Los Siete Pecados
Dibujos de Melinda GebbieTextos de Alan Moore
Traducción de Raymundo Rodríguez Alcázar
LUJURIA

Cuando la sangre llena mis muslos
simples jovencitas lucen hermosas
como campiñas al crepúsculo.
Torpes señoras que hablan
sobre las faldas que piensan comprar
son Pythias, con brandy ardiente
en sus lenguas agudas, rosadas;
la carne de cama y la salsa nocturna
son todo mi interés.
No pienso en el Arte,
ni en los pobres,
ni en nada de uso alguno.
Inflamado, nada tiene profundidad
pues donde el amor es ciego,
la concupiscencia, tuerta.
ENVIDIA
Nadando entre torrentes de sal,
embebido en ese nido de rizos tuyo
lamido por el amor.
Sopesé esos pechos
más pálidos que cuajadas
y no desée cosa más que ellos.
Ni mi lamprea brillante emitió queja
que causara molestia alguna
entre tus corales rosados.
En completa plenitud estaba
hasta que sonreíste,
entonces toda satisfacción me abandonó.
Envidié
lo que eras
y que yo nunca podría ser:
Aquella
Entregada
Penetrada
Adorada
Bajo mío.
GULA
Aquí es la bahía
donde las sirenas moran.
Esta brisa que sopla
desde un mar amniótico,
es la sutil canción líquida,
ruina de embarcaciones.
Caderas,
coronadas de espuma,
fluyen yendo y viniendo.
Mareas intensas.
A horcajadas sobre mi rostro
una máscara extraña y suave es ella
por las que se vislumbran
anémonas ensortijadas en techumbres.
Su uva, su vino;
divino fermento que unta mis labios,
que yazca ebrio y no pueda decir
"suficiente".
AVARICIA
Hay una ostra lecho que, sé,
no fallará en entregar una perla;
un vellocino de oro que Argo nunca encontró;
suaves campanas de bronce bruñido donde arden rubíes,
y huevos de plata...
En nuestra opulencia fácil,
este lujo de sudores,
podemos ser descuidados
en depósitos y retiros;
Gastar hasta saciar nuestro corazón.
Seamos ricos en amor,
como cínicos gordos y satisfechos
despreciando en una mueca a los pobres.
SOBERBIA
Si, ella me adora
pero no me rebajaría tanto.
Esas piernas de alabastro que, jura,
se abren sólo para mí.
Pero refuto:
absteniéndome de un vientre de sal,
rechazando un culo que ridiculiza a Calipigia.
Con ojos que no tienen descanso salvo los míos,
me promete toda su exquisita desnudez.
Huraño, aparto la mirada;
despreciando a una
que con gusto me encamaría.
PEREZA
Debo levantarme.
Estas sábanas
son girones de banderas,
restos de guerras espléndidas,
manchadas con cada batalla;
más por cada retirada.
No puedo yacer aqui,
almohadas tendidas y arrugadas
como ovejas inconscientes.
Pues, en algún lugar,
hay necesidad de mí.
Mis manos y mi ingenio se necesitan,
pero no mis labios, ni mi vientre
ni mi lengua; estos pertenecen aquí.
Mi lecho pide suficiente.
¿Cómo puedo laborar,
exhausto por esta indolencia?
IRA
Enloquecida cual Hécate,
con ojos ardientes como zarzas
se lanza contra mí,
inflamada de odio.
Dedos como serpientes empuñadas,
feroces látigos,
prometiendo flagelarme
toda la piel de la espalda.
Jura hacerme tormentos
ante los que Nerón mismo
habría palidecido.
Si me encuentra,
seguramente me matará,
aplastando mi raquis
con su talón perfumado.
Cobardemente me escondo
y en un éxtasis de pavor
temo que no me encuentre.
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