viernes, 4 de septiembre de 2015

Provocaciones - 02 - La Verdad y Pasion de la Interiorizacion

LA VERDAD Y PASIÓN DE LA INTERIORIZACIÓN


-La Verdad es el Camino-
La verdad no es algo que puedas obtener fácil y rápidamente. No puedes dormirte o soñar hacia la verdad. No, debes cansarte, batallar y sufrir si quieres adquirir la verdad. Es pura ilusión creer que, en lo que respecta a la verdad, haya una disminución, un atajo que te evite la necesidad de luchar por ella. En lo concerniente a una verdad por la cual vivir, cada generación y cada individuo esencialmente deben empezar por el principio.

¿Qué es la verdad, y en qué sentido fue Cristo la verdad? La primer pregunta, como es bien conocido, la preguntó Pilatos (Juan. 18:38), y dudamos que realmente quisiera una respuesta a su pregunta. Pilatos le pregunta a Cristo, "¿Qué cosa es verdad?" Que no se le haya ocurrido a Pilatos que Cristo era la verdad demuestra, precisamente, que él no tenía en lo absoluto el ojo para la verdad. La vida de Cristo era la verdad (Juan. 14:6). Para este fin es que Cristo nació, y para este propósito es que vino al mundo, para dar testimonio de la verdad. ¿Cuál es, entonces, la confusión fundamental en la pregunta de Pilatos? Consiste en lo siguiente, que se le ocurrió cuestionar a Cristo de esta manera; pues al cuestionar a Cristo en realidad se denunció a sí mismo; reveló que la vida de Cristo no lo había iluminado. ¡Cómo podía Cristo iluminar a Pilatos con palabras cuando Pilatos no podía ver a través de la propia vida de Cristo lo que es la verdad!

La pregunta de Pilatos es extremadamente tonta. No porque pregunta "¿Qué cosa es verdad?" sino porque se la pregunta a Cristo, él cuya vida es expresamente la verdad y que en cada momento de su vida lo demuestra con mayor poder que las más profundas ponencias de los pensadores más inteligentes. Aunque es perfectamente lógico preguntarle a cualquier otra persona, a un pensador, un maestro, o quien sea, "¿Qué cosa es verdad?" preguntárselo a Cristo es la confusión más grande posible. Obviamente Pilatos tiene la opinión de que Cristo es un hombre, como cualquier otro. ¡Pobre Pilatos! La pregunta de Pilatos es la pregunta más tonta y confusa que haya preguntado cualquier hombre. Es como si yo le preguntara a alguien delante mío, "¿Tú existes?" ¿Cómo me puede responder esa persona? De tal forma con Cristo en relación a Pilatos. Cristo es la verdad. "Si mi vida", podría decir, "no te ha abierto los ojos a lo que es verdad, ¿qué puedo decirte? Pues yo soy la verdad."

Tal como con Pilatos, se ha abolido en nuestros días que Cristo sea la verdad: tomamos la enseñanza de Cristo - pero abolimos a Cristo. Queremos la verdad de forma fácil. Esto es abolir la verdad, pues Cristo, el maestro, es más importante que la enseñanza. Tal como con la vida de Cristo, el hecho de que vivió aquí en la tierra es mucho más importante que todos los resultados de su vida, de forma tal que Cristo es infinitamente más importante que sus enseñanzas.

Cristo es la verdad en el sentido que ser la verdad es la única explicación verdadera para ello; la única forma verdadera de adquirirla. La verdad no es una suma de afirmaciones, ni una definición, ni un sistema de conceptos, sino la vida. La verdad no pertenece al pensamiento garantizando así la validez de pensar. No, la verdad en su sentido más esencial es la reduplicación de la verdad (es decir, existir en lo que uno entiende, manifestar la verdad en la propia vida; vivir en vida los desafíos del pensamiento y ser lo que uno dice) dentro mío, dentro tuyo, en Él. Tu vida, mi vida, su vida expresan la verdad en cualquier intento. Tal como la verdad fue una vida en Cristo, de igual forma, para nosotros la verdad debe ser vivida.

Por ello, la verdad no es cuestión de saber esto o aquello sino de ser en la verdad. A pesar de toda la filosofía moderna, hay una diferencia infinita aquí, que puede verse mejor en la respuesta de Cristo a Pilatos. Cristo no sabía la verdad sino que era la verdad. No es que él no supiera qué cosa es verdad, sino que cuando uno es la verdad y cuando el requerimiento es ser en la verdad, simplemente "saber" la verdad es insuficiente - es una falsedad. Pues saber la verdad es una consecuencia inevitable de ser la verdad, y no a la inversa. Nadie sabe más de la verdad que aquello que es dicha persona de la verdad. Conocer propiamente la verdad es estar en la verdad; es tener la verdad en la propia vida. Esto siempre implica una lucha. Cualquier otro tipo de conocimiento es una falsificación. En resumen, la verdad, si verdaderamente está allí, es un ser, es una vida. El Evangelio dice que la vida eterna es conocer al Dios verdadero y a su enviado, y tal es la verdad (Juan 17:3) Es decir, sólo puedo saber la verdad cuando se convierte en una vida en mí.

La verdad no es un depósito de conocimiento acumulado, las ganancias. Esto podría ser si Cristo hubiera sido, por ejemplo, un maestro de la verdad, un pensador, alguien que hubiera hecho un descubrimiento. Pero Cristo es el camino al igual que la verdad. Su enseñanza es infinitamente superior a todos los sistemas, aún los más nuevos. Su enseñanza es la verdad - no en términos de conocimiento, sino en el sentido de que la verdad es un camino - y como el Dios-hombre, él es y sigue siendo el camino; algo que ningún ser humano, sin importar que tan celosamente profese que la verdad es el camino, puede atreverse a decir de sí sin blasfemar.

Cristo compara la verdad a comida y apropiarse de ella a comerla (Juan. 6:48-51). Tal como la comida es apropiada (asimilada) y por ello se vuelve el sustento de la vida, de la misma forma espiritualmente, la verdad es el dador y sustento de la vida. Es la vida. Por ello puede verse que error monstruoso es impartir o representar el Cristianismo dando discursos. La verdad es vivida antes de ser comprendida. Debe pelearse por ella, ser probada y apropiada. La verdad es el camino. Y cuando la verdad es el camino, entonces el camino no puede acortarse o dejarse, a menos que la verdad misma se distorsione o nos abandone. ¿Acaso no es esto difícil de entender? Cualquiera lo entenderá fácilmente si se entrega a ello.

-El Camino es el Cómo-
Hay una metáfora generalmente aceptada que compara la vida con un camino. Comparar la vida con un camino puede ser muy enriquecedor de muchas maneras, pero debemos considerar cómo es que la vida no es como un camino. En un sentido físico, un camino es un hecho externo, sin importar si alguien está caminando por él o no, sin importar cómo lo camine un individuo - el camino es el camino. Pero en el sentido espiritual, el camino se vuelve existente cuando lo caminamos. Es decir, el camino es cómo lo caminamos.

Sería irracional definir una vía por la forma en que se atraviesa. Si es el joven que la camina o el viejo decrépito que trabajosamente avanza con su cabeza gacha, si es la persona feliz que se apresura a llegar a la meta o el preocupón que avanza lentamente, si es el viajero pobre de a pie o el rico viajero en su carruaje - el camino, en el sentido físico, es el mismo para todos. El camino es y sigue siendo el mismo, la misma vía. Pero no el camino de la virtud. No podemos señalar el camino de la virtud y decir: Allí corre el camino de la virtud. Sólo podemos mostrar cómo se camina el camino de la virtud, y cuando cualquiera se niega a caminar de la misma manera, entonces camina por otra senda.

