega a caminar de la misma manera, entonces
camina por otra senda.
La disimilitud de la metáfora se muestra con mayor evidencia
cuando la discusión es, al mismo tiempo, sobre un camino físico y un camino en
el sentido espiritual. Por ejemplo, cuando leemos en el Evangelio sobre el buen
Samaritano, se menciona del camino entre Jericó y Jerusalén. La historia nos
cuenta de cinco personas que caminaron "por el mismo camino." Espiritualmente
hablando, sin embargo, cada uno caminaba su propia senda. Tristemente, la vía
no hace distinciones; es en lo espiritual que se tiene la diferencia y se
distingue el camino. Consideremos esto con mayor cuidado.
El primer hombre era un viajero pacífico que caminaba el
camino de Jericó a Jerusalén, por la senda legal. El segundo hombre era un
ladrón "que caminaba por el mismo camino" - y sin embargo, en una
senda ilegal. Luego vino un sacerdote "por el mismo camino"; vio al
pobre desafortunado que había sido asaltado por el ladrón. Quizá estuvo
momentáneamente conmovido pero siguió de largo. Caminaba la senda de la
indiferencia. Luego vino un Levita "por el mismo camino". Vio al
pobre desafortunado; también siguió su camino sin conmoverse. El Levita caminaba
"por el mismo camino" pero iba por su propia senda, la vía del
egoísmo y la impiedad. Finalmente vino un Samaritano "por el mismo
camino." Encontró al pobre desafortunado en la senda de la misericordia.
Le mostró con el ejemplo cómo caminar la senda de la misericordia; le demostró
que el camino, en el sentido espiritual, es precisamente esto; cómo camina uno.
Es por ello que el Evangelio dice "Ve y haz lo mismo". Si, hubo cinco
viajeros que caminaron "por el mismo camino", y sin embargo cada uno
caminaba su propia senda.
La pregunta "¿cómo camina uno el camino de la
vida?" hace toda la diferencia. En otras palabras, cuando la vida es
comparada con un camino, la metáfora simplemente expresa lo universal, aquello
que todo el que esté vivo tiene en común por estar vivo. Hasta ese punto todos
estamos caminando por el camino de la vida y por ello vamos por el mismo
camino. Pero cuando vivir se vuelve tema de la verdad, entonces la cuestión se
vuelve: ¿Cómo debemos caminar para seguir la senda correcta en el camino de la
vida? El viajero que camina el camino de la vida en la verdad, no se pregunta,
"¿dónde está el camino?" sino pregunta cómo debe caminar por el
camino. Pero, como a la impaciencia no le importa ser engañada, símplemente
pregunta dónde está el camino, como si eso decidiera todo, como cuando el
viajero finalmente ha encontrado la vía. La sabiduría mundana está muy
dispuesta a engañar respondiendo correctamente la pregunta: "¿Dónde está
el camino?" mientras se omite la verdadera tarea de la vida, que,
entendiéndolo espiritualmente, el camino es: cómo es caminado.
La sagacidad mundana enseña que el camino va por Gerizim, o
por Moriah, o que va por alguna ciencia o la otra, o que el camino son ciertas
doctrinas, o ciertos comportamientos. Pero todo es engaño, pues el camino es
cómo se camina. Es tal como dicen las Escrituras - dos personas duermen en la
misma cama - uno es salvado, el otro está perdido. Dos personas pueden ir a la
misma casa de oración - uno vuelve a casa salvado, el otro, perdido. Dos pueden
recitar el mismo credo - uno está salvado, el otro, perdido. Cómo es que esto
sucede sino por el hecho de que, espiritualmente hablando, es engañoso saber
dónde está el camino, porque el camino es: ¿Cómo se camina?
-Dos Formas de Reflexión-
Hay dos formas de reflexión. Para la reflexión objetiva, la
verdad se vuelve un objeto, y el punto es no tomar en cuenta el sujeto que
conoce (el individuo). Por contraste, en la reflexión subjetiva, la verdad se
vuelve una apropiación personal, una vida, interiorización, y el punto es
sumergirse uno mismo en la subjetividad. Ahora, ¿cuál de estas formas es el
camino de la verdad que importa para una persona existente?
La forma de la reflexión objetiva convierte al individuo en
algo accidental, y por ello convierte a la existencia en un algo indiferente
que va desapareciendo. El camino de la verdad objetiva se aleja del sujeto que
la conoce. El sujeto y la subjetividad pierden importancia y,
correspondientemente, la verdad es un asunto de indiferencia. La validez
objetiva es fundamental. Cualquier interés personal es subjetividad. Por esta
razón el camino objetivo está convencido de poseer una seguridad que el camino
subjetivo no tiene. Es de la opinión que evita el peligro que yace en el camino
subjetivo, y en su extremo este peligro es locura. En su punto de vista, una
definición únicamente subjetiva de la verdad hacen que la verdad y la locura
sean indistinguibles. Pero manteniéndose objetivo uno evita convertirse en
lunático. Sin embargo, ¿no es acaso también la ausencia de interiorización una
locura?
Cierto que la reflexión subjetiva se vuelve hacia el
interior, pero en esta profundización interna hay verdad. No olvidemos, el
sujeto, el individuo, es un ser existente, y existir es un proceso de
convertirse. Por ello la verdad como la identidad del pensamiento y el ser es
una ilusión de lo abstracto. Aquel que sabe es, antes que nada, una persona
existente. En otras palabras, pensar y ser no son automáticamente la misma
cosa. Si la persona existente pudiera estar fuera de sí, entonces la verdad
sería algo concluido para él. Sin embargo, para la persona realmente existente,
la pasión, no el pensamiento, son la existencia en su más alto punto: el
verdadero conocimiento tiene que ver esencialmente con la existencia, con una
vida de decisión y responsabilidad. Sólo el conocimiento ético y
ético-religioso es conocimiento esencial. Sólo la verdad que importa para mí,
para ti, tiene relevancia.
Permíteme clarificar la diferencia entre reflexión objetiva
y subjetiva. La verdadera interiorización en un sujeto existente involucra
pasión, y la verdad como paradoja corresponde a la pasión. Olvidando que uno es
un sujeto existente, uno pierde la pasión y, por ello, la verdad deja de ser
una paradoja. Si la verdad es lo comprensible, el sujeto que conoce cambia de
ser un humano a ser un pensador abstracto, y la verdad se vuelve un objeto
abstracto, comprensible para su entendimiento. Cuando la cuestión de la verdad
se pregunta objetivamente, lo que se reflexiona no es la relación sino el qué
de la relación. Mientras uno se relacione a sí mismo con la verdad, el sujeto
está supuestamente en la verdad. Pero cuando la cuestión de la verdad es
preguntada subjetivamente, la relación del individuo con la verdad es lo que
importa. Si tan solo el cómo (no el qué) de esta relación está en la verdad,
entonces el individuo está en la verdad, aun si de esta manera se relacionara
con la falsedad.
Cuando se toma objetivamente, la cuestión de la verdad está
sólo en las categorías del pensamiento. Tomada subjetivamente, sin embargo, la
verdad está en la interiorización. En su máximo, el cómo de la interiorización
es la pasión por el infinito, y la pasión por el infinito es la verdad
esencial. La decisión sólo existe en la subjetividad. Así la pasión del
infinito, no su contenido, es el factor decisivo, pues el contenido es
precisamente la propia pasión. De esta forma el cómo subjetivo y la
subjetividad, no el qué objetivo y la objetividad, son la verdad.
