- Abrí la puerta - Dijiste desde la calle,
frotando tus brazos ateridos. No era el momento, no tenía que ser éste. Fuiste
tú quien eligió marcharse, cerrar esta puerta y dejar todo atrás, lo que queda
y lo que fue.
- Anda, abríme que muero de frío - Tu voz
otra vez, la sensación de escucharte. Si has de irte, ¿para qué volver? Si has
de volver, ¿para qué irte? La angustia en el pecho, tú tan cerca, de nuevo tan
cerca. Y yo con tantas ganas de no querer abrirte, de hacerme el alma inmune y tú
tan cerca.
- ¿Por favor? Anda, dame unos minutos, dejáme calentarme un poco ¿Sí? -En los quiebros de tu voz ahogada en llanto recién naciente reconozco la impotencia que comienza a llenarte. No te abriré, no otra vez. Crees que sí, pero con cada minuto de silencio vas temiendo que ésta sí sea la definitiva, la que sí es. Lloro contigo, quedamente, sin sollozos, de lágrima en lágrima.
- ¿No abrís? ¿De verdad no abrís? Un
segundo, un sólo segundo, por favor, no me dejés aquí - Duele tanto hacerlo, no
hacerlo, no abrirte. Tanto. Pero ha sido peor abrirte antes, confiarte de
nuevo, creerte. Esta vez la puerta se queda cerrada y tú afuera, porque ya no
quiero ni puedo dejarte desgarrarme otra vez, porque ya no confío en ti y sí en
mí, que no voy a abrirte.
- Abríme, por favor abríme - Tu voz escurre
de tristeza, de llanto. El dolor se vuelve tan angustiosamente dulce que casi
puedo imaginarme abriendo, casi puedo imaginar tus ojos. Pero sigo inmóvil
contemplando la puerta cerrada, escuchándote sollozar y marcharte, como te
marchaste entonces, sin decir palabra.
Te fuiste y me
quedé varios minutos más… escuchando el silencio, tu ausencia, la del llanto.
Esperé a que secaran mis lágrimas, dejando surcos ardientes en mi rostro. Con
la boca entreabierta y seca puse la mano en la perilla. Ya no estabas ahí y no
volverías, por eso abrí la puerta.
Raymundo Rodríguez Alcázar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario