Ser un verdadero Cristiano es tan agónico que
no sería soportable si uno no necesitara continuamente la segunda venida de
Cristo y la esperara como inminente. Es maravilloso que en el lenguaje Danés la
palabra de nutrimento esté relacionada con cerca. Al grado que la necesidad sea
mayor, el nutrimento esté más cerca; el nutrimento es la necesidad, e incluso
si no es necesidad, aun así está cada vez más cerca.
El anhelo es el cordón umbilical a la vida
superior.
Qué
aterradoramente ciertas son las metáforas del Cristianismo. Arrojar fuego sobre
el mundo. Sí, pues, ¿qué es un Cristiano? Un Cristiano es una persona que está
ardiendo. El espíritu es el fuego, el Cristianismo es el incendio. Y por
naturaleza nos encogemos de este fuego más que de cualquier otro. El fuego que
el Cristianismo quiere iluminar no se ha hecho para quemar unas cuantas casas
sino para quemar el gusto humano por la vida – quemarlo con el espíritu. El
espíritu es fuego. De esto viene la expresión frecuente: Tal como el oro es
purificado con el fuego, de tal forma es purificado el Cristiano. Pero el fuego
espiritual no debe ser considerado solamente como el fuego de las
“tribulaciones” – es decir, algo que viene del exterior. No, un fuego es
encendido dentro del Cristiano, de estas llamas viene la purificación. Es incendiario, así es como el propio
Cristo describe su comisión, hacer arder a los individuos introduciendo una
pasión que los ponga en contra de lo que es entendido de forma natural, una
actitud incendiaria que debe engendrar necesariamente discordia entre padre e
hijo, hija y madre, una actitud incendiaria que desgarre “las generaciones”
para poder llegar al “individuo”.
No siempre
se usa agua para apagar el fuego. Para continuar la metáfora, algunas veces uno
usa, por ejemplo, mantas, sábanas, colchones, y demás cosas para extinguir un
incendio. De la misma forma, si quieres nuevamente al Cristianismo, al fuego
nuevamente, entonces debes deshacerte de las mantas, sábanas y colchones, los
estorbos voluminosos – y entonces tendrás el incendio.
Es verdaderamente una gran pregunta si
aquellos a quienes Dios no les hace enfadar realmente han existido para
Dios.
La religión auténtica tiene que ver con la
pasión, con tener pasión. Tristemente, hay miles que toman tan poco de la
religión, y luego desapasionadamente “tienen religión”.
Aquí yace la dificultad de la religión de
hoy día. Es como tratar de empujar un bote de la costa cuando el terreno a
todo su alrededor son arenas movedizas, marismas, de forma tal que el bastón
que se hunde en el terreno no ofrece resistencia alguna.
Imagina una joya que todos desearan poseer.
Yaciendo lejos en un lago congelado donde el hielo es muy delgado, cuidada por
el peligro de muerte, mientras que más cerca de la orilla, el hielo fuese perfectamente
seguro. En una edad apasionada la gente aplaudiría el coraje de aquel que se
aventurara, temblarían con él y por él con el peligro de la acción decisiva, se
lamentarían con él si se ahogara, le harían un dios si obtuviera el premio.
Pero en una edad sin pasión, en una edad “razonable”, sería al contrario. La
gente le pensaría un tonto y ni siquiera digno de aventurarse tan lejos. Y de
esta forma convertirían al atrevimiento y el entusiasmo en una hazaña de
habilidad. ¿Y cómo?
Las
multitudes irían a ver el espectáculo desde un lugar seguro, con mirada de
conocedores juzgarían al esquiador que se deslizara hasta el mismo borde (es
decir, tan lejos como el hielo aún fuese seguro y el peligro no empezara
todavía) y luego volviera. El esquiador más capaz podría ir hasta el punto más
alejado y entonces llevar a cabo una pirueta más osada, tal que los
espectadores contuvieran el aliento y dijeran “¡Por los dioses! Qué locura;
está arriesgando su vida”. Pero mira, y verás que su habilidad es tan
sorprendente que ha conseguido volver justo a tiempo, mientas el hielo era
perfectamente seguro y no había peligro aún. Como en el teatro, la multitud le
aplaudiría y aclamaría, volviendo a casa con el artista heroico entre ellos,
honrándolo con un magnífico banquete. Pues la inteligencia ha ganado de tal
forma que transforma la verdadera tarea en un truco irreal y la realidad en una
representación.