Tomemos el conocimiento de Dios como ejemplo. El camino de
la objetividad se ocupa con aquello en lo que se reflexiona, si éste es el Dios
verdadero. En el camino de la subjetividad, sin embargo, el individuo se
relaciona con Dios de tal manera que esta relación es en verdad una relación
con Dios. Ahora, ¿de qué lado está la verdad? ¿No está en ninguno de los dos?
O, mejor aún, ¿no está en un punto medio entre ambos? ¿Pero cómo puede ser
esto? Una persona existente no puede estar en dos lugares a la vez. No puede
existir como un sujeto-objeto.
Dios es un sujeto para relacionarse con él, no un objeto
para ser estudiado o meditado. Existe sólo para la interiorización subjetiva.
La persona que elige el camino subjetivo inmediatamente comprende la dificultad
de tratar de encontrar a Dios objetivamente. Entiende que conocer a Dios
significa recurrir a Dios, no en virtud de una deliberación objetiva, sino en
virtud de una pasión infinita de interiorización. Mientras que el conocimiento
objetivo va despreocupadamente por la larga vía de la deliberación, el conocimiento
subjetivo considera la decisión tan importante que se vuelve inmediatamente
urgente, como si la oportunidad pospuesta hubiera pasado ya sin ser usada.
Ahora, el problema está en determinar dónde hay mayor
verdad, si en el lado de la persona que objetivamente busca al Dios verdadero y
la verdad más aproximada a la idea de Dios, o en el lado de la persona que está
infinitamente dedicada a relacionarse verdaderamente con Dios con la pasión de
su necesidad, entonces no puede haber duda sobre la respuesta. Si alguien vive
enmedio del Cristianismo y entra, conociendo la verdadera idea de Dios, a la
casa de Dios, la casa del Dios verdadero, y reza, pero reza en la falsedad, y
si alguien vive en una tierra idólatra pero reza con toda la pasión del infinito,
aún cuando sus ojos estén posados sobre la imagen de un ídolo - ¿dónde, pues,
hay mayor verdad? Este reza en la verdad a Dios aún si está adorando a un
ídolo; el otro reza en falsedad al Dios verdadero y por ello está adorando un
ídolo. La distancia entre la reflexión objetiva y la subjetividad es,
verdaderamente, infinita.
-El Peso de la Interiorización-
La verdad es obra de la libertad de tal forma que la
libertad constantemente trae consigo la verdad. A lo que me refiero es bastante
claro y simple, es decir, que la verdad existe para un individuo particular
mientras él mismo la produzca en acción. Si el individuo previene a la verdad
de ser en él de tal forma, tenemos un fenómeno de lo demoniaco. La verdad
siempre tiene muchos que la proclaman fuertemente, pero la cuestión es si una
persona reconocerá en su más profundo sentido a la verdad, permitiendo que
permee su ser completo, aceptando todas sus consecuencias, y no teniendo un
escondite de emergencia y un beso de Judas para la consecuencia.
Se habla mucho de la verdad. Pero la tarea ante nosotros
está en demostrar certidumbre e interiorización, no abstractamente sino en un
sentido totalmente concreto. La certidumbre y la interiorización determinan si
el individuo es o no en la verdad. No es una falta de aceptación que da cabida
a la arbitrariedad, descreencia y burla de la religión, sino una falta de
certidumbre. Siempre que faltan la interiorización y la apropiación, el
individuo no es libre en relación a la verdad, aún si de otra manera
"posee" toda la verdad. No es libre porque hay algo que lo hace
ansioso, es decir, el bien.
No deseo usar grandes palabras para hablar de esta Edad como
un todo. Sin embargo, difícilmente puede negarse que la razón de esta ansiedad
e inquietud es porque en una sóla dirección, "la verdad" aumenta en
amplitud y tamaño - por medio de la ciencia y la tecnología - mientras que en
el otro, la certidumbre y la confianza van en declive constante. Nuestra era es
experta en desarrollar verdades mientras es totalmente indiferente a la
certidumbre. Le falta confianza en el bien.
Toma el pensamiento de la inmortalidad, por ejemplo. La
persona que sabe cómo probar la inmortalidad del alma pero no está en sí mismo
convencido de ello, y no vive de acuerdo a ello, estará siempre ansioso. Sin
importar todas sus pruebas, se achica de la verdad de la inmortalidad. Se
engaña tanto a él como a otros pretendiendo que la prueba es suficiente. En el
proceso de probar la inmortalidad, se olvida de la inmortalidad, pues esta es
precisamente lo que él teme. Está ansioso y por ello se ve obligado a buscar un
entendimiento mayor de lo que significa creer en la inmortalidad del alma.
Sin interiorización, un adepto de la más rígida ortodoxia
puede ser demoniaco. Lo sabe todo. Se arrodilla ante lo sagrado. Es
ceremonialmente impecable. Habla de encontrarse ante el trono de Dios y sabe
cuántas veces debe inclinarse. Sabe todo, pero solamente como la persona que
puede probar una proposición matemática cuando las letras son ABC, pero no
cuando las letras son DEF. Sin embargo, está ansioso, especialmente cuando
escucha algo que no es exáctamente lo mismo que su creencia. Se asemeja al
filósofo que ha descubierto una nueva prueba de la inmortalidad del alma y
luego, en peligro de muerte, ¡no puede dar dicha prueba porque ha olvidado sus
notas! ¿Qué es lo que les falta a ambos? Certidumbre.
¡Con qué celo industrioso, cuánto sacrificio de tiempo,
diligencia y materiales de escritura teólogos y filósofos de nuestro tiempo han
dedicado en probar la existencia de Dios! Y aún así mientras la excelencia de
estas pruebas aumenta, la certidumbre disminuye. ¿Qué les falta a estos
individuos? Nuevamente, es la interiorización.
Pero la interiorización también puede faltar en la dirección
opuesta. Aquellos Cristianos llamados píos tampoco son libres. También les
falta la certidumbre e interiorización auténticas. ¡Por eso son tan píos! Y el
mundo está sobradamente justificado en reírse de ellos. Si, por ejemplo, un
hombre de piernas torcidas quiere ser un maestro de baile pero no es capaz de
ejecutar un sólo paso, es cómico. Así es con las multitudes que son tan
religiosas. Frecuentemente escuchas a los píos llevando el ritmo, como si
fueran tal como aquel que no sabe bailar y sin embargo sabe suficiente para
llevar el ritmo, aún así nunca tienen la fortuna de dar un paso. Para
reafirmarse, los píos toman ideas grandiosas que el mundo odia. Combaten en
ideas, pero no con sus vidas. Tal es la vida de aquellos a quienes les falta
interiorización.
La eternidad es un pensamiento muy radical, y por ello es
asunto de la interiorización. Siempre que la realidad de lo eterno es afirmada,
el presente se vuelve algo completamente diferente de aquello de lo que se
separa. Por esto, precisamente, es que el humano le teme (bajo el disfraz de temer
a la muerte). Frecuentemente escuchas de gobiernos particulares que temen a los
elementos inquietos de la sociedad. Prefiero decir que la Edad entera es un
tirano que vive temeroso del elemento inquieto: el pensamiento de la eternidad.
No se atreve a pensar en él. ¿Por qué? Porque se deshace bajo - y lo evita de
cualquier forma- el peso de la interiorización.
-Cristo no tiene Doctrina-
Un verdadero creyente está infinitamente interesado en qué
cosa es real. Para la fe, esto es decisivo, y su interés no implica sólo un
poco de curiosidad sino una dependencia absoluta al objeto de la fe.