La disimilitud de la metáfora se muestra con mayor evidencia cuando la discusión es, al mismo tiempo, sobre un camino físico y un camino en el sentido espiritual. Por ejemplo, cuando leemos en el Evangelio sobre el buen Samaritano, se menciona del camino entre Jericó y Jerusalén. La historia nos cuenta de cinco personas que caminaron "por el mismo camino." Espiritualmente hablando, sin embargo, cada uno caminaba su propia senda. Tristemente, la vía no hace distinciones; es en lo espiritual que se tiene la diferencia y se distingue el camino. Consideremos esto con mayor cuidado.
El primer hombre era un viajero pacífico que caminaba el camino de Jericó a Jerusalén, por la senda legal. El segundo hombre era un ladrón "que caminaba por el mismo camino" - y sin embargo, en una senda ilegal. Luego vino un sacerdote "por el mismo camino"; vio al pobre desafortunado que había sido asaltado por el ladrón. Quizá estuvo momentáneamente conmovido pero siguió de largo. Caminaba la senda de la indiferencia. Luego vino un Levita "por el mismo camino". Vio al pobre desafortunado; también siguió su camino sin conmoverse. El Levita caminaba "por el mismo camino" pero iba por su propia senda, la vía del egoísmo y la impiedad. Finalmente vino un Samaritano "por el mismo camino." Encontró al pobre desafortunado en la senda de la misericordia. Le mostró con el ejemplo cómo caminar la senda de la misericordia; le demostró que el camino, en el sentido espiritual, es precisamente esto; cómo camina uno. Es por ello que el Evangelio dice "Ve y haz lo mismo". Si, hubo cinco viajeros que caminaron "por el mismo camino", y sin embargo cada uno caminaba su propia senda.

La pregunta "¿cómo camina uno el camino de la vida?" hace toda la diferencia. En otras palabras, cuando la vida es comparada con un camino, la metáfora simplemente expresa lo universal, aquello que todo el que esté vivo tiene en común por estar vivo. Hasta ese punto todos estamos caminando por el camino de la vida y por ello vamos por el mismo camino. Pero cuando vivir se vuelve tema de la verdad, entonces la cuestión se vuelve: ¿Cómo debemos caminar para seguir la senda correcta en el camino de la vida? El viajero que camina el camino de la vida en la verdad, no se pregunta, "¿dónde está el camino?" sino pregunta cómo debe caminar por el camino. Pero, como a la impaciencia no le importa ser engañada, símplemente pregunta dónde está el camino, como si eso decidiera todo, como cuando el viajero finalmente ha encontrado la vía. La sabiduría mundana está muy dispuesta a engañar respondiendo correctamente la pregunta: "¿Dónde está el camino?" mientras se omite la verdadera tarea de la vida, que, entendiéndolo espiritualmente, el camino es: cómo es caminado.

La sagacidad mundana enseña que el camino va por Gerizim, o por Moriah, o que va por alguna ciencia o la otra, o que el camino son ciertas doctrinas, o ciertos comportamientos. Pero todo es engaño, pues el camino es cómo se camina. Es tal como dicen las Escrituras - dos personas duermen en la misma cama - uno es salvado, el otro está perdido. Dos personas pueden ir a la misma casa de oración - uno vuelve a casa salvado, el otro, perdido. Dos pueden recitar el mismo credo - uno está salvado, el otro, perdido. Cómo es que esto sucede sino por el hecho de que, espiritualmente hablando, es engañoso saber dónde está el camino, porque el camino es: ¿Cómo se camina?

-Dos Formas de Reflexión-
Hay dos formas de reflexión. Para la reflexión objetiva, la verdad se vuelve un objeto, y el punto es no tomar en cuenta el sujeto que conoce (el individuo). Por contraste, en la reflexión subjetiva, la verdad se vuelve una apropiación personal, una vida, interiorización, y el punto es sumergirse uno mismo en la subjetividad. Ahora, ¿cuál de estas formas es el camino de la verdad que importa para una persona existente?

La forma de la reflexión objetiva convierte al individuo en algo accidental, y por ello convierte a la existencia en un algo indiferente que va desapareciendo. El camino de la verdad objetiva se aleja del sujeto que la conoce. El sujeto y la subjetividad pierden importancia y, correspondientemente, la verdad es un asunto de indiferencia. La validez objetiva es fundamental. Cualquier interés personal es subjetividad. Por esta razón el camino objetivo está convencido de poseer una seguridad que el camino subjetivo no tiene. Es de la opinión que evita el peligro que yace en el camino subjetivo, y en su extremo este peligro es locura. En su punto de vista, una definición únicamente subjetiva de la verdad hacen que la verdad y la locura sean indistinguibles. Pero manteniéndose objetivo uno evita convertirse en lunático. Sin embargo, ¿no es acaso también la ausencia de interiorización una locura?
Cierto que la reflexión subjetiva se vuelve hacia el interior, pero en esta profundización interna hay verdad. No olvidemos, el sujeto, el individuo, es un ser existente, y existir es un proceso de convertirse. Por ello la verdad como la identidad del pensamiento y el ser es una ilusión de lo abstracto. Aquel que sabe es, antes que nada, una persona existente. En otras palabras, pensar y ser no son automáticamente la misma cosa. Si la persona existente pudiera estar fuera de sí, entonces la verdad sería algo concluido para él. Sin embargo, para la persona realmente existente, la pasión, no el pensamiento, son la existencia en su más alto punto: el verdadero conocimiento tiene que ver esencialmente con la existencia, con una vida de decisión y responsabilidad. Sólo el conocimiento ético y ético-religioso es conocimiento esencial. Sólo la verdad que importa para mí, para ti, tiene relevancia.

Permíteme clarificar la diferencia entre reflexión objetiva y subjetiva. La verdadera interiorización en un sujeto existente involucra pasión, y la verdad como paradoja corresponde a la pasión. Olvidando que uno es un sujeto existente, uno pierde la pasión y, por ello, la verdad deja de ser una paradoja. Si la verdad es lo comprensible, el sujeto que conoce cambia de ser un humano a ser un pensador abstracto, y la verdad se vuelve un objeto abstracto, comprensible para su entendimiento. Cuando la cuestión de la verdad se pregunta objetivamente, lo que se reflexiona no es la relación sino el qué de la relación. Mientras uno se relacione a sí mismo con la verdad, el sujeto está supuestamente en la verdad. Pero cuando la cuestión de la verdad es preguntada subjetivamente, la relación del individuo con la verdad es lo que importa. Si tan solo el cómo (no el qué) de esta relación está en la verdad, entonces el individuo está en la verdad, aun si de esta manera se relacionara con la falsedad.

Cuando se toma objetivamente, la cuestión de la verdad está sólo en las categorías del pensamiento. Tomada subjetivamente, sin embargo, la verdad está en la interiorización. En su máximo, el cómo de la interiorización es la pasión por el infinito, y la pasión por el infinito es la verdad esencial. La decisión sólo existe en la subjetividad. Así la pasión del infinito, no su contenido, es el factor decisivo, pues el contenido es precisamente la propia pasión. De esta forma el cómo subjetivo y la subjetividad, no el qué objetivo y la objetividad, son la verdad.

Tomemos el conocimiento de Dios como ejemplo. El camino de la objetividad se ocupa con aquello en lo que se reflexiona, si éste es el Dios verdadero. En el camino de la subjetividad, sin embargo, el individuo se relaciona con Dios de tal manera que esta relación es en verdad una relación con Dios. Ahora, ¿de qué lado está la verdad? ¿No está en ninguno de los dos? O, mejor aún, ¿no está en un punto medio entre ambos? ¿Pero cómo puede ser esto? Una persona existente no puede estar en dos lugares a la vez. No puede existir como un sujeto-objeto.

Dios es un sujeto para relacionarse con él, no un objeto para ser estudiado o meditado. Existe sólo para la interiorización subjetiva. La persona que elige el camino subjetivo inmediatamente comprende la dificultad de tratar de encontrar a Dios objetivamente. Entiende que conocer a Dios significa recurrir a Dios, no en virtud de una deliberación objetiva, sino en virtud de una pasión infinita de interiorización. Mientras que el conocimiento objetivo va despreocupadamente por la larga vía de la deliberación, el conocimiento subjetivo considera la decisión tan importante que se vuelve inmediatamente urgente, como si la oportunidad pospuesta hubiera pasado ya sin ser usada.