Durante el
banquete la admiración llegaría a su cénit. Ahora la relación entre el
admirador y el objeto de admiración sería tal en que el admirador se siente
edificado por el pensamiento de que es un hombre tal como el héroe, con el
humilde pensamiento de que es incapaz de hacer acciones tan grandes, sin
embargo, envalentonado moralmente a emularlo de acuerdo a sus capacidades; pero
ahí donde la inteligencia ha ganado el carácter de la admiración es alterado por
completo. Aun en el cénit del banquete, cuando el aplauso es mayor, los
invitados admiradores tendrían todos la noción de que la acción del hombre que
recibe todos los honores no es tan extraordinaria y que es sólo por azar que la
reunión es para él, puesto que, después de todo, con un poco de práctica todos
podrían hacer lo mismo. En breve, en lugar de fortalecerse en este
discernimiento y ser animados a hacer el bien, los invitados muy probablemente
se irán a casa con una predisposición mayor a la más peligrosa, si bien también
la más respetable, de todas las enfermedades: admirar en público lo que es
considerado inconsecuente en privado – puesto que todo se vuelve un chiste. Y
así, estimulados por la ráfaga de admiración, confortablemente estarán de acuerdo
en que bien pueden admirarse a sí mismos.
Nuestra era carece de pasión. Todos
saben bastante, todos saben que deberíamos ir y las diferentes formas de ir,
pero nadie está dispuesto a moverse.
El aspecto ridículo de un fanático es
que su pasión infinita le impulsa al objeto equivocado. El aspecto divino en
él, sin embargo, es que se atreve con pasión.
Si tan sólo pudiera tener la experiencia
de encontrarme con un pensador apasionado, es decir, ¡alguien que honesta y
honorablemente expresara en su vida lo que ha entendido!
Existir, si esto no se entiende como
cualquier tipo de existencia, no puede ser hecho sin pasión. Muchas veces
he reflexionado en cómo puede uno llevar a una persona a la pasión. Y así he
considerado la posibilidad de hacerlo montarse en un caballo y luego asustar al
caballo a un galope salvaje. Creo que esto sería apropiado. Y esto es lo que es
existir si uno es verdaderamente consciente de ello y lo es, si existir no es
lo que la gente usualmente llama existencia. La simple existencia es como un
campesino borracho que se queda dormido en el carruaje y deja que los caballos
vayan por donde les plazca. Pero la verdadera existencia tiene que ver con
aquel que conduce.
Todas las situaciones de existencia son
apasionadas. Pensar en ellas de forma tal que dejemos fuera la pasión no es
pensar en ellas en lo absoluto. Existir es un arte. El pensador subjetivo es
suficientemente estético para que su vida tenga un contenido estético,
suficientemente ético para regularlo, suficientemente apasionado para pensar en
dominarlo.
La rectitud de la vida no consiste en la
presión de las ocupaciones, sino en la voluntad de ser, la voluntad de
expresar lo eterno en la cotidianidad de la actualidad, tener la voluntad para
ello de forma que uno no lo abandone ajetreadamente o presuntuosamente lo
considere tan vano como un sueño.
Sin importar cuánto aprenda una generación
de otra, no puede aprender de su predecesora el factor genuinamente humano.
A este respecto cada generación comienza de nuevo. El factor auténticamente
humano es la pasión. Pero ninguna generación puede aprender de la otra cómo
amar, ninguna generación puede empezar en ninguna otra parte que en el
principio.