El objeto de la fe, como es entendido en el Cristianismo, no
es una doctrina, pues entonces la relación sería meramente intelectual. Ni
tampoco el objeto de la fe es un maestro que tiene la doctrina, pues cuando un
maestro tiene una doctrina, entonces la doctrina se vuelve más importante que
el maestro. El objeto de la fe es la actualidad y autoridad del maestro;
aquello que realmente es el maestro. Por ello la respuesta de la fe es o un sí
o un no absolutos. La posición de la fe no está en relación con la enseñanza,
si es verdadera o no, sino la respuesta a una cuestión sobre el hecho: ¿Aceptas
como un hecho que el Maestro existe realmente? Por favor, nota que la respuesta
a esto es un asunto de interés infinito. Desde luego, si el objeto de la fe
fuera tan sólo un ser humano, entonces todo se vuelve un embuste. Pero este no
es el caso para los Cristianos. El objeto de la fe Cristiana es la existencia
histórica de Dios, es decir, que Dios en cierto punto del tiempo existió como
un ser individual.
Por ello, el Cristianismo no es una doctrina sobre la unidad
de lo divino y lo humano, ni tampoco el resto de los parafraseo lógicos del
pensamiento típicamente religioso. El Cristianismo no es una doctrina sino un
hecho: Dios vino a la existencia a través de un ser humano particular en un
particular punto de la historia.
El Cristianismo no debe ser confundido con una verdad
objetiva o científica. Cuando Cristo vino al mundo era difícil convertirse en
Cristiano, y por esta razón uno no se preocupaba con tratar de entenderlo.
Ahora que casi hemos llegado a la parodia en que convertirse en Cristiano no es
realmente nada, y sin embargo es una tarea difícil y que demanda mucha dedicación
para comprenderla. Todo está invertido. El Cristianismo se transforma en un
tipo de visión mundial, una forma de pensamiento sobre la vida, y la tarea de
la fe consiste en entenderlo y articularlo. Pero la fe esencialmente se
relaciona con la existencia, y convertirse en Cristiano es lo que importa.
Creer en Cristo y querer "entenderlo" de esta manera, articulando y
elaborando sobre él es, realmente, una evasión cobarde que quiere achicarse de
la tarea. Convertirse en Cristiano es el máximo, querer "entender" al
Cristianismo, como si fuera una doctrina, deja abierto a la sospecha.
Que uno puede saber lo que es el Cristianismo sin ser
Cristiano es una cosa. Pero si alguien puede saber lo que es ser Cristiano sin
convertirse en uno es una cosa enteramente distinta. Y éste es el problema de
la fe. No se puede encontrar mayor duda que cuando, con la ayuda del
"Cristianismo", es posible encontrar Cristianos que aún no se han
convertido en Cristianos.
La fe y, por ello, el objeto de la fe no es una lección para
los lentos de aprendizaje en la esfera del conocimiento, un asilo para el
ignorante. La fe existe en una esfera propia. La marca identificadora inmediata
de cada malentendido sobre el Cristianismo es que la fe se vuelve una creencia
y es expuesta en el rango de la intelectualidad - un asunto de entendimiento,
de conocimiento. El interés infinito es la actualidad y autoridad del Maestro,
un compromiso absoluto, convertirse en Cristiano - esta es toda la pasión y el
objeto de la fe.
-La Fe: La incomparable falta de Lógica-
¿Puede uno saber cosa alguna de la historia sobre Cristo?
No. ¿Y por qué no? Porque Cristo es la paradoja, el objeto de la fe, y existe sólo
por la fe. Nada puede saberse sobre él; está tan sólo para ser creído. No puede
saberse cosa alguna sobre Cristo de la historia. Si uno aprende poco o mucho
sobre él, no representará quien es él en realidad. Obtener datos históricos
convierte a Cristo en alguien más que aquel que realmente es.
¿No puede uno, al menos, demostrar por la historia, que Cristo
era Dios, aún si no podemos saber mucho más? Permíteme preguntar otra pregunta
primero: ¿Puede imaginarse una contradicción más absurda que querer demostrar
que una persona individual es Dios? ¡Piensa, pues, en comprobar eso! ¿Cómo
puedes hacer razonable algo que entra en conflicto con la razón? No puedes, a
menos que quieras contradecirte a ti mismo. Las mal llamadas pruebas de la
divinidad de Cristo que las Escrituras señalan, según la gente - sus milagros,
su resurrección, su asunción - no están, si lo piensas bien, en armonía con la
razón. Al contrario, demuestran que creer en las obras de Cristo es un asunto
de fe.
¿Qué pueden realmente demostrar todos los milagros en
realidad? A lo más, que Jesucristo fue un gran hombre, quizá el más grande que haya
vivido jamás. Pero que él era - Dios - no, para esa conclusión seguramente
fracasará.
¿Cómo se puede observar los resultados que gradualmente van
desarrollándose de cualquier cosa y luego llegar, por algún truco de la deducción,
a una conclusión diferente en calidad de aquello con lo que has comenzado? ¿No
es acaso pura locura (tomando en cuenta que la humanidad esté cuerda)
permitirle a tu juicio confundirse de tal forma que llegue a la categoría
equivocada? Una huella es, ciertamente, la consecuencia de que una criatura la
haya hecho. Puedo confundirla con un ave, pero al examinarla detenidamente, y
siguiendo las huellas desde cierta distancia, puedo determinar que fue otro
animal quien las hizo. Bien. Pero, ¿puedo en algún punto llegar a la conclusión:
por ello ha sido un espíritu que ha caminado por este camino, un espíritu - que
no deja huella? Precisamente lo mismo es cierto cuando intentamos inferir de
los resultados de la vida de una persona que, por ello, él era Dios.
Es verdad, si Dios y la humanidad se asemejan tanto como
para, esencialmente, pertenecer a la misma categoría de ser, la conclusión
"por ello Cristo era Dios" es perfectamente lógica. Pero esto no es más
que tontera. ¡Si eso es todo lo que se necesita para ser Dios, entonces Dios no
existe! Pero si Dios pertenece a una categoría infinitamente diferente del
humano, pues entonces, ni yo ni nadie más puede empezar asumiendo que Cristo
era humano y entonces, lógicamente, concluir que por ello era Dios. Cualquiera
con un poco de sentido lógico podrá ver esto. La cuestión de si era o no Dios
yace en un plano enteramente distinto: cada persona debe decidir por sí mismo
si creerá que Cristo era lo que él mismo clamaba ser.
La fe protesta contra cualquier intento de aproximarse a
Cristo por medio de los hechos históricos. El conflicto de la fe es que todo el
enfoque del historiador es - blasfemia. ¡Qué extraño! Con la ayuda de la
historia, es decir, mirando los resultados de la vida de Cristo, creemos poder llegar
a la conclusión de que él era Dios. Sin embargo la fe afirma lo exactamente
opuesto. Cualquiera que comience con este tipo de lógica es culpable de
blasfemia. La blasfemia no es tanto asumir hipotéticamente que Cristo era un
ser humano, sino pensar que los resultados de su vida pueden separarse de quien
era. Cuando analizas los hechos, haces que Cristo sólo sea un hombre.
Respecto a Cristo tenemos solamente historia sagrada (que es
cualitativamente diferente del método del historiador). Cristo es la paradoja
divina-humana que la historia jamás podrá digerir o convertir en prueba. Aún
con lo que sabemos de la vida de Cristo y todas sus brillantes obras,
¡palidecen en comparación a su segunda venida en gloria! ¿O acaso pienses que
el regreso de Cristo no será más que el resultado progresivo de su vida en la
historia? ¡No! El regreso de Cristo será algo enteramente distinto, algo que sólo
puede ser creído. Que Cristo era Dios encarnado en su bajeza y que vendrá
nuevamente en gloria, todo esto está más allá de la comprensión de la historia.