Ahora, el problema está en determinar dónde hay mayor verdad, si en el lado de la persona que objetivamente busca al Dios verdadero y la verdad más aproximada a la idea de Dios, o en el lado de la persona que está infinitamente dedicada a relacionarse verdaderamente con Dios con la pasión de su necesidad, entonces no puede haber duda sobre la respuesta. Si alguien vive enmedio del Cristianismo y entra, conociendo la verdadera idea de Dios, a la casa de Dios, la casa del Dios verdadero, y reza, pero reza en la falsedad, y si alguien vive en una tierra idólatra pero reza con toda la pasión del infinito, aún cuando sus ojos estén posados sobre la imagen de un ídolo - ¿dónde, pues, hay mayor verdad? Este reza en la verdad a Dios aún si está adorando a un ídolo; el otro reza en falsedad al Dios verdadero y por ello está adorando un ídolo. La distancia entre la reflexión objetiva y la subjetividad es, verdaderamente, infinita.

-El Peso de la Interiorización-
La verdad es obra de la libertad de tal forma que la libertad constantemente trae consigo la verdad. A lo que me refiero es bastante claro y simple, es decir, que la verdad existe para un individuo particular mientras él mismo la produzca en acción. Si el individuo previene a la verdad de ser en él de tal forma, tenemos un fenómeno de lo demoniaco. La verdad siempre tiene muchos que la proclaman fuertemente, pero la cuestión es si una persona reconocerá en su más profundo sentido a la verdad, permitiendo que permee su ser completo, aceptando todas sus consecuencias, y no teniendo un escondite de emergencia y un beso de Judas para la consecuencia.

Se habla mucho de la verdad. Pero la tarea ante nosotros está en demostrar certidumbre e interiorización, no abstractamente sino en un sentido totalmente concreto. La certidumbre y la interiorización determinan si el individuo es o no en la verdad. No es una falta de aceptación que da cabida a la arbitrariedad, descreencia y burla de la religión, sino una falta de certidumbre. Siempre que faltan la interiorización y la apropiación, el individuo no es libre en relación a la verdad, aún si de otra manera "posee" toda la verdad. No es libre porque hay algo que lo hace ansioso, es decir, el bien.
No deseo usar grandes palabras para hablar de esta Edad como un todo. Sin embargo, difícilmente puede negarse que la razón de esta ansiedad e inquietud es porque en una sóla dirección, "la verdad" aumenta en amplitud y tamaño - por medio de la ciencia y la tecnología - mientras que en el otro, la certidumbre y la confianza van en declive constante. Nuestra era es experta en desarrollar verdades mientras es totalmente indiferente a la certidumbre. Le falta confianza en el bien.

Toma el pensamiento de la inmortalidad, por ejemplo. La persona que sabe cómo probar la inmortalidad del alma pero no está en sí mismo convencido de ello, y no vive de acuerdo a ello, estará siempre ansioso. Sin importar todas sus pruebas, se achica de la verdad de la inmortalidad. Se engaña tanto a él como a otros pretendiendo que la prueba es suficiente. En el proceso de probar la inmortalidad, se olvida de la inmortalidad, pues esta es precisamente lo que él teme. Está ansioso y por ello se ve obligado a buscar un entendimiento mayor de lo que significa creer en la inmortalidad del alma.

Sin interiorización, un adepto de la más rígida ortodoxia puede ser demoniaco. Lo sabe todo. Se arrodilla ante lo sagrado. Es ceremonialmente impecable. Habla de encontrarse ante el trono de Dios y sabe cuántas veces debe inclinarse. Sabe todo, pero solamente como la persona que puede probar una proposición matemática cuando las letras son ABC, pero no cuando las letras son DEF. Sin embargo, está ansioso, especialmente cuando escucha algo que no es exáctamente lo mismo que su creencia. Se asemeja al filósofo que ha descubierto una nueva prueba de la inmortalidad del alma y luego, en peligro de muerte, ¡no puede dar dicha prueba porque ha olvidado sus notas! ¿Qué es lo que les falta a ambos? Certidumbre.

¡Con qué celo industrioso, cuánto sacrificio de tiempo, diligencia y materiales de escritura teólogos y filósofos de nuestro tiempo han dedicado en probar la existencia de Dios! Y aún así mientras la excelencia de estas pruebas aumenta, la certidumbre disminuye. ¿Qué les falta a estos individuos? Nuevamente, es la interiorización.

Pero la interiorización también puede faltar en la dirección opuesta. Aquellos Cristianos llamados píos tampoco son libres. También les falta la certidumbre e interiorización auténticas. ¡Por eso son tan píos! Y el mundo está sobradamente justificado en reírse de ellos. Si, por ejemplo, un hombre de piernas torcidas quiere ser un maestro de baile pero no es capaz de ejecutar un sólo paso, es cómico. Así es con las multitudes que son tan religiosas. Frecuentemente escuchas a los píos llevando el ritmo, como si fueran tal como aquel que no sabe bailar y sin embargo sabe suficiente para llevar el ritmo, aún así nunca tienen la fortuna de dar un paso. Para reafirmarse, los píos toman ideas grandiosas que el mundo odia. Combaten en ideas, pero no con sus vidas. Tal es la vida de aquellos a quienes les falta interiorización.

La eternidad es un pensamiento muy radical, y por ello es asunto de la interiorización. Siempre que la realidad de lo eterno es afirmada, el presente se vuelve algo completamente diferente de aquello de lo que se separa. Por esto, precisamente, es que el humano le teme (bajo el disfraz de temer a la muerte). Frecuentemente escuchas de gobiernos particulares que temen a los elementos inquietos de la sociedad. Prefiero decir que la Edad entera es un tirano que vive temeroso del elemento inquieto: el pensamiento de la eternidad. No se atreve a pensar en él. ¿Por qué? Porque se deshace bajo - y lo evita de cualquier forma- el peso de la interiorización.

-Cristo no tiene Doctrina-
Un verdadero creyente está infinitamente interesado en qué cosa es real. Para la fe, esto es decisivo, y su interés no implica sólo un poco de curiosidad sino una dependencia absoluta al objeto de la fe.
El objeto de la fe, como es entendido en el Cristianismo, no es una doctrina, pues entonces la relación sería meramente intelectual. Ni tampoco el objeto de la fe es un maestro que tiene la doctrina, pues cuando un maestro tiene una doctrina, entonces la doctrina se vuelve más importante que el maestro. El objeto de la fe es la actualidad y autoridad del maestro; aquello que realmente es el maestro. Por ello la respuesta de la fe es o un sí o un no absolutos. La posición de la fe no está en relación con la enseñanza, si es verdadera o no, sino la respuesta a una cuestión sobre el hecho: ¿Aceptas como un hecho que el Maestro existe realmente? Por favor, nota que la respuesta a esto es un asunto de interés infinito. Desde luego, si el objeto de la fe fuera tan sólo un ser humano, entonces todo se vuelve un embuste. Pero este no es el caso para los Cristianos. El objeto de la fe Cristiana es la existencia histórica de Dios, es decir, que Dios en cierto punto del tiempo existió como un ser individual.
Por ello, el Cristianismo no es una doctrina sobre la unidad de lo divino y lo humano, ni tampoco el resto de los parafraseo lógicos del pensamiento típicamente religioso. El Cristianismo no es una doctrina sino un hecho: Dios vino a la existencia a través de un ser humano particular en un particular punto de la historia.

El Cristianismo no debe ser confundido con una verdad objetiva o científica. Cuando Cristo vino al mundo era difícil convertirse en Cristiano, y por esta razón uno no se preocupaba con tratar de entenderlo. Ahora que casi hemos llegado a la parodia en que convertirse en Cristiano no es realmente nada, y sin embargo es una tarea difícil y que demanda mucha dedicación para comprenderla. Todo está invertido. El Cristianismo se transforma en un tipo de visión mundial, una forma de pensamiento sobre la vida, y la tarea de la fe consiste en entenderlo y articularlo. Pero la fe esencialmente se relaciona con la existencia, y convertirse en Cristiano es lo que importa. Creer en Cristo y querer "entenderlo" de esta manera, articulando y elaborando sobre él es, realmente, una evasión cobarde que quiere achicarse de la tarea. Convertirse en Cristiano es el máximo, querer "entender" al Cristianismo, como si fuera una doctrina, deja abierto a la sospecha.

Que uno puede saber lo que es el Cristianismo sin ser Cristiano es una cosa. Pero si alguien puede saber lo que es ser Cristiano sin convertirse en uno es una cosa enteramente distinta. Y éste es el problema de la fe. No se puede encontrar mayor duda que cuando, con la ayuda del "Cristianismo", es posible encontrar Cristianos que aún no se han convertido en Cristianos.