La pasión
más alta en el ser humano es la fe, y aquí, nuevamente, ninguna generación
comienza en otro punto más que donde comenzó su predecesora. Cada generación
comienza en el principio, y la siguiente generación no llega más lejos que la
previa, teniendo en cuenta que ésta haya sido prolija en su tarea y no la haya
traicionado. Por ello, ninguna generación tiene el derecho de decir que la
tarea es fatigante, pues cada generación tiene su propia tarea.
Los primeros Cristianos pensaron que
viviendo apropiadamente esta vida era posible convertirse en un ángel y así
ocupar uno de los sitios que dejaran los ángeles caídos. Tristemente, ninguno
sabía el número de estos ángeles caídos; aunque se admitía que no era demasiado
grande. Pero no podían ponerse de acuerdo hasta qué punto Dios estaría
dispuesto a incrementar este número en proporción con el plan original. Pero
que consecuentemente aún era posible convertirse en un ángel, que esta vida
vivida apropiadamente estaba ligada a esta decisión eterna: sí, este era el
interés principal de los Cristianos, esta era su mayor pasión. Por ello los primeros
Cristianos eran capaces de renunciar a todo, dispuestos a sufrirlo todo,
dispuestos a ser sacrificados. Por ello cada minuto era infinitamente
importante, y el creyente se hacía rendir cuentas por cada acto, por cada
palabra hablada, por cada pensamiento en su mente, por cada expresión en su
rostro. No se atrevía a ser culpable de perder su mayor pasión.
Ahora
vivimos de forma tal que ninguno piensa en hacer la menor cosa, la más pequeña,
que lo haga relacionarse con la pasión de la decisión para convertirse en un
ángel. Convertirse en un ángel ahora parece tan ridículo para nosotros. Si
alguien declarase seriamente que está tratando de convertirse en un ángel,
todos nos reiríamos. Apenas lo encontraríamos tan ridículo como si alguien
asumiera que después de la muerte uno se convierte en camello. Qué tan lejos
hemos llegado que la mayor pasión se ha vuelto el chiste más divertido.
La dificultad no es ser curado con ayuda
del Cristianismo; la dificultad está en enfermarse con un propósito.
Es espíritu, es pasión preguntar:
¿Acaso lo que se dice es posible? ¿Soy capaz de hacerlo? Pero es falta de
espíritu preguntar: ¿Realmente pasó? ¿Acaso mi prójimo ha sido capaz de
hacerlo?
Dios nuestro, somos conscientes de que la
vida en este planeta se acerca al fin para cada uno de nosotros. Nadie sabe
con exactitud el día o la hora. Momento a momento nos acercamos a nuestro
último aliento. Que podamos hacer que cada día cuente como si fuera el último.
Si hemos desperdiciado días y semanas, perdónanos. Que tengamos un tremendo
sentido de urgencia para vivir hoy con la riqueza Cristiana de forma que
podamos compensar por todo el tiempo perdido. Recordamos a aquel que en treinta
años preciosos vivió como si estuviera resistiendo eternamente en el tiempo. En
su nombre oramos.
La persona que no es fría ni caliente es
una abominación, para Dios. A Dios no le sirven individualidades
defectuosas como al tirador no le sirve un rifle que, en el momento decisivo,
martille sin disparar.
Imagina esto. Supón que un cochero ve a
un caballo notable y completamente impecable de cinco años de edad, un caballo
ideal, resoplando tan lleno de vigor como ningún otro que haya visto, y dijera:
“Bueno, no puedo pujar por este caballo, no me alcanza para comprarlo, y aún si
pudiera me es totalmente inapropiado para mi uso”. Pero luego de una docena de
años, cuando este caballo sorprendente estuviera cansado y derrotado, el
cochero dijera, “Ahora puedo pujar por él, ahora puedo pagarlo, y ahora puedo
usarlo suficientemente, de modo que puedo gastar un poco en su mantenimiento”.