No puede ser deducido de "hechos" o de la historia, sin importar que
tan incomparablemente los consideres, excepto por una incomparable falta de lógica.
Está infinitamente más allá de la capacidad de la historia
demostrar que Dios, el omnipresente, vivió aquí en la tierra como un ser humano
individual. La historia puede comunicar ricamente conocimiento, pero dicho
conocimiento aniquila a Jesucristo. Qué extraño es, entonces, que cualquiera
haya querido usar la historia para demostrar que Cristo era Dios. Aún si la
vida de Cristo no hubiera manifestado resultados sorprendentes, no hay
diferencia alguna. Además, ¿qué hay de extraordinario en el hecho de que la
vida de Dios haya tenido resultados extraordinarios? Hablar así es pura tontería.
No, Dios vivió aquí en la tierra, en verdadera bajeza, y eso es lo que es
infinitamente extraordinario - extraordinario en sí mismo. El hecho de que vivió
aquí con nosotros es infinitamente más importante que todos los resultados
extraordinarios que se hayan registrado en la historia.
-Pasión y Paradoja-
¿Cómo podemos entender la verdad en términos de
subjetividad? He aquí la definición: La verdad es la incertidumbre objetiva que
se sostiene a través de la apropiación personal con la interiorización más
apasionada. Esta es la verdad más alta que puede haber para una persona
existente. Al punto donde el camino se divide, el conocimiento objetivo se
suspende, y uno sólo tiene incertidumbre, pero esto es precisamente lo que
intensifica la infinita pasión de la interiorización. La verdad subjetiva es
precisamente la aventura osada de elegir la incertidumbre objetiva con la pasión
por el infinito.
Observo la naturaleza para poder encontrar a Dios, y
verdaderamente veo omnipotencia y sabiduría. Sin embargo, también veo que hay
mucho conflicto y desacuerdo. La suma total de esto es que la existencia de
Dios es una incertidumbre objetiva, pero la interiorización, la certidumbre de
su existencia, aun así es tan grande, precisamente por la incertidumbre
objetiva. En una proposición matemática se nos da la objetividad absoluta, pero
por dicha razón la verdad es también una verdad indiferente y me ocupa muy
poco.
Ahora, la definición de la verdad que se ha mencionado antes
es, en realidad, un parafraseo de la fe. Sin incertidumbre, no hay riesgo. Si no hay
riesgo, no hay fe. La fe es la contradicción entre la pasión infinita de la
interiorización y la incertidumbre objetiva. En otras palabras, si tengo a Dios
de forma objetiva, no tengo fe; pero porque no hago esto, debo tener fe. Si
quiero mantenerme en la fe, debo continuamente ver que me afirme fuertemente a
la incertidumbre objetiva. Debo asegurarme que, en la incertidumbre objetiva
salga "desde 70,000 brazas de agua" y aún tenga fe.
Y esto no es todo. La verdad como subjetividad, cuando está
en su más alto punto, nos afirma con mayor fuerza que la incertidumbre
objetiva. Cuando la subjetividad o interiorización son la verdad, entonces la
verdad, objetivamente definida, es una paradoja. La paradoja muestra
precisamente que la subjetividad es la verdad, pues el rechazo de la
objetividad, la paradoja, es la flexibilidad y barómetro de la interiorización.
El gran mérito de Sócrates es precisamente haber sido un
pensador existente, no un pensador especulativo que olvida lo que significa
existir. Y esto es en verdad admirable. Pero vayamos más allá; asumamos que la
verdad eterna, esencial es en sí misma una paradoja. ¿Cómo emerge la paradoja?
Poniendo la verdad esencial, eterna junto con el existir. La verdad eterna en sí
misma ha venido a la existencia en el tiempo. Ésa es la paradoja, y la verdad más
alta para una persona existente. Nuevamente, sin riesgo, no hay fe; mientras más
riesgo haya, mayor es la fe. Por ello, mientras mayor confianza objetiva, menor
interiorización (la interiorización es subjetividad); mientras menos confianza
objetiva, mayor profundidad a la interiorización posible. Por ello, cuando la
paradoja es el objeto de la fe nos empuja por virtud de lo absurdo, y la pasión
correspondiente a la interiorización es la fe. ¿Qué es, entonces, el absurdo?
El absurdo es que la verdad eterna ha venido a la existencia en el tiempo, que
Dios ha venido a la existencia, ha nacido, ha crecido, ha existido exactamente
como un ser humano individual, indistinguible de cualquier otro ser humano.
La subjetividad es verdad y si la subjetividad está en la
existencia, entonces, si podemos ponerlo de esta manera, el Cristianismo le
ajusta perfectamente. La subjetividad culmina en la pasión; el Cristianismo
culmina en la paradoja (Dios en Cristo; Dios en la Cruz); la paradoja y la pasión
se ajustan perfectamente la una a la otra, pues la paradoja se ajusta
perfectamente a una persona situada en el extremo de la existencia.
Verdaderamente, en todo el mundo no se encontrarán dos amores que se ajusten tan
bien el uno al otro como la paradoja y la pasión, el Cristianismo y la fe.
Por ello, si alguien quiere tener fe y también razón,
entonces, que comience la comedia. Quiere tener fe, pero quiere asegurarse
primero, con ayuda de la deliberación objetiva. ¿Qué pasa? Con ayuda de la razón,
el absurdo se vuelve otra cosa; se vuelve probable, se vuelve más que probable,
se puede volver a un alto grado excesivamente probable, incluso demostrable.
Ahora está listo para creerlo, y se atreve a decirse que no cree como los
zapateros y sastres y la gente común cree, sino lo hace después de una larga y
cuidadosa deliberación. Ahora está listo para creer, pero, por más que se mire,
ahora se ha vuelto verdaderamente imposible creer. Lo casi probable, lo
probable, lo hasta-el-más-alto-punto y excesivamente probable, que casi puede saberlo,
o es casi como conocerlo, hasta el más alto punto y excesivamente casi conocerlo-
pero creerlo, eso no lo puede hacer, pues el absurdo es precisamente el objeto
de la fe y sólo puede ser creído con la pasión de la interiorización.
El Cristianismo clama ser la verdad eterna, esencial que ha
venido a la existencia en el tiempo. Proclama ser la paradoja y por ello
requiere la interiorización de la fe - aquello que es una ofensa para los Judíos,
tontería para los Griegos, un absurdo para aquel de entendimiento. No puede
expresarse con mayor fuerza: la objetividad y la fe están en conflicto total el
uno contra el otro. ¿Qué quiere decir la fe objetiva? ¿No llega a más que una
suma de mandamientos? El Cristianismo no es nada parecido. Al contrario, es
interiorización, una interiorización de la existencia que pone a la persona
decisivamente, más decisivamente que lo que cualquier juez puede hacer con un
acusado, entre el tiempo y la eternidad, entre el cielo y el infierno en el tiempo
de la salvación. ¿Pero fe objetiva? Es como si el Cristianismo fuera un tipo de
pequeño sistema, aunque presumiblemente no tan bueno como un sistema Hegeliano.
Es como si Cristo - no es mi culpa que lo diga - hubiera sido un profesor y
como si sus apóstoles hubieran formado una pequeña sociedad de pensadores
profesionales. La pasión de la interiorización y la deliberación objetiva están
en completo desacuerdo la una con la otra. No hay otra forma de verlos.