La fe y, por ello, el objeto de la fe no es una lección para los lentos de aprendizaje en la esfera del conocimiento, un asilo para el ignorante. La fe existe en una esfera propia. La marca identificadora inmediata de cada malentendido sobre el Cristianismo es que la fe se vuelve una creencia y es expuesta en el rango de la intelectualidad - un asunto de entendimiento, de conocimiento. El interés infinito es la actualidad y autoridad del Maestro, un compromiso absoluto, convertirse en Cristiano - esta es toda la pasión y el objeto de la fe.

-La Fe: La incomparable falta de Lógica-
¿Puede uno saber cosa alguna de la historia sobre Cristo? No. ¿Y por qué no? Porque Cristo es la paradoja, el objeto de la fe, y existe sólo por la fe. Nada puede saberse sobre él; está tan sólo para ser creído. No puede saberse cosa alguna sobre Cristo de la historia. Si uno aprende poco o mucho sobre él, no representará quien es él en realidad. Obtener datos históricos convierte a Cristo en alguien más que aquel que realmente es.

¿No puede uno, al menos, demostrar por la historia, que Cristo era Dios, aún si no podemos saber mucho más? Permíteme preguntar otra pregunta primero: ¿Puede imaginarse una contradicción más absurda que querer demostrar que una persona individual es Dios? ¡Piensa, pues, en comprobar eso! ¿Cómo puedes hacer razonable algo que entra en conflicto con la razón? No puedes, a menos que quieras contradecirte a ti mismo. Las mal llamadas pruebas de la divinidad de Cristo que las Escrituras señalan, según la gente - sus milagros, su resurrección, su asunción - no están, si lo piensas bien, en armonía con la razón. Al contrario, demuestran que creer en las obras de Cristo es un asunto de fe.

¿Qué pueden realmente demostrar todos los milagros en realidad? A lo más, que Jesucristo fue un gran hombre, quizá el más grande que haya vivido jamás. Pero que él era - Dios - no, para esa conclusión seguramente fracasará.

¿Cómo se puede observar los resultados que gradualmente van desarrollándose de cualquier cosa y luego llegar, por algún truco de la deducción, a una conclusión diferente en calidad de aquello con lo que has comenzado? ¿No es acaso pura locura (tomando en cuenta que la humanidad esté cuerda) permitirle a tu juicio confundirse de tal forma que llegue a la categoría equivocada? Una huella es, ciertamente, la consecuencia de que una criatura la haya hecho. Puedo confundirla con un ave, pero al examinarla detenidamente, y siguiendo las huellas desde cierta distancia, puedo determinar que fue otro animal quien las hizo. Bien. Pero, ¿puedo en algún punto llegar a la conclusión: por ello ha sido un espíritu que ha caminado por este camino, un espíritu - que no deja huella? Precisamente lo mismo es cierto cuando intentamos inferir de los resultados de la vida de una persona que, por ello, él era Dios.

Es verdad, si Dios y la humanidad se asemejan tanto como para, esencialmente, pertenecer a la misma categoría de ser, la conclusión "por ello Cristo era Dios" es perfectamente lógica. Pero esto no es más que tontera. ¡Si eso es todo lo que se necesita para ser Dios, entonces Dios no existe! Pero si Dios pertenece a una categoría infinitamente diferente del humano, pues entonces, ni yo ni nadie más puede empezar asumiendo que Cristo era humano y entonces, lógicamente, concluir que por ello era Dios. Cualquiera con un poco de sentido lógico podrá ver esto. La cuestión de si era o no Dios yace en un plano enteramente distinto: cada persona debe decidir por sí mismo si creerá que Cristo era lo que él mismo clamaba ser.

La fe protesta contra cualquier intento de aproximarse a Cristo por medio de los hechos históricos. El conflicto de la fe es que todo el enfoque del historiador es - blasfemia. ¡Qué extraño! Con la ayuda de la historia, es decir, mirando los resultados de la vida de Cristo, creemos poder llegar a la conclusión de que él era Dios. Sin embargo la fe afirma lo exactamente opuesto. Cualquiera que comience con este tipo de lógica es culpable de blasfemia. La blasfemia no es tanto asumir hipotéticamente que Cristo era un ser humano, sino pensar que los resultados de su vida pueden separarse de quien era. Cuando analizas los hechos, haces que Cristo sólo sea un hombre.

Respecto a Cristo tenemos solamente historia sagrada (que es cualitativamente diferente del método del historiador). Cristo es la paradoja divina-humana que la historia jamás podrá digerir o convertir en prueba. Aún con lo que sabemos de la vida de Cristo y todas sus brillantes obras, ¡palidecen en comparación a su segunda venida en gloria! ¿O acaso pienses que el regreso de Cristo no será más que el resultado progresivo de su vida en la historia? ¡No! El regreso de Cristo será algo enteramente distinto, algo que sólo puede ser creído. Que Cristo era Dios encarnado en su bajeza y que vendrá nuevamente en gloria, todo esto está más allá de la comprensión de la historia. No puede ser deducido de "hechos" o de la historia, sin importar que tan incomparablemente los consideres, excepto por una incomparable falta de lógica.

Está infinitamente más allá de la capacidad de la historia demostrar que Dios, el omnipresente, vivió aquí en la tierra como un ser humano individual. La historia puede comunicar ricamente conocimiento, pero dicho conocimiento aniquila a Jesucristo. Qué extraño es, entonces, que cualquiera haya querido usar la historia para demostrar que Cristo era Dios. Aún si la vida de Cristo no hubiera manifestado resultados sorprendentes, no hay diferencia alguna. Además, ¿qué hay de extraordinario en el hecho de que la vida de Dios haya tenido resultados extraordinarios? Hablar así es pura tontería. No, Dios vivió aquí en la tierra, en verdadera bajeza, y eso es lo que es infinitamente extraordinario - extraordinario en sí mismo. El hecho de que vivió aquí con nosotros es infinitamente más importante que todos los resultados extraordinarios que se hayan registrado en la historia.

-Pasión y Paradoja-
¿Cómo podemos entender la verdad en términos de subjetividad? He aquí la definición: La verdad es la incertidumbre objetiva que se sostiene a través de la apropiación personal con la interiorización más apasionada. Esta es la verdad más alta que puede haber para una persona existente. Al punto donde el camino se divide, el conocimiento objetivo se suspende, y uno sólo tiene incertidumbre, pero esto es precisamente lo que intensifica la infinita pasión de la interiorización. La verdad subjetiva es precisamente la aventura osada de elegir la incertidumbre objetiva con la pasión por el infinito.

Observo la naturaleza para poder encontrar a Dios, y verdaderamente veo omnipotencia y sabiduría. Sin embargo, también veo que hay mucho conflicto y desacuerdo. La suma total de esto es que la existencia de Dios es una incertidumbre objetiva, pero la interiorización, la certidumbre de su existencia, aun así es tan grande, precisamente por la incertidumbre objetiva. En una proposición matemática se nos da la objetividad absoluta, pero por dicha razón la verdad es también una verdad indiferente y me ocupa muy poco.

Ahora, la definición de la verdad que se ha mencionado antes es, en realidad, un parafraseo de la fe.  Sin incertidumbre, no hay riesgo. Si no hay riesgo, no hay fe. La fe es la contradicción entre la pasión infinita de la interiorización y la incertidumbre objetiva. En otras palabras, si tengo a Dios de forma objetiva, no tengo fe; pero porque no hago esto, debo tener fe. Si quiero mantenerme en la fe, debo continuamente ver que me afirme fuertemente a la incertidumbre objetiva. Debo asegurarme que, en la incertidumbre objetiva salga "desde 70,000 brazas de agua" y aún tenga fe.

Y esto no es todo. La verdad como subjetividad, cuando está en su más alto punto, nos afirma con mayor fuerza que la incertidumbre objetiva. Cuando la subjetividad o interiorización son la verdad, entonces la verdad, objetivamente definida, es una paradoja. La paradoja muestra precisamente que la subjetividad es la verdad, pues el rechazo de la objetividad, la paradoja, es la flexibilidad y barómetro de la interiorización.

