martes, 6 de diciembre de 2011

UN LAGARTO HIPOTÉTICO -Volumen 1-

Por Alan Moore.
Traducción y adaptación
de Raymundo Rodriguez Alcázar.

La mitad de su cara es porcelana.

Masticando ausentemente las anémicas flores azules que arrancara de la jardinera en su balcón, Som-Som contempla la explanada que conduce a la Casa Sin Relojes. Yace ante ella como un pozo sombrío y pútrido. Los oscuros adoquines, pulidos por incontables pisadas hasta un lustre sin brillo, mas parecen agua que piedra vistos desde aquí. Las venas de musgo hinchando las zigzagueantes grietas entre los adoquines sobre una superficie sin otro adorno, bien podrían ser grumos de nata vegetal prontos a esparcirse y dispersarse con el paso de la primer onda, el primer chapoteo.

Para cuando Som-Som tenía cinco años su madre había notado tiempo atrás la fatal belleza que se perfiguraba en su rostro infantil. Una noche condujo a la atónita niña por el bullicioso laberinto que es Llavek tras el ocaso hasta llegar a la casa pastel con su patio redondo y oscuro. Su andar de pasos arrastrados elevaba un eco que parecía susurrar desde las elevadas paredes curvas que enmarcan la explanada. En el amplio arco que compone la fachada de la Casa Sin Relojes había siete puertas, cada una de un color distinto. Fue la puerta central -la puerta blanca- a la que tocó su madre.

La puerta se abrió y tras ella una jovencita las miró sin decir palabra. Estaba ataviada con una holgada túnica que dejaba uno de sus pechos desnudos al descubierto, mostrando una piel de tono extrañamente enrojecido. Al principio, Som-Som asumió que era debido a alguna pintura o maquillaje, hasta que la miró más de cerca. Más tarde, Som-Som sabría que el nombre de la jovencita era Libro. Por sus manos, cuello, rostro y cada parte visible de su piel corría una interminable letanía escrita en la más fina letra. Frases ambiguas y sugestivas serpenteaban en espiral desde el capullo marrón de su pezón. Versos de pasión elegante y críptica recorrían la órbita de su ojo izquierdo. Sus dedos escurrían poesía.

Con un gesto invitó a las recién llegadas a seguirla, guiándolas entre lúgubres pasillos tenuemente iluminados por luz lunar, salpicados con las sombras de innumerables estatuas y decorativos, hasta llegar a una breve estancia llena con la luz de un enorme candil. Bajo éste, entre multitud de cojines y sobre un sofá circular que daba apariencia de trono, les aguardaba una dama de aspecto distinguido y regio. El intenso brillo del ambiente difuminaba las arrugas de su piel dándole una apariencia de edad imprescisable, más cuando habló su voz era vieja.

- Mi nombre es Ouish. Soy la matrona y propietaria de la Casa Sin Relojes.

Som-Som y su madre aguardaron a la entrada de la estancia mientras Libro se acercó y murmuró al oído de Ouish. La conversación entre ambas mujeres era tan vaga y susurrada que Som-Som no pudo escuchar cosa alguna. Después de unos momentos, la anciana se incorporó de su sillón y avanzó hasta tener a Som-Som ante ella. Con atención dedicada, tomó el rostro de la niña entre sus manos. Su tacto era como crepé, pero sorprendentemente cálido en una habitación que resplandecía con frialdad etérea. La examinó con ojos entrecerrados, haciéndola girar la cabeza a un lado y a otro, siguiendo su tez con los dedos. Aparentemente satisfecha, Ouish hizo un gesto quedo a Libro y ésta salió de la estancia, volviendo tras unos momentos con una talega de piel clara atada con un cordón dorado. Som-Som contempló como esas dedos saturados de palabras escritas ponían la talega entre las manos de su madre y el rostro de ésta, al recibirla, adquirió gesto temoroso e inseguro; sin embargo el peso entre sus manos pareció consolarla. Guíada por la silente jovencita, la madre de Som-Som se retiró por uno de los pasillos y la niña aguardó en su sitio. Largos minutos pasaron hasta que Som-Som entendió que su madre no volvería.

Libro y su piel tatuada no eran una extravagancia en la Casa Sin Relojes, sino la norma. Estaba también Khafi, un dislocacionista de diecinueve años. Delice, quien usaba catorce agujas para provocar placeres y tormentos inconcebibles, todo sin dejar marca alguna. Mopetel, quien suspendiendo su respiración y latidos, podía aproximarse al estado de un cadáver por más de dos horas. A Jazu le crecía cabello sobre todo el cuerpo y andaba a gatas, comunicándose con gruñidos. Y estaba Rushushi y Hata y Loba Pak que nunca parpadeaba. Viviendo entre esta colección de seres exóticos, donde lo singular se volvía común por fuerza de hábito, Som-Som consiguió cierta objetividad. Sin discriminar o favorecer, pasaba días contemplando las rarezas animadas a su alrededor, preguntándose cuál serviría de modelo para aquello en lo que ella se convertiría. Espiando a la matrona Ouish y sus más cercanos allegados, decodificando pacientemente su lenguaje subterráneo de pausas y sílabas acentuadas, Som-Som comprendió que estaba siendo reservada para algo muy especial, incluso para la galería de especialidades que era la Casa Sin Relojes.

¿Sería instruída en el arte de llevar a hombres y mujeres hasta el éxtasis con las vibraciones de su voz, como Hata? ¿O sería el talento cadavérico de Mopetel que se volvería suyo? Sonriendo gentilmente al recibir las frutas y dulces con que le regalaban sus mayores, la niña estudiaba sus rostros y reflexionaba.

Al llegar a su noveno cumpleaños, Som-Som fue guíada por Libro hasta la brillante estancia de la Matrona Ouish.

- Gracias Libro.

Dijo ésta, haciendo con la mano un suave gesto indicándole que las dejara a solas.

- Ven, pequeña, siéntate junto a mí.

El rostro de la anciana estaba lleno con una sonrisa amistosa pero extraña. Tras sentarse, Ouish le tomó el rostro entre sus manos como hiciera años atrás y fue entonces que se lo dijo. Si lo deseaba, podía convertirse en la puta de hechiceros.

- En adelante, sólo esas hábiles manos que esculpen la fortuna misma tendrán acceso a los suaves pliegues de tu sustancia. Llegarás a comprender las lujurias abstractas de aquellos que mueven los hilos secretos del mundo. Y serás feliz en su servicio.

Libre de sus manos, contemplando su rostro sobre baldosas tan pulidas que eran espejos, Som-Som sintió el mundo detenerse de golpe mientras las palabras corrían por su mente, estrellándose unas con otras como enormes planetas de cristal. ¿Hechiceros?

Ocasionalmente, cuando la habían enviado a comprar algún filtro menor o pócima para los otros habitantes de la Casa Sin