Volverse objetivo, preocuparse con el "qué" del Cristianismo, en
lugar del "cómo" ser Cristiano, no es nada más que un retroceso.
El Cristianismo es subjetivo; la interiorización de la fe en
el creyente es la verdad en la decisión eterna. Objetivamente no hay verdad
"allá afuera" para los seres existentes, sino solamente
aproximaciones, mientras que la verdad subjetiva yace en la interiorización,
porque la decisión de la verdad está en la subjetividad. ¿Pues cómo puede ser
la decisión sólo una aproximación o sólo hasta cierto punto? ¿Qué puede significar
afirmarse o asumir que la decisión es como una aproximación, que es sólo hasta
cierto punto? Te diré lo que significa. Significa negar la decisión. La decisión
de la fe, a diferencia de la especulación, está diseñada específicamente para
terminar con la perpetua perorata de "hasta cierto punto."
Por ello, para el individuo existente, no hay verdad
objetiva "allá afuera." Un conocimiento objetivo sobre la verdad o
las verdades del Cristianismo es precisamente una falsedad. Saber el credo de
memoria es, simplemente, paganismo. Esto es porque el Cristianismo es
interiorización. El Cristianismo es una paradoja, y la paradoja requiere una sola
cosa: la pasión de la fe.
-La Insensatez de Demostrar la Existencia de Dios-
Llamemos a lo desconocido, Dios. El único nombre que le
damos. Ahora, difícilmente se le ocurre a nuestro entendimiento querer
demostrar que esto desconocido existe. Si, digamos, Dios no existe, entonces,
por supuesto, es imposible demostrarlo. Pero si existe, entonces también es una
tontería querer demostrarlo, pues en cada momento que comienza la demostración,
presupondrías su existencia. De otra forma no empezarías, percibiendo fácilmente
que todo el asunto es imposible si no existiera.
Uno no razona en conclusión a la existencia, sino razona en
conclusión de la existencia. Por ejemplo, no puedo demostrar que una piedra
existe sino que algo, que existe, es una piedra. La corte legal no demuestra
que un criminal existe sino que el acusado, que verdaderamente existe, es un
criminal. Cuando sea que llames a la existencia una adición o la eterna
presuposición, nunca puede ser demostrada.
Si, por ejemplo, quiero demostrar la existencia de Napoleón
por sus obras, ¿no sería esto curioso? ¿No es la existencia de Napoleón lo que
explica sus obras, ni sus obras su existencia? Para probar la existencia de
Napoleón por sus obras, tendría que haber interpretado previamente la palabra
"suyo" en tal forma para hacer que se asuma que él existe. Más aún,
porque Napoleón es tan sólo un ser humano, es posible que alguien más hubiera
hecho las mismas obras. Es por ello que no puedo razonar de sus obras su
existencia. Si llamo a las obras, obras de Napoleón, entonces la demostración
es superflua, pues ya he mencionado su nombre. Si ignoro esto, entonces no puede
demostrarse jamás de sus obras que sean de Napoleón. Al menos no puedo
garantizar que sean suyas. Sólo puedo demostrar que dichas obras son aquellas
de, digamos, un gran general. Sin embargo, con Dios hay una relación absoluta
entre él y sus obras. Si Dios no es un nombre sino una realidad, su esencia
debe involucrar su existencia.
Las obras de Dios, por tanto, sólo Dios puede hacerlas. Esto
es correcto. Pero, entonces, ¿qué son las obras de Dios? Las obras de las
cuales quiero demostrar su existencia no existen directa e inmediatamente. ¿Está
la sabiduría de la naturaleza y la bondad o el conocimiento gobernando justo en
frente de nuestras narices? ¿No encontramos grandes tribulaciones aquí también?
¿Cómo puedo demostrar la existencia de Dios de tal orden de las cosas? Aún si
comienzo, nunca terminaré. No sólo eso, estaría obligado a vivir en suspenso
continuo a menos que algo tan terrible suceda que mi fragmento de demostración
quede arruinado. El tonto dice en su corazón que no hay Dios, pero aquel que dice
en su corazón o le dice a otros: Espera un poco y te lo demostraré - ¡ah, qué
raro sabio es! Si, al momento que se supone comenzará su demostración, no está
totalmente decidido si Dios existe o no, entonces, por supuesto, no puede
realmente demostrarlo. Y si tal es la situación en su comienzo, entonces nunca empezará
- parcialmente por miedo a fracasar, porque Dios puede no existir, y
parcialmente porque no tiene nada con qué comenzar.
En resumen, demostrar la existencia de alguien que ya existe
es la lucha más desvergonzada. Es un intento de ridiculizarlo. El problema es
que uno ni siquiera sospecha esto, que en total seriedad uno incluso lo
considera una tarea divina. ¿Cómo se le puede ocurrir a cualquier persona
demostrar que Dios existe a menos que ya se haya permitido ignorarlo?
La existencia de un rey se demuestra por medio del
sometimiento y la sumisión. ¿Quieres demostrar que un rey existe? ¿Lo harás
ofreciendo una ilación de pruebas, una serie de argumentos? No. Si eres serio
en tu empeño, demostrarás que un rey existe por tu sumisión, por la forma en la
que vives. Y así es con demostrar la existencia de Dios. Se consigue no con
pruebas sino con adoración. Cualquier otra forma no es más que la ineptitud de
un pensador piadoso.
-Respondiendo a la duda-
¿Has dudado alguna vez? Me pregunto, ¿alguna vez has cargado
con las marcas de la imitación? Me pregunto si alguna vez has dejado todo para
seguir a Cristo. Me pregunto si tu vida ha sido marcada por la persecución.
Es verdad, muchos han dudado. Y ha habido aquellos que se
han sentido obligados a refutar sus dudas con razones. Pero estas razones
actúan en su contra y engendran una duda que crece más y más fuerte. ¿Por qué?
Porque demostrar la verdad del Cristianismo no yace en razones sino en la
imitación: aquello que se asemeja a la verdad. Sin embargo, nosotros Cristianos
preferimos alejar esta prueba. La necesidad de "razones" es, en sí
misma, un tipo de duda - una duda que vive de las razones. No nos damos cuenta
que mientras más razones uno de, más se alimenta a la duda y esta se vuelve más
fuerte. Ofrecerle razones a la duda para matarla es como ofrecerle su comida
favorita a un monstruo hambriento buscando eliminarlo.
No, no debemos ofrecerle razones a la duda - al menos no si
nuestra intención es matarla. Debemos hacer lo que hizo Lutero, ordenarle a la
duda que cierre la boca, y para tal fin debemos quedarnos callados.
Aquellos cuyas vidas imitan la de Cristo no dudan de cosas
tales como la resurrección de Cristo. ¿Y por qué no? Porque sus vidas son tan
desgastantes, tanto se invierte en los sufrimientos diarios que son incapaces
de quedarse quietos en compañía de las razones y la duda, jugando azares. En
segundo lugar, la necesidad misma alivia la duda. Cuando, por una buena causa,
eres despreciado, perseguido, ridiculizado, empobrecido, entonces descubrirás
que no dudarás de la resurrección de Cristo, porque la necesitas.
Sin una vida de imitación, de seguir a Cristo, es imposible
ganar la maestría sobre las dudas. No podemos detener a la duda con razones.
Aquellos que lo intenten aún no han aprendido que es un esfuerzo inútil. No
entienden que la imitación es la única fuerza que, como la fuerza policiaca,
puede romper la multitud de dudas y limpiar el área, obligándolas a irse a su
casa y cerrar la boca.