El gran mérito de Sócrates es precisamente haber sido un pensador existente, no un pensador especulativo que olvida lo que significa existir. Y esto es en verdad admirable. Pero vayamos más allá; asumamos que la verdad eterna, esencial es en sí misma una paradoja. ¿Cómo emerge la paradoja? Poniendo la verdad esencial, eterna junto con el existir. La verdad eterna en sí misma ha venido a la existencia en el tiempo. Ésa es la paradoja, y la verdad más alta para una persona existente. Nuevamente, sin riesgo, no hay fe; mientras más riesgo haya, mayor es la fe. Por ello, mientras mayor confianza objetiva, menor interiorización (la interiorización es subjetividad); mientras menos confianza objetiva, mayor profundidad a la interiorización posible. Por ello, cuando la paradoja es el objeto de la fe nos empuja por virtud de lo absurdo, y la pasión correspondiente a la interiorización es la fe. ¿Qué es, entonces, el absurdo? El absurdo es que la verdad eterna ha venido a la existencia en el tiempo, que Dios ha venido a la existencia, ha nacido, ha crecido, ha existido exactamente como un ser humano individual, indistinguible de cualquier otro ser humano.

La subjetividad es verdad y si la subjetividad está en la existencia, entonces, si podemos ponerlo de esta manera, el Cristianismo le ajusta perfectamente. La subjetividad culmina en la pasión; el Cristianismo culmina en la paradoja (Dios en Cristo; Dios en la Cruz); la paradoja y la pasión se ajustan perfectamente la una a la otra, pues la paradoja se ajusta perfectamente a una persona situada en el extremo de la existencia. Verdaderamente, en todo el mundo no se encontrarán dos amores que se ajusten tan bien el uno al otro como la paradoja y la pasión, el Cristianismo y la fe.

Por ello, si alguien quiere tener fe y también razón, entonces, que comience la comedia. Quiere tener fe, pero quiere asegurarse primero, con ayuda de la deliberación objetiva. ¿Qué pasa? Con ayuda de la razón, el absurdo se vuelve otra cosa; se vuelve probable, se vuelve más que probable, se puede volver a un alto grado excesivamente probable, incluso demostrable. Ahora está listo para creerlo, y se atreve a decirse que no cree como los zapateros y sastres y la gente común cree, sino lo hace después de una larga y cuidadosa deliberación. Ahora está listo para creer, pero, por más que se mire, ahora se ha vuelto verdaderamente imposible creer. Lo casi probable, lo probable, lo hasta-el-más-alto-punto y excesivamente probable, que casi puede saberlo, o es casi como conocerlo, hasta el más alto punto y excesivamente casi conocerlo- pero creerlo, eso no lo puede hacer, pues el absurdo es precisamente el objeto de la fe y sólo puede ser creído con la pasión de la interiorización.

El Cristianismo clama ser la verdad eterna, esencial que ha venido a la existencia en el tiempo. Proclama ser la paradoja y por ello requiere la interiorización de la fe - aquello que es una ofensa para los Judíos, tontería para los Griegos, un absurdo para aquel de entendimiento. No puede expresarse con mayor fuerza: la objetividad y la fe están en conflicto total el uno contra el otro. ¿Qué quiere decir la fe objetiva? ¿No llega a más que una suma de mandamientos? El Cristianismo no es nada parecido. Al contrario, es interiorización, una interiorización de la existencia que pone a la persona decisivamente, más decisivamente que lo que cualquier juez puede hacer con un acusado, entre el tiempo y la eternidad, entre el cielo y el infierno en el tiempo de la salvación. ¿Pero fe objetiva? Es como si el Cristianismo fuera un tipo de pequeño sistema, aunque presumiblemente no tan bueno como un sistema Hegeliano. Es como si Cristo - no es mi culpa que lo diga - hubiera sido un profesor y como si sus apóstoles hubieran formado una pequeña sociedad de pensadores profesionales. La pasión de la interiorización y la deliberación objetiva están en completo desacuerdo la una con la otra. No hay otra forma de verlos. Volverse objetivo, preocuparse con el "qué" del Cristianismo, en lugar del "cómo" ser Cristiano, no es nada más que un retroceso.

El Cristianismo es subjetivo; la interiorización de la fe en el creyente es la verdad en la decisión eterna. Objetivamente no hay verdad "allá afuera" para los seres existentes, sino solamente aproximaciones, mientras que la verdad subjetiva yace en la interiorización, porque la decisión de la verdad está en la subjetividad. ¿Pues cómo puede ser la decisión sólo una aproximación o sólo hasta cierto punto? ¿Qué puede significar afirmarse o asumir que la decisión es como una aproximación, que es sólo hasta cierto punto? Te diré lo que significa. Significa negar la decisión. La decisión de la fe, a diferencia de la especulación, está diseñada específicamente para terminar con la perpetua perorata de "hasta cierto punto."

Por ello, para el individuo existente, no hay verdad objetiva "allá afuera." Un conocimiento objetivo sobre la verdad o las verdades del Cristianismo es precisamente una falsedad. Saber el credo de memoria es, simplemente, paganismo. Esto es porque el Cristianismo es interiorización. El Cristianismo es una paradoja, y la paradoja requiere una sola cosa: la pasión de la fe.

-La Insensatez de Demostrar la Existencia de Dios-
Llamemos a lo desconocido, Dios. El único nombre que le damos. Ahora, difícilmente se le ocurre a nuestro entendimiento querer demostrar que esto desconocido existe. Si, digamos, Dios no existe, entonces, por supuesto, es imposible demostrarlo. Pero si existe, entonces también es una tontería querer demostrarlo, pues en cada momento que comienza la demostración, presupondrías su existencia. De otra forma no empezarías, percibiendo fácilmente que todo el asunto es imposible si no existiera.

Uno no razona en conclusión a la existencia, sino razona en conclusión de la existencia. Por ejemplo, no puedo demostrar que una piedra existe sino que algo, que existe, es una piedra. La corte legal no demuestra que un criminal existe sino que el acusado, que verdaderamente existe, es un criminal. Cuando sea que llames a la existencia una adición o la eterna presuposición, nunca puede ser demostrada.

Si, por ejemplo, quiero demostrar la existencia de Napoleón por sus obras, ¿no sería esto curioso? ¿No es la existencia de Napoleón lo que explica sus obras, ni sus obras su existencia? Para probar la existencia de Napoleón por sus obras, tendría que haber interpretado previamente la palabra "suyo" en tal forma para hacer que se asuma que él existe. Más aún, porque Napoleón es tan sólo un ser humano, es posible que alguien más hubiera hecho las mismas obras. Es por ello que no puedo razonar de sus obras su existencia. Si llamo a las obras, obras de Napoleón, entonces la demostración es superflua, pues ya he mencionado su nombre. Si ignoro esto, entonces no puede demostrarse jamás de sus obras que sean de Napoleón. Al menos no puedo garantizar que sean suyas. Sólo puedo demostrar que dichas obras son aquellas de, digamos, un gran general. Sin embargo, con Dios hay una relación absoluta entre él y sus obras. Si Dios no es un nombre sino una realidad, su esencia debe involucrar su existencia.

Las obras de Dios, por tanto, sólo Dios puede hacerlas. Esto es correcto. Pero, entonces, ¿qué son las obras de Dios? Las obras de las cuales quiero demostrar su existencia no existen directa e inmediatamente. ¿Está la sabiduría de la naturaleza y la bondad o el conocimiento gobernando justo en frente de nuestras narices? ¿No encontramos grandes tribulaciones aquí también? ¿Cómo puedo demostrar la existencia de Dios de tal orden de las cosas? Aún si comienzo, nunca terminaré. No sólo eso, estaría obligado a vivir en suspenso continuo a menos que algo tan terrible suceda que mi fragmento de demostración quede arruinado. El tonto dice en su corazón que no hay Dios, pero aquel que dice en su corazón o le dice a otros: Espera un poco y te lo demostraré - ¡ah, qué raro sabio es! Si, al momento que se supone comenzará su demostración, no está totalmente decidido si Dios existe o no, entonces, por supuesto, no puede realmente demostrarlo. Y si tal es la situación en su comienzo, entonces nunca empezará - parcialmente por miedo a fracasar, porque Dios puede no existir, y parcialmente porque no tiene nada con qué comenzar.