Es lo mismo
con el estado y el Cristianismo. Del Cristianismo radical que entró en el
mundo, todos los estados fueron obligados a decir, “No puedo comprar esta
religión; no sólo eso, pero diré: Dios y Padre, sálvame de comprar esta
religión. Seguramente será mi ruina”. Pero luego de unos cuantos siglos el
Cristianismo se volvió cansado y decrépito apenas capaz de arrastrarse,
arruinado y mancillado, entonces el Estado dijo, “Vean, ahora puedo pujar por
ello; y es inteligente de mi parte ver que bien puedo servirme de esto y
usarlo, como para invertir un poco para pulirlo”.
Que el objetivo del estado es mejorar a sus
ciudadanos – esto es obviamente una tontería. El estado es más del bien que
del mal, un mal necesario, en cierto sentido un mal útil, expedito, pero no
bueno. El estado es de hecho el egotismo humano en grandes dimensiones. Tal
como hablamos del cálculo de infinitesimales, de la misma forma el estado es el
cálculo de egotismos, pero siempre de forma tal que egotistamente parezca ser
la cosa más prudente entrar en él y estar en su egotismo mayor. Pero esto,
después de todo, no es más que el abandono moral del egotismo.
Ser mejorado viviendo en el estado es tan
dudoso como ser mejorado en prisión. Quizá uno se vuelve mucho más astuto
en su propio egotismo, su egotismo iluminado, esto es, su egotismo en relación
con otros egotismos, pero no se vuelve menos egotista, y lo que es peor, uno se
arruina considerando este egotismo oficial, cívico, autorizado como una virtud
– esto, de hecho, muestra qué tan desmoralizante es la vida civil, porque
reafirma a uno para ser un egotista afilado.
El estado es continuamente sujeto de la
misma sofisticación que agrandaba a los Sofistas Griegos – es decir, que la
injusticia a gran escala es justicia. Sí, la política no es nada más que
egotismo disfrazado de justicia.
Para tantos, se cuenta en el estado para
desarrollar moralmente a las personas, para ser el medio apropiado para la
virtud, ¡el lugar donde uno pueda convertirse en verdaderamente virtuoso! Pero
creer en esto es como creer que el mejor lugar para un relojero o un grabador
es trabajar en un barco que flote sobre un mar embravecido. El Cristianismo no
cree que el Cristiano deba permanecer en el cuerpo político con el propósito de
un mejoramiento moral – no, de hecho le advierte por adelantado que significará
sufrimiento.
Tan pronto como surge el pensamiento de
asistencia humana, de no rehusarse a la ayuda del mundo, todo está
esencialmente perdido. La fe en que el martirio tiene un valor en y por sí
mismo se abandona entonces, y el Cristianismo corre cuesta abajo hasta que, tal
como el Rhine termina en el lodo, termine en el lodo de la política.
Por su parte el clero piensa que es muy
prudente aceptar la protección del estado. Entienden muy bien que es
considerablemente más agradable ser sirvientes contratados por el estado que
servir al Cristianismo de acuerdo al Nuevo Testamento. Pero esta prudencia no
sólo es miope, es blasfemia.
Lo que el Cristianismo necesita no es la
protección sofocante del estado; no, necesita aire fresco, necesita la
persecución, y necesita la protección de Dios. El estado sólo crea desastre,
aleja la persecución y con ello no es el medio a través del cual la protección
de Dios puede llevarse a cabo. Salva, por sobre todo, al Cristianismo del
estado. Con su protección lo asfixia hasta morir.
El estado piensa que es prudente acomodar
la enseñanza de Cristo de forma que tranquilice a la gente y así pueda
controlarla. El estado nunca presenta al Cristianismo en su verdad (como sal en
carácter); en su lugar lo señala hasta cierto punto, en el que nosotros
“Cristianos” también nos contentamos en tenerlo.
El Cristianismo vino al mundo a través de
un deseo de sufrir hasta morir por la fe; precisamente por esta razón es
que venció sobre el mundo. Su urgencia al martirio estaba marcada parcialmente
por su “sufrida” intolerancia. Ahora ha perdido todo deseo y necesidad de
sufrir, ha perdido la aceptación de intolerancia del martirio, y está bien
satisfecho con ser una religión como cualquier otra religión.