Recuerda que el Salvador del mundo no vino a traer una
doctrina; nunca dio ponencias. No trató de llevar a que alguien aceptara su
enseñanza por medio de las razones, ni trató de autenticarla con pruebas
demostrables. Su enseñanza fue su vida, su existencia. Si alguien quería ser su
seguidor, él le decía a dicha persona algo como, "Atrévete a un acto
decisivo; entonces podrás comenzar, entonces podrás saber."
¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que uno no se vuelve un
creyente oyendo acerca del Cristianismo, leyendo o pensando sobre él. Quiere
decir que mientras vivió Cristo, ninguno se volvió creyente viéndolo de cuando
en cuando o yendo a mirarle todo el día. No, se requiere de una circunstancia
específica - aventurarse a tomar un acto decisivo. La prueba no precede al
acto, sino es consecuencia de este; existe en y con la vida que sigue a Cristo.
Una vez que te has aventurado a un acto decisivo, entras en conflicto con la
vida de este mundo. Chocas con él, y por ello progresivamente serás llevado a
tal tensión que entonces llegarás a tener certeza en la enseñanza de Cristo.
Comenzarás a comprender que no puedes con este mundo sin recurrir a Cristo.
¿Qué más puede esperarse de la verdad?
Esto es también lo que Cristo decía, y esta es la prueba
posible de la verdad que él representa: "Si cualquiera actúa de acuerdo a
lo que digo, experimentará si es que acaso estoy hablando por mi cuenta."
Atrévete a dar todas tus posesiones a los pobres y entonces experimentarás sin
duda alguna la verdad de la enseñanza de Cristo. Atrévete a ser completamente
vulnerable en nombre de la verdad, y sin duda alguna experimentarás la verdad
de la palabra de Cristo. Experimentarás como sólo esta puede salvarte de la
desesperanza de rendirte, pues necesitarás de Cristo para protegerte de los
otros y para mantenerte recto cuando el pensamiento de tu propia imperfección
te doble con su peso.
Si, la duda aun así vendrá, aún a aquel que siga a Cristo.
Pero la única persona que tiene el derecho de seguir adelante aun cuando duda
es aquel cuya vida lleve las marcas de la imitación, alguien que, por una
acción decisiva, al menos intente seguir tan lejos que convertirse en Cristiano
aún sea una posibilidad. Todos los demás deben callarse; pues no tienen derecho
a decir palabra alguna sobre el Cristianismo, y mucho menos en contra.
-Solo con la Palabra de Dios-
Mi escucha, ¿qué tan alto valoras la Palabra de Dios?
Imagina a un amante que ha recibido una carta de su amada. Supondría que la
Palabra de Dios es tan preciosa para ti como la carta es para ese amante.
Supondría que lees y piensas que debes leer la Palabra de Dios de la misma
forma que un amante lee dicha carta.
Sin embargo, quizá digas, "Sí, pero la Escritura está
escrita en un lenguaje extranjero." Supongamos entonces que esta carta de
la amada está escrita en un lenguaje que el amante no puede entender. Y
supongamos que no hay nadie que pueda traducírsela. Quizá incluso no quiera
ayuda alguna a menos que un extraño sea iniciado en estos secretos. ¿Qué hace
entonces? Toma un diccionario, comienza a traducir lentamente a través de la
carta, buscando cada palabra para obtener la traducción.
Ahora, imaginemos que, mientras está ocupado con esta tarea,
un conocido llega. Sabe que ha llegado esa carta, porque la ve allí frente
suyo, y dice "Estás leyendo una carta de tu amada." ¿Qué crees que le
conteste el otro? Responderá "¿estás loco? ¿Crees que esto es leer una
carta de mi amada? No, mi amigo, estoy aquí, batallando con un diccionario para
traducirla. A momentos estoy a punto de estallar de la impaciencia; la sangre
se me sube a la cabeza y casi quiero aventar el diccionario lejos - ¡y llamas a
esto leer! ¡Bromeas! No, a Dios gracias, en cuanto termine de traducirla, leeré
la carta de mi amada; eso es algo completamente distinto."
Así pues, respecto a esta carta de su amada, el amante hace
distinción entre leerla con un diccionario y leer la carta de su amada. La
sangre le golpea en la cabeza con impaciencia mientras está sentado allí,
moliendo la lectura con un diccionario. Se enfurece cuando su amigo llama a
esto la lectura de su amada. Pero cuando termina con la traducción, lee la
carta. Todos los preliminares de estudio se consideran nada más que un mal
necesario para poder llegar al punto - de leer la carta de su amada.
No descartemos tan pronto esta metáfora. Supongamos que esta
carta contenía no sólo una expresión de afecto, sino también un deseo, algo que
la amada quería que su amante hiciera. Supongamos que era mucho lo que se
requería de él - tanto que cualquier otra persona tendría buenas razones para
pensárselo dos veces. Pero al amante, ah, está más que dispuesto para cumplir
el deseo de su amada. Ahora, imagina que luego de un tiempo los amantes se
encuentran y la amada dice, "Pero querido, eso no es lo que te pedí. Quizá
no entendiste el mensaje o lo tradujiste incorrectamente." ¿Crees que el
amante se lamentaría de haberse apresurado en cumplir el deseo, crees que
lamenta su error? ¿Y crees que así complace menos a su amada?
Piensa en un niño, un estudiante brillante y diligente.
Cuando el maestro asigna la tarea para el día siguiente, dice "Quiero que
aprendan muy bien este tema para mañana." Esto deja una honda impresión en
el estudiante. Se va a casa y se ocupa de la tarea de inmediato. Pero no ha
escuchado hasta donde debe estudiar exactamente - ¿entonces qué hace? Es la
instrucción de su profesor la que le ha impresionado. Quizá lea el doble de lo
que debía haber leído. ¿Crees que el profesor pensará menos de él por haber
estudiado el doble? Piensa en otro estudiante. También ha escuchado la
instrucción de su profesor. Tampoco ha escuchado hasta dónde debe estudiar. Sin
embargo, al llegar a casa, se dice "Primero debo saber hasta dónde debo
estudiar." Así que va a casa de uno de sus compañeros, y luego a la de
otro. No llega a casa sino hasta muy tarde y, por ello, ¡no estudia nada!
Ahora piensa en la Palabra de Dios. Cuando lo lees de forma
académica, con un diccionario o un comentario, entonces no estás leyendo la
Palabra de Dios. Recuerda lo que decía el amante, "Esto no es leer la
carta de mi amada." Si tú fueras un académico, por favor, aún con todas
tus lecturas de instrucción, no olvides leer la Palabra de Dios. Si no eres
académico, ¡regocíjate! ¡Agradece que puedes escuchar la instrucción de Dios de
inmediato! Y si al escucharla oyeras un deseo, una orden, una instrucción,
entonces - ¡recuerda al amante! - parte de inmediato a hacer lo que te pide.
"Pero", puedes decir, "hay tantos pasajes en
la Biblia que son poco claros, libros completos que son prácticamente
acertijos. ¿No me ayudaría el académico?" A ello respondo (antes que tenga
nada que ver con esta objeción): "Cualquier objeción debe ser hecha por
aquel cuya vida manifieste que ha cumplido escrupulosamente con aquellos
pasajes que le son fáciles de entender. ¿Tal es el caso contigo?" Sin
embargo, de tal forma el amante respondería a la carta. Si hay pasajes poco
claros pero también deseos claramente expresados, diría "Debo cumplir
inmediatamente con el deseo - después veré qué hacer con las partes poco
claras. ¿Cómo me puedo sentar a reflexionar sobre los pasajes poco claros y no
cumplir el deseo, aquel que claramente entiendo?" En otras palabras, no
son los pasajes confusos de las Escrituras los que te atan, sino aquellos que
comprendes. Con estos debes cumplir de inmediato. Si has entendido sólo un
pasaje de todas las Escrituras, pues entonces debes hacer ése primero antes que
cualquier otro. Es el pasaje que Dios pide de ti. No primero te sientes a
reflexionar sobre los pasajes confusos. La Palabra de Dios está dada de tal
forma que debes actuar de acuerdo a ella, no volverte experto interpretándola.