En resumen, demostrar la existencia de alguien que ya existe es la lucha más desvergonzada. Es un intento de ridiculizarlo. El problema es que uno ni siquiera sospecha esto, que en total seriedad uno incluso lo considera una tarea divina. ¿Cómo se le puede ocurrir a cualquier persona demostrar que Dios existe a menos que ya se haya permitido ignorarlo?

La existencia de un rey se demuestra por medio del sometimiento y la sumisión. ¿Quieres demostrar que un rey existe? ¿Lo harás ofreciendo una ilación de pruebas, una serie de argumentos? No. Si eres serio en tu empeño, demostrarás que un rey existe por tu sumisión, por la forma en la que vives. Y así es con demostrar la existencia de Dios. Se consigue no con pruebas sino con adoración. Cualquier otra forma no es más que la ineptitud de un pensador piadoso.

-Respondiendo a la duda-
¿Has dudado alguna vez? Me pregunto, ¿alguna vez has cargado con las marcas de la imitación? Me pregunto si alguna vez has dejado todo para seguir a Cristo. Me pregunto si tu vida ha sido marcada por la persecución.

Es verdad, muchos han dudado. Y ha habido aquellos que se han sentido obligados a refutar sus dudas con razones. Pero estas razones actúan en su contra y engendran una duda que crece más y más fuerte. ¿Por qué? Porque demostrar la verdad del Cristianismo no yace en razones sino en la imitación: aquello que se asemeja a la verdad. Sin embargo, nosotros Cristianos preferimos alejar esta prueba. La necesidad de "razones" es, en sí misma, un tipo de duda - una duda que vive de las razones. No nos damos cuenta que mientras más razones uno de, más se alimenta a la duda y esta se vuelve más fuerte. Ofrecerle razones a la duda para matarla es como ofrecerle su comida favorita a un monstruo hambriento buscando eliminarlo.

No, no debemos ofrecerle razones a la duda - al menos no si nuestra intención es matarla. Debemos hacer lo que hizo Lutero, ordenarle a la duda que cierre la boca, y para tal fin debemos quedarnos callados.

Aquellos cuyas vidas imitan la de Cristo no dudan de cosas tales como la resurrección de Cristo. ¿Y por qué no? Porque sus vidas son tan desgastantes, tanto se invierte en los sufrimientos diarios que son incapaces de quedarse quietos en compañía de las razones y la duda, jugando azares. En segundo lugar, la necesidad misma alivia la duda. Cuando, por una buena causa, eres despreciado, perseguido, ridiculizado, empobrecido, entonces descubrirás que no dudarás de la resurrección de Cristo, porque la necesitas.

Sin una vida de imitación, de seguir a Cristo, es imposible ganar la maestría sobre las dudas. No podemos detener a la duda con razones. Aquellos que lo intenten aún no han aprendido que es un esfuerzo inútil. No entienden que la imitación es la única fuerza que, como la fuerza policiaca, puede romper la multitud de dudas y limpiar el área, obligándolas a irse a su casa y cerrar la boca.
Recuerda que el Salvador del mundo no vino a traer una doctrina; nunca dio ponencias. No trató de llevar a que alguien aceptara su enseñanza por medio de las razones, ni trató de autenticarla con pruebas demostrables. Su enseñanza fue su vida, su existencia. Si alguien quería ser su seguidor, él le decía a dicha persona algo como, "Atrévete a un acto decisivo; entonces podrás comenzar, entonces podrás saber."

¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que uno no se vuelve un creyente oyendo acerca del Cristianismo, leyendo o pensando sobre él. Quiere decir que mientras vivió Cristo, ninguno se volvió creyente viéndolo de cuando en cuando o yendo a mirarle todo el día. No, se requiere de una circunstancia específica - aventurarse a tomar un acto decisivo. La prueba no precede al acto, sino es consecuencia de este; existe en y con la vida que sigue a Cristo. Una vez que te has aventurado a un acto decisivo, entras en conflicto con la vida de este mundo. Chocas con él, y por ello progresivamente serás llevado a tal tensión que entonces llegarás a tener certeza en la enseñanza de Cristo. Comenzarás a comprender que no puedes con este mundo sin recurrir a Cristo. ¿Qué más puede esperarse de la verdad?

Esto es también lo que Cristo decía, y esta es la prueba posible de la verdad que él representa: "Si cualquiera actúa de acuerdo a lo que digo, experimentará si es que acaso estoy hablando por mi cuenta." Atrévete a dar todas tus posesiones a los pobres y entonces experimentarás sin duda alguna la verdad de la enseñanza de Cristo. Atrévete a ser completamente vulnerable en nombre de la verdad, y sin duda alguna experimentarás la verdad de la palabra de Cristo. Experimentarás como sólo esta puede salvarte de la desesperanza de rendirte, pues necesitarás de Cristo para protegerte de los otros y para mantenerte recto cuando el pensamiento de tu propia imperfección te doble con su peso.

Si, la duda aun así vendrá, aún a aquel que siga a Cristo. Pero la única persona que tiene el derecho de seguir adelante aun cuando duda es aquel cuya vida lleve las marcas de la imitación, alguien que, por una acción decisiva, al menos intente seguir tan lejos que convertirse en Cristiano aún sea una posibilidad. Todos los demás deben callarse; pues no tienen derecho a decir palabra alguna sobre el Cristianismo, y mucho menos en contra.

-Solo con la Palabra de Dios-
Mi escucha, ¿qué tan alto valoras la Palabra de Dios? Imagina a un amante que ha recibido una carta de su amada. Supondría que la Palabra de Dios es tan preciosa para ti como la carta es para ese amante. Supondría que lees y piensas que debes leer la Palabra de Dios de la misma forma que un amante lee dicha carta.

Sin embargo, quizá digas, "Sí, pero la Escritura está escrita en un lenguaje extranjero." Supongamos entonces que esta carta de la amada está escrita en un lenguaje que el amante no puede entender. Y supongamos que no hay nadie que pueda traducírsela. Quizá incluso no quiera ayuda alguna a menos que un extraño sea iniciado en estos secretos. ¿Qué hace entonces? Toma un diccionario, comienza a traducir lentamente a través de la carta, buscando cada palabra para obtener la traducción.

Ahora, imaginemos que, mientras está ocupado con esta tarea, un conocido llega. Sabe que ha llegado esa carta, porque la ve allí frente suyo, y dice "Estás leyendo una carta de tu amada." ¿Qué crees que le conteste el otro? Responderá "¿estás loco? ¿Crees que esto es leer una carta de mi amada? No, mi amigo, estoy aquí, batallando con un diccionario para traducirla. A momentos estoy a punto de estallar de la impaciencia; la sangre se me sube a la cabeza y casi quiero aventar el diccionario lejos - ¡y llamas a esto leer! ¡Bromeas! No, a Dios gracias, en cuanto termine de traducirla, leeré la carta de mi amada; eso es algo completamente distinto."

Así pues, respecto a esta carta de su amada, el amante hace distinción entre leerla con un diccionario y leer la carta de su amada. La sangre le golpea en la cabeza con impaciencia mientras está sentado allí, moliendo la lectura con un diccionario. Se enfurece cuando su amigo llama a esto la lectura de su amada. Pero cuando termina con la traducción, lee la carta. Todos los preliminares de estudio se consideran nada más que un mal necesario para poder llegar al punto - de leer la carta de su amada.
No descartemos tan pronto esta metáfora. Supongamos que esta carta contenía no sólo una expresión de afecto, sino también un deseo, algo que la amada quería que su amante hiciera. Supongamos que era mucho lo que se requería de él - tanto que cualquier otra persona tendría buenas razones para pensárselo dos veces. Pero al amante, ah, está más que dispuesto para cumplir el deseo de su amada. Ahora, imagina que luego de un tiempo los amantes se encuentran y la amada dice, "Pero querido, eso no es lo que te pedí. Quizá no entendiste el mensaje o lo tradujiste incorrectamente." ¿Crees que el amante se lamentaría de haberse apresurado en cumplir el deseo, crees que lamenta su error? ¿Y crees que así complace menos a su amada?