El
Cristianismo detesta la intolerancia que quiere hacer que otros mueran por su
fe. Pero estar dispuesto personalmente a morir por la propia fe – bueno, no
pasemos esto por alto – esto, también, es intolerancia, es la aceptación del
sufrimiento de la intolerancia. La religión moderna es el indiferentismo y con
ello no expresa tanto que el Cristianismo ha abandonado al mundo tanto como que
el Cristianismo se ha abandonado a sí mismo, o, mejor dicho, que la Cristiandad
ha abandonado al Cristianismo.
La persona de mentalidad terrena piensa e
imagina que cuando reza, lo que es importante, aquello en lo que debe
concentrarse, es que Dios debe escuchar aquello por lo que se reza. Y sin
embargo, en el sentido verdadero y eterno es exactamente lo opuesto: la
verdadera relación en la plegaria no está cuando Dios escucha aquello por lo
que se reza, sino cuando la persona orante sigue rezando hasta que escucha,
aquel que escucha lo que Dios está pidiendo.
La plegaria no cambia a Dios, cambia a
quien la ofrece.
Recuerda siempre que la tarea está en ser
capaz de asirte al pensamiento de Dios más y más por mayor tiempo, no en la
forma en que lo hace un soñador, en ocio y coqueteo, sino asiéndolo dentro de
tu trabajo. Dios es el acto puro. Un mero pensamiento de ensueño en él no es
una verdadera plegaria.
Si una persona no se entrega totalmente en
plegaria, no está orando, aún si permaneciera de rodillas día y noche. Es
igual en esto que en una persona que mantiene un contacto con un amigo
distante. Si no se ocupa que la carta tenga la dirección escrita debidamente
dirigida, no será entregada y la conexión no se llevará a cabo, sin importar
cuántas cartas escriba. De forma similar, aquel que reza debe ocuparse en que
su plegaria sea apropiada, entregándose a su ser interior, pues de otra forma
no está orando a Dios. Y que aquel que ora esté escrupulosamente atento a esto,
puesto que no hay ningún engaño posible a este respecto en relación con el
buscador de corazones.
Frecuentemente me he preguntado, al
agradecerle a Dios por algo, si lo hago motivado por miedo a perderlo, o si
es que mi plegaria vino de una certeza profunda que ha conquistado al mundo.
El apóstol Pablo dice: “Todo lo creado por
Dios es bueno si se recibe con gratitud”. También dice: “Cada bien y cada
regalo perfecto viene de lo alto y baja del Padre de las luces”. ¿Acaso son
estos dichos difíciles? Si crees que no puedes entender estas palabras, ¿has
querido entenderlas realmente?
Cuando
tienes dudas de lo que viene de Dios o de lo que es un bien y un regalo
perfecto, ¿te atreves a cuestionarlo? Y cuando la luz de la dicha te llama, ¿le
agradeces a Dios por ello? Y cuando eres tan fuerte que sientes no necesitar
ayuda, ¿le agradeces entonces a Dios? Y cuando tu porción asignada es pequeña,
¿le agradeces a Dios? Y cuando tu porción asignada es sufrir, ¿le agradeces a
Dios? Y cuando la gente te hace mal y te maltrata, ¿le agradeces a Dios?
No decimos
que en nuestra gratitud el mal cesa de
ser el mal – ¡qué podría sacarse de palabrería tan tonta y destructiva! Depende
de ti decidir si es malo; ¿pero acaso tomas el mal y el abuso a Dios y en tu
acción de gracias lo recibes de su mano como un bien y como un regalo perfecto?
¿Lo haces? Bueno, entonces has entendido dignamente las palabras del Apóstol.
Sí, es maravilloso que una persona rece, y muchas promesas le son dadas a aquel
que reza sin cesar, pero es mucho más bendito aún dar gracias.