Nuevamente, no dejemos atrás la metáfora de la carta de la
amada. ¿No se aseguraría de cerrar con seguro la puerta para no ser
interrumpido? ¿No estaría a solas, sin interrupciones con la carta? "De
otra forma" diría "no puedo leer la carta de mi amada." Y de tal
forma es con la Palabra de Dios. La persona que no está a solas con la Palabra
de Dios, no está leyendo la Palabra de Dios. ¡Cuidado, profesores y
predicadores!
¡Sí, a solas con la Palabra de Dios! Mi escucha, permíteme
hacer una confesión. Aún no me atrevo a estar totalmente solo con la Palabra de
Dios. No tengo la honestidad y el coraje para hacerlo. ¡No me atrevo! Si la
abro -en cualquier pasaje- me atrapa de inmediato. Me pregunta - tal como si
fuera Dios mismo quien me preguntara - "¿Has hecho lo que lees aquí?"
Y entonces estoy atrapado. Y entonces o me lanzo de inmediato a la acción o de
inmediato a una lectura correcta.
Estar a solas con la Palabra de Dios es un asunto peligroso.
Desde luego, puedes encontrar formas de defenderte contra ello: Tomar la
Biblia, cerrar con seguro tu puerta - y luego sacar diez diccionarios y
veinticinco comentarios. Y así puedes leerla tan calmada y fríamente como si
leyeras la publicidad del periódico. Con este arsenal puedes empezar a
preguntarte, "¿no hay varias interpretaciones válidas? ¿Y qué de la
posibilidad de nuevas interpretaciones? Quizá haya cinco intérpretes con una
opinión y siete con otra y dos con una opinión extraña y tres que están
indecisos o que no tienen opinión alguna. Por ello calmadamente concluyo,
"No estoy totalmente seguro del significado en este pasaje. Necesito más
tiempo para formar una opinión." ¡Dios santo! ¡Qué trágico e incorrecto
uso del academismo que hace tan fácil que la gente se engañe a sí misma!
¿No podemos, por una vez, ser honestos? Nos hemos vuelto tan
expertos en apretar astutamente una capa tras otra, una interpretación tras
otra, entre la Palabra y nuestras vidas, (tal como el niño que pone una o
varias servilletas bajo sus pantalones cuando está por recibir una tunda) y
luego dejamos que esta preocupación se hinche con tal profundidad que creemos
que reflexionar y analizar nos acercará mucho a la Palabra de Dios. Sin
embargo, todas estas interpretaciones y reinterpretaciones e investigaciones
académicas no son más que una defensa contra ella.
Es muy fácil entender los requerimientos contenidos en la
Palabra de Dios ("Da todos tus bienes a los pobres." "Si alguien
te abofetea una mejilla, pon la otra." "Si alguien te quita tu
abrigo, dale tu manto también." "Regocíjate siempre."
"Recibe con gran gozo cuando te encuentres con varias tentaciones."
etc.) La criatura más pobre e ignorante no puede decir honestamente que no
pueda entender lo que Dios requiere de nosotros. Pero es duro en la carne
hacernos entenderla y actuar de acuerdo a ella. Aquí yace el problema. No es
una cuestión de interpretación, sino de acción.
-Seguidores, no Admiradores-
Es bien sabido que Cristo usaba constantemente la expresión
"seguidor." Nunca pide admiradores, adoradores o partidarios. No, les
llama discípulos. Lo que Cristo busca no son partidarios de una enseñanza sino
seguidores de una vida.
Cristo entendía que ser un "discípulo" era la
armonía más intensa y profunda con lo que él decía de sí. Cristo se llamaba a
sí el camino y la verdad y la vida (Juan.
14:6). Por esta razón, no podía quedar satisfecho con partidarios que
aceptaran su enseñanza - especialmente con aquellos cuyas vidas la ignoraran o
dejaran que las cosas siguieran su mismo curso. Toda su vida en la tierra,
desde el principio al fin, estaba destinada solamente a tener seguidores y
hacer imposible tener admiradores.
Cristo vino al mundo con el propósito de salvarlo, no de
educarlo. Al mismo tiempo - como está implícito en su trabajo salvador - vino a
ser un modelo, a dejar las huellas para la persona que quiera acompañarlo, que
se vuelva su seguidor. De tal forma Cristo nació y vivió y murió en la bajeza.
Es absolutamente imposible para cualquiera escabullirse del Modelo con la
excusa y evasión de que este, después de todo, tuvo ventajas terrenales y
mundanas que él no tuvo. De tal forma, admirar a Cristo es una invención
falsaria de épocas posteriores, ayudados por la creencia de la
"arrogancia". No, no hay cosa alguna que admirar en Jesús, a menos
que quieras admirar pobreza, miseria y desprecio.
¿Cuál es, pues, la diferencia entre admirador y seguidor? Un
seguidor es o lucha por ser aquello que admira. Un admirador, sin embargo, se
mantiene personalmente desapegado. No alcanza a ver que aquello que es admirado
tiene un llamado sobre él, y por ello fracasa en ser o luchar por ser aquello
que admira.
Querer admirar en lugar de seguir a Cristo no es
necesariamente un invento de los malvados. No, es más bien un invento de
aquellos que sin valor se mantienen desapegados, a salvo y a distancia. Los
admiradores se relacionan con lo admirado sólo por medio de la excitación de la
imaginación. Para ellos él es como un actor en el escenario excepto que, siendo
esta la vida real, el efecto que produce es mayor. Pero por su parte, los
admiradores demandan lo mismo que piden en el teatro: sentarse a salvo y en
calma. Los admiradores están muy dispuestos a servir a Cristo mientras una precaución
apropiada se ejerza, no sea que uno entre personalmente en contacto con el
peligro. Por tanto, se rehúsan a aceptar que la vida de Cristo es una demanda.
De hecho, se ofenden con él. Este personaje radical, extraño les ofende tanto
que cuando ven honestamente a Cristo por lo que él es, no son capaces ya de
experimentar la tranquilidad que buscan con tanta ansia. Saben muy bien que
asociarse con él de forma demasiado cercana implica ser examinados. Aun cuando
él "no dice cosa alguna" contra ellos personalmente, saben que la
vida de él juzga tácitamente la de ellos.
Y la vida de Cristo verdaderamente manifiesta con aterradora
claridad, que falsedad tan horrible es admirar la verdad en lugar de seguirla.
Cuando no hay peligro, cuando todo está en calma, cuando todo es favorable a
nuestro Cristianismo, resulta muy fácil confundir a un admirador con un
seguidor. Y esto puede suceder silenciosamente. El admirador puede estar en el
delirio de que la posición que toma es la verdadera, cuando todo lo que hace es
jugar a la segura. ¡Escucha, pues, el llamado a ser discípulo! Si conoces de
cualquier forma la naturaleza humana, ¡quién puede dudar que Judas era un
admirador de Cristo! Y sabemos que Cristo al principio de su obra tenía muchos
admiradores. Judas era precisamente un admirador y por ello más adelante se
convirtió en traidor. Es tan fácil de reconocer como las propias estrellas que
aquellos que sólo admiran la verdad, cuando el peligro se presente, se
convertirán en traidores. El admirador está enamorado con la falsa seguridad de
la grandeza; pero si hay algún inconveniente o problema, retrocede. Admirar la
verdad, en lugar de seguirla, es un fuego tan dudoso como el fuego del amor
erótico, el cual con un cambio puede volverse exactamente lo opuesto, odio,
celos y venganza.