Piensa en un niño, un estudiante brillante y diligente. Cuando el maestro asigna la tarea para el día siguiente, dice "Quiero que aprendan muy bien este tema para mañana." Esto deja una honda impresión en el estudiante. Se va a casa y se ocupa de la tarea de inmediato. Pero no ha escuchado hasta donde debe estudiar exactamente - ¿entonces qué hace? Es la instrucción de su profesor la que le ha impresionado. Quizá lea el doble de lo que debía haber leído. ¿Crees que el profesor pensará menos de él por haber estudiado el doble? Piensa en otro estudiante. También ha escuchado la instrucción de su profesor. Tampoco ha escuchado hasta dónde debe estudiar. Sin embargo, al llegar a casa, se dice "Primero debo saber hasta dónde debo estudiar." Así que va a casa de uno de sus compañeros, y luego a la de otro. No llega a casa sino hasta muy tarde y, por ello, ¡no estudia nada!
Ahora piensa en la Palabra de Dios. Cuando lo lees de forma académica, con un diccionario o un comentario, entonces no estás leyendo la Palabra de Dios. Recuerda lo que decía el amante, "Esto no es leer la carta de mi amada." Si tú fueras un académico, por favor, aún con todas tus lecturas de instrucción, no olvides leer la Palabra de Dios. Si no eres académico, ¡regocíjate! ¡Agradece que puedes escuchar la instrucción de Dios de inmediato! Y si al escucharla oyeras un deseo, una orden, una instrucción, entonces - ¡recuerda al amante! - parte de inmediato a hacer lo que te pide.

"Pero", puedes decir, "hay tantos pasajes en la Biblia que son poco claros, libros completos que son prácticamente acertijos. ¿No me ayudaría el académico?" A ello respondo (antes que tenga nada que ver con esta objeción): "Cualquier objeción debe ser hecha por aquel cuya vida manifieste que ha cumplido escrupulosamente con aquellos pasajes que le son fáciles de entender. ¿Tal es el caso contigo?" Sin embargo, de tal forma el amante respondería a la carta. Si hay pasajes poco claros pero también deseos claramente expresados, diría "Debo cumplir inmediatamente con el deseo - después veré qué hacer con las partes poco claras. ¿Cómo me puedo sentar a reflexionar sobre los pasajes poco claros y no cumplir el deseo, aquel que claramente entiendo?" En otras palabras, no son los pasajes confusos de las Escrituras los que te atan, sino aquellos que comprendes. Con estos debes cumplir de inmediato. Si has entendido sólo un pasaje de todas las Escrituras, pues entonces debes hacer ése primero antes que cualquier otro. Es el pasaje que Dios pide de ti. No primero te sientes a reflexionar sobre los pasajes confusos. La Palabra de Dios está dada de tal forma que debes actuar de acuerdo a ella, no volverte experto interpretándola.

Nuevamente, no dejemos atrás la metáfora de la carta de la amada. ¿No se aseguraría de cerrar con seguro la puerta para no ser interrumpido? ¿No estaría a solas, sin interrupciones con la carta? "De otra forma" diría "no puedo leer la carta de mi amada." Y de tal forma es con la Palabra de Dios. La persona que no está a solas con la Palabra de Dios, no está leyendo la Palabra de Dios. ¡Cuidado, profesores y predicadores!

¡Sí, a solas con la Palabra de Dios! Mi escucha, permíteme hacer una confesión. Aún no me atrevo a estar totalmente solo con la Palabra de Dios. No tengo la honestidad y el coraje para hacerlo. ¡No me atrevo! Si la abro -en cualquier pasaje- me atrapa de inmediato. Me pregunta - tal como si fuera Dios mismo quien me preguntara - "¿Has hecho lo que lees aquí?" Y entonces estoy atrapado. Y entonces o me lanzo de inmediato a la acción o de inmediato a una lectura correcta.

Estar a solas con la Palabra de Dios es un asunto peligroso. Desde luego, puedes encontrar formas de defenderte contra ello: Tomar la Biblia, cerrar con seguro tu puerta - y luego sacar diez diccionarios y veinticinco comentarios. Y así puedes leerla tan calmada y fríamente como si leyeras la publicidad del periódico. Con este arsenal puedes empezar a preguntarte, "¿no hay varias interpretaciones válidas? ¿Y qué de la posibilidad de nuevas interpretaciones? Quizá haya cinco intérpretes con una opinión y siete con otra y dos con una opinión extraña y tres que están indecisos o que no tienen opinión alguna. Por ello calmadamente concluyo, "No estoy totalmente seguro del significado en este pasaje. Necesito más tiempo para formar una opinión." ¡Dios santo! ¡Qué trágico e incorrecto uso del academismo que hace tan fácil que la gente se engañe a sí misma!

¿No podemos, por una vez, ser honestos? Nos hemos vuelto tan expertos en apretar astutamente una capa tras otra, una interpretación tras otra, entre la Palabra y nuestras vidas, (tal como el niño que pone una o varias servilletas bajo sus pantalones cuando está por recibir una tunda) y luego dejamos que esta preocupación se hinche con tal profundidad que creemos que reflexionar y analizar nos acercará mucho a la Palabra de Dios. Sin embargo, todas estas interpretaciones y reinterpretaciones e investigaciones académicas no son más que una defensa contra ella.

Es muy fácil entender los requerimientos contenidos en la Palabra de Dios ("Da todos tus bienes a los pobres." "Si alguien te abofetea una mejilla, pon la otra." "Si alguien te quita tu abrigo, dale tu manto también." "Regocíjate siempre." "Recibe con gran gozo cuando te encuentres con varias tentaciones." etc.) La criatura más pobre e ignorante no puede decir honestamente que no pueda entender lo que Dios requiere de nosotros. Pero es duro en la carne hacernos entenderla y actuar de acuerdo a ella. Aquí yace el problema. No es una cuestión de interpretación, sino de acción.

-Seguidores, no Admiradores-
Es bien sabido que Cristo usaba constantemente la expresión "seguidor." Nunca pide admiradores, adoradores o partidarios. No, les llama discípulos. Lo que Cristo busca no son partidarios de una enseñanza sino seguidores de una vida.

Cristo entendía que ser un "discípulo" era la armonía más intensa y profunda con lo que él decía de sí. Cristo se llamaba a sí el camino y la verdad y la vida (Juan. 14:6). Por esta razón, no podía quedar satisfecho con partidarios que aceptaran su enseñanza - especialmente con aquellos cuyas vidas la ignoraran o dejaran que las cosas siguieran su mismo curso. Toda su vida en la tierra, desde el principio al fin, estaba destinada solamente a tener seguidores y hacer imposible tener admiradores.
Cristo vino al mundo con el propósito de salvarlo, no de educarlo. Al mismo tiempo - como está implícito en su trabajo salvador - vino a ser un modelo, a dejar las huellas para la persona que quiera acompañarlo, que se vuelva su seguidor. De tal forma Cristo nació y vivió y murió en la bajeza. Es absolutamente imposible para cualquiera escabullirse del Modelo con la excusa y evasión de que este, después de todo, tuvo ventajas terrenales y mundanas que él no tuvo. De tal forma, admirar a Cristo es una invención falsaria de épocas posteriores, ayudados por la creencia de la "arrogancia". No, no hay cosa alguna que admirar en Jesús, a menos que quieras admirar pobreza, miseria y desprecio.
¿Cuál es, pues, la diferencia entre admirador y seguidor? Un seguidor es o lucha por ser aquello que admira. Un admirador, sin embargo, se mantiene personalmente desapegado. No alcanza a ver que aquello que es admirado tiene un llamado sobre él, y por ello fracasa en ser o luchar por ser aquello que admira.

Querer admirar en lugar de seguir a Cristo no es necesariamente un invento de los malvados. No, es más bien un invento de aquellos que sin valor se mantienen desapegados, a salvo y a distancia. Los admiradores se relacionan con lo admirado sólo por medio de la excitación de la imaginación. Para ellos él es como un actor en el escenario excepto que, siendo esta la vida real, el efecto que produce es mayor. Pero por su parte, los admiradores demandan lo mismo que piden en el teatro: sentarse a salvo y en calma. Los admiradores están muy dispuestos a servir a Cristo mientras una precaución apropiada se ejerza, no sea que uno entre personalmente en contacto con el peligro. Por tanto, se rehúsan a aceptar que la vida de Cristo es una demanda. De hecho, se ofenden con él. Este personaje radical, extraño les ofende tanto que cuando ven honestamente a Cristo por lo que él es, no son capaces ya de experimentar la tranquilidad que buscan con tanta ansia. Saben muy bien que asociarse con él de forma demasiado cercana implica ser examinados. Aun cuando él "no dice cosa alguna" contra ellos personalmente, saben que la vida de él juzga tácitamente la de ellos.