El gran actor Seydelmann, en la noche
en que fue coronado con laureles en la casa de la ópera “en un aplauso que duró
varios minutos”, volvió a casa y agradeció fervorosamente a Dios por ello.
¿Acaso no el fervor de su agradecimiento muestra, no obstante, que no agradeció
realmente a Dios? ¿Acaso no el haber dado su gratitud fervorosa cuando fue
abuchedo en lugar de aplaudido hubiera mostrado mejor la sinceridad de su
gratitud hacia Dios?
La vida depende mucho en estar alerta para
actuar cuando nos da pie.
Lo importante es ser honesto hacia Dios,
hasta que él mismo da la explicación; la que, sin importar si era la que
querías o no, siempre es la mejor.
Padre en el cielo, a quien pertenece la
sabiduría sin límites y la compasión más profunda, tú nos entiendes, nuestras
idas y venidas; sabes lo que es un hombre. Pero quieres que te entendamos. Tal
como nuestro Maestro no respondió palabra alguna a sus acusadores arrogantes,
exponiéndolos así a su engaño fraudulento y revelando su propia inocencia, ¡así
hablas de amor y entendimiento cuando no dices palabra alguna! Pues uno habla al
permanecer en silencio para mostrarle al escucha que es amado. Uno habla
cuando, como instructor, escucha al discípulo. Uno habla cuando demuestra un
profundo entendimiento que viene de escuchar. Podemos temer estar perdidos en
el desierto del abandono cuando no escuchamos tu voz. Pero es tan solo el
momento dorado de la quietud en la intimidad de la conversación y comunión.
Cuando venimos implorando, suplicando, prometiendo, incluso amenazando, y tú
nos recibes casi sin palabras, nos entiendes completamente, y hablas
respondiendo a nuestras necesidades. Bendito, entonces, en el momento dorado
del silencio, ¡pues el mismo amor paternal es nuestro tanto cuando estás
callado como cuando hablas!
Es increíble lo que una persona de oración
puede conseguir si tan solo cierra las puertas detrás suyo.
Aquel que reza sabe hacer distinciones. Poco
a poco deja lo que es menos importante, pues no se atreve realmente a
presentarse ante Dios con ello, demandando esto o aquello. Al contrario, quiere
darle mayor énfasis a la petición de su único deseo. Entonces ante Dios
concentra su alma en su deseo único, y esto tiene algo ennoblecedor en ello, es
la preparación para entregarlo todo, porque solo puede darlo todo aquel que
tiene un deseo único.
En la medida que uno se vuelve más y
más dedicado en su plegaria, uno tiene
menos y menos que decir, y al final uno se vuelve muy callado. En verdad, uno
se vuelve solo un escucha. Y así es; rezar no es tanto escucharse a uno mismo
hablar, sino estar callado, y permanecer en silencio, esperar, hasta que uno
que reza escucha a Dios.
Rezar es una tarea para toda el alma.
Aún si la plegaria no consigue nada
aquí en la tierra, no obstante trabaja en el cielo. ¡Padre en el cielo! Tienes todos los buenos regalos en tu mano
gentil. Da a cada uno su porción correspondiente en la forma que te plazca. Y
dale a cada uno la certidumbre de que viene de ti, de forma que tu dicha no nos
arranque de ti en el olvido del placer, de forma que el pesar no te separe de
nosotros, sino en dicha podamos ir hacia ti y en el pesar permanezcamos
contigo. Y cuando nuestros días sean contados y nuestro ser externo se extinga,
concédenos que la muerte no venga en su propio nombre, fría y terrible, sino
gentil y amistosa, con saludos y novedades, ¡con testigos de ti, Padre nuestro
celestial!
Dios posee todos los buenos regalos, y
su recompensa es mayor que lo que el entendimiento humano puede abarcar. Esto
es nuestro alivio, porque Dios responde a cada plegaria; nos da ya sea aquello
que pedimos, o algo incluso mucho mejor.
Disculpe, cómo le hago para descargar los audios?
ResponderEliminarDisculpe, cómo le hago para descargar los audios?
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