Está la historia de otro admirador - era Nicodemo (Juan. 3:1 en adelante). A pesar del
riesgo que implicaba a su reputación, a pesar del esfuerzo de su parte,
Nicodemo era solamente un admirador; nunca se volvió un seguidor. Era tal como
si le hubiera dicho a Cristo, "Si podemos llegar a una concesión entre tú
y yo, entonces aceptaré tu enseñanza en la eternidad. Pero aquí en la tierra,
no, no puedo permitirme hacerlo. ¿No puedes hacer una excepción por mí? ¿No
puede ser que, de cuando en cuando, con grave riesgo para mí, venga a ti de
noche, pero durante el día (sí, lo confieso, sé qué tan humillante es esto para
mí y que tan vergonzoso, verdaderamente sé que tan insultante es para ti) diga
"no te conozco"? Ve en que red de falsedad se puede enredar un
admirador.
Nicodemo, estoy seguro, era bien intencionado. También estoy
seguro que estaba dispuesto a asegurar y reafirmar con las expresiones,
palabras y frases más fuertes que aceptaba la verdad de la enseñanza de Cristo.
Sin embargo, ¿no es con esto que verdaderamente se hacía tonto a sí mismo? Si
Cristo hubiera permitido una versión más barata de ser un seguidor - un
admirador que jura por todo lo que es sagrado que está convencido - entonces
Nicodemo muy bien hubiera podido ser aceptado. ¡Pero no lo fue!
Ahora supongamos que ya no hay ningún peligro especial, como
sin duda es en muchas de nuestras naciones Cristianas, que sobrevenga al
confesar públicamente a Cristo. Supón que no hay necesidad de hacer un viaje al
cobijo de la noche. La diferencia entre seguir y admirar - siendo entre ser, o
al menos luchar por ser – sigue aún. Olvida ese peligro que yace en confesar a
Cristo y piensa más bien en el verdadero peligro que está inevitablemente unido
a ser Cristiano. ¿Acaso el Camino - el requerimiento de Cristo de morir para el
mundo, dejar lo terreno y su requisito de auto negación - no contiene
suficiente peligro? Si el mandamiento de Cristo fuera obedecido, ¿no
constituiría un peligro? ¿No habría suficiente para manifestar la diferencia entre
admirador y seguidor?
La diferencia entre admirador y seguidor se mantiene
intacta, sin importar dónde estés. El admirador nunca hace sacrificios
verdaderos. Siempre juega a la segura. Aunque en sus palabras, frases,
canciones, es infatigable en cuán alto valora a Cristo, no renuncia, ni entrega
cosa alguna, no reconstruye su vida, no es lo que admira, y no deja que su vida
exprese aquello que supuestamente admira. No es así para el seguidor. No, no.
El seguidor aspira con toda su fuerza, con toda su voluntad a ser aquello que
admira. Y entonces, sorprendentemente, aun cuando vive entre "gente
Cristiana", el mismo peligro está presente para él que cuando era
peligroso confesar abiertamente a Cristo. Y porque con la vida del seguidor, se
volverá evidente quienes son admiradores, los admiradores se sentirán agitados
por él. Aún estas palabras que aquí se presentan tal cual son causarán malestar
en muchos - pero ellos también son, por consiguiente, admiradores.
-Miedo y Temblor-
Cuando Abraham e Isaac llegaron al lugar que Dios había
indicado, Abraham construyó un altar y dispuso la madera sobre él. Ató a Isaac,
encendió el fuego, sacó su cuchillo, ¡y lo clavó en Isaac!
En ese momento Dios se presentó al lado de Abraham en forma corpórea
y exclamó: "¿Qué has hecho? ¡Oh, perverso viejo! Eso no es lo que yo pedía
de ti en lo absoluto. Eres mi amigo, ¡sólo quería probar tu fe! Te llamé en el
último momento. ¿No me escuchaste? Grité "Abraham, Abraham,
¡detente!" ¿No escuchaste mi voz?"
Y entonces Abraham contestó a Dios con una voz que mostraba,
parcialmente adoración mística y parcialmente debilidad descuidada que
reflejaban confusión mental: "Oh, Señor, no te escuché. Pero ahora que lo
mencionas, me parece haber escuchado una especie de voz. Oh, es que cuando tú,
mi Dios, ordena a un padre a matar a su propio hijo, entonces un hombre está
bajo un estrés tan terrible. Por ello, no escuché tu voz. Y si la hubiera oído,
¿me hubiera atrevido a creer que era tu voz? Si me ordenas sacrificar a mi
hijo, que así me ordenaste, y en el momento decisivo escucho una voz que diga
"Detente", ¿no puedo llegar a pensar que es la voz del Tentador que
busca detenerme de cumplir tu voluntad? Había viajado largamente y ahora,
cuando el momento había llegado, tenía toda mi intención en una sola cosa. Mis
opciones eran: o debí asumir que la voz que escuché desde el principio diciendo
"Sacrifica a Isaac" era la voz del Tentador, y entonces no seguir con
lo que he hecho, o cuando me aseguré que era verdaderamente tu voz desde el
principio, debí concluir que esa otra voz, esta voz en el momento decisivo, era
aquella del Tentador. Esto segundo es lo que elegí."
Y así Abraham volvió a casa y el Señor le dio un nuevo
Isaac. Pero Abraham no pudo verlo con alegría. Cuando lo miraba, sacudía su cabeza
y decía, "Éste no es mi Isaac."
Pero a Sarah le hablaba de forma distinta. A ella le decía:
"Todo esto es muy extraño. Que era Dios quien me pedía sacrificar a Isaac
es cosa cierta, absolutamente cierta. Dios mismo no puede negarlo. Sin embargo,
cuando lo tomé en serio, fue un error de mi parte. No era, finalmente, la
voluntad de Dios."
Sin embargo, como sabemos de esta historia (Génesis 22), no sucedió así con
Abraham. Su obediencia está exactamente en el hecho de que, en el último
momento, inmediatamente y sin reservas obedeció tal como lo hizo. Esto es
sorprendente. Cuando una persona ha dicho "A" por mucho tiempo,
entonces humanamente hablando se molestará mucho con tener que decir
"B". Es aún más difícil, cuando uno tiene que sacar el cuchillo, ser
capaz y estar dispuesto, con obediencia implícita, a reconocer que, después de
todo, no se ha hecho demanda alguna, que no es necesario después de todo ir
hasta el Monte Moriah con el propósito de sacrificar a Isaac. La decisión de si
sacrificamos nuestro propio hijo o lo salvamos, oh, ¡esta es verdaderamente
grande! Más grande aún, sin embargo, es mantenerse, aún en el último momento,
obediente, y si podemos aventurarnos a decirlo, con la ágil disposición de un
soldado obediente. Tal que, aun cuando casi ha llegado a su meta, no le importa
dar marcha atrás, aun si esto vuelve vana toda su carrera. ¡Oh, esto es
verdaderamente grande! Nadie ha sido tan grande en la fe como Abraham - ¿quién
puede comprenderlo?
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