Y la vida de Cristo verdaderamente manifiesta con aterradora claridad, que falsedad tan horrible es admirar la verdad en lugar de seguirla. Cuando no hay peligro, cuando todo está en calma, cuando todo es favorable a nuestro Cristianismo, resulta muy fácil confundir a un admirador con un seguidor. Y esto puede suceder silenciosamente. El admirador puede estar en el delirio de que la posición que toma es la verdadera, cuando todo lo que hace es jugar a la segura. ¡Escucha, pues, el llamado a ser discípulo! Si conoces de cualquier forma la naturaleza humana, ¡quién puede dudar que Judas era un admirador de Cristo! Y sabemos que Cristo al principio de su obra tenía muchos admiradores. Judas era precisamente un admirador y por ello más adelante se convirtió en traidor. Es tan fácil de reconocer como las propias estrellas que aquellos que sólo admiran la verdad, cuando el peligro se presente, se convertirán en traidores. El admirador está enamorado con la falsa seguridad de la grandeza; pero si hay algún inconveniente o problema, retrocede. Admirar la verdad, en lugar de seguirla, es un fuego tan dudoso como el fuego del amor erótico, el cual con un cambio puede volverse exactamente lo opuesto, odio, celos y venganza.

Está la historia de otro admirador - era Nicodemo (Juan. 3:1 en adelante). A pesar del riesgo que implicaba a su reputación, a pesar del esfuerzo de su parte, Nicodemo era solamente un admirador; nunca se volvió un seguidor. Era tal como si le hubiera dicho a Cristo, "Si podemos llegar a una concesión entre tú y yo, entonces aceptaré tu enseñanza en la eternidad. Pero aquí en la tierra, no, no puedo permitirme hacerlo. ¿No puedes hacer una excepción por mí? ¿No puede ser que, de cuando en cuando, con grave riesgo para mí, venga a ti de noche, pero durante el día (sí, lo confieso, sé qué tan humillante es esto para mí y que tan vergonzoso, verdaderamente sé que tan insultante es para ti) diga "no te conozco"? Ve en que red de falsedad se puede enredar un admirador.

Nicodemo, estoy seguro, era bien intencionado. También estoy seguro que estaba dispuesto a asegurar y reafirmar con las expresiones, palabras y frases más fuertes que aceptaba la verdad de la enseñanza de Cristo. Sin embargo, ¿no es con esto que verdaderamente se hacía tonto a sí mismo? Si Cristo hubiera permitido una versión más barata de ser un seguidor - un admirador que jura por todo lo que es sagrado que está convencido - entonces Nicodemo muy bien hubiera podido ser aceptado. ¡Pero no lo fue!

Ahora supongamos que ya no hay ningún peligro especial, como sin duda es en muchas de nuestras naciones Cristianas, que sobrevenga al confesar públicamente a Cristo. Supón que no hay necesidad de hacer un viaje al cobijo de la noche. La diferencia entre seguir y admirar - siendo entre ser, o al menos luchar por ser – sigue aún. Olvida ese peligro que yace en confesar a Cristo y piensa más bien en el verdadero peligro que está inevitablemente unido a ser Cristiano. ¿Acaso el Camino - el requerimiento de Cristo de morir para el mundo, dejar lo terreno y su requisito de auto negación - no contiene suficiente peligro? Si el mandamiento de Cristo fuera obedecido, ¿no constituiría un peligro? ¿No habría suficiente para manifestar la diferencia entre admirador y seguidor?

La diferencia entre admirador y seguidor se mantiene intacta, sin importar dónde estés. El admirador nunca hace sacrificios verdaderos. Siempre juega a la segura. Aunque en sus palabras, frases, canciones, es infatigable en cuán alto valora a Cristo, no renuncia, ni entrega cosa alguna, no reconstruye su vida, no es lo que admira, y no deja que su vida exprese aquello que supuestamente admira. No es así para el seguidor. No, no. El seguidor aspira con toda su fuerza, con toda su voluntad a ser aquello que admira. Y entonces, sorprendentemente, aun cuando vive entre "gente Cristiana", el mismo peligro está presente para él que cuando era peligroso confesar abiertamente a Cristo. Y porque con la vida del seguidor, se volverá evidente quienes son admiradores, los admiradores se sentirán agitados por él. Aún estas palabras que aquí se presentan tal cual son causarán malestar en muchos - pero ellos también son, por consiguiente, admiradores.

-Miedo y Temblor-
Cuando Abraham e Isaac llegaron al lugar que Dios había indicado, Abraham construyó un altar y dispuso la madera sobre él. Ató a Isaac, encendió el fuego, sacó su cuchillo, ¡y lo clavó en Isaac!
En ese momento Dios se presentó al lado de Abraham en forma corpórea y exclamó: "¿Qué has hecho? ¡Oh, perverso viejo! Eso no es lo que yo pedía de ti en lo absoluto. Eres mi amigo, ¡sólo quería probar tu fe! Te llamé en el último momento. ¿No me escuchaste? Grité "Abraham, Abraham, ¡detente!" ¿No escuchaste mi voz?"

Y entonces Abraham contestó a Dios con una voz que mostraba, parcialmente adoración mística y parcialmente debilidad descuidada que reflejaban confusión mental: "Oh, Señor, no te escuché. Pero ahora que lo mencionas, me parece haber escuchado una especie de voz. Oh, es que cuando tú, mi Dios, ordena a un padre a matar a su propio hijo, entonces un hombre está bajo un estrés tan terrible. Por ello, no escuché tu voz. Y si la hubiera oído, ¿me hubiera atrevido a creer que era tu voz? Si me ordenas sacrificar a mi hijo, que así me ordenaste, y en el momento decisivo escucho una voz que diga "Detente", ¿no puedo llegar a pensar que es la voz del Tentador que busca detenerme de cumplir tu voluntad? Había viajado largamente y ahora, cuando el momento había llegado, tenía toda mi intención en una sola cosa. Mis opciones eran: o debí asumir que la voz que escuché desde el principio diciendo "Sacrifica a Isaac" era la voz del Tentador, y entonces no seguir con lo que he hecho, o cuando me aseguré que era verdaderamente tu voz desde el principio, debí concluir que esa otra voz, esta voz en el momento decisivo, era aquella del Tentador. Esto segundo es lo que elegí."
Y así Abraham volvió a casa y el Señor le dio un nuevo Isaac. Pero Abraham no pudo verlo con alegría. Cuando lo miraba, sacudía su cabeza y decía, "Éste no es mi Isaac."

Pero a Sarah le hablaba de forma distinta. A ella le decía: "Todo esto es muy extraño. Que era Dios quien me pedía sacrificar a Isaac es cosa cierta, absolutamente cierta. Dios mismo no puede negarlo. Sin embargo, cuando lo tomé en serio, fue un error de mi parte. No era, finalmente, la voluntad de Dios."


Sin embargo, como sabemos de esta historia (Génesis 22), no sucedió así con Abraham. Su obediencia está exactamente en el hecho de que, en el último momento, inmediatamente y sin reservas obedeció tal como lo hizo. Esto es sorprendente. Cuando una persona ha dicho "A" por mucho tiempo, entonces humanamente hablando se molestará mucho con tener que decir "B". Es aún más difícil, cuando uno tiene que sacar el cuchillo, ser capaz y estar dispuesto, con obediencia implícita, a reconocer que, después de todo, no se ha hecho demanda alguna, que no es necesario después de todo ir hasta el Monte Moriah con el propósito de sacrificar a Isaac. La decisión de si sacrificamos nuestro propio hijo o lo salvamos, oh, ¡esta es verdaderamente grande! Más grande aún, sin embargo, es mantenerse, aún en el último momento, obediente, y si podemos aventurarnos a decirlo, con la ágil disposición de un soldado obediente. Tal que, aun cuando casi ha llegado a su meta, no le importa dar marcha atrás, aun si esto vuelve vana toda su carrera. ¡Oh, esto es verdaderamente grande! Nadie ha sido tan grande en la fe como Abraham - ¿quién puede comprenderlo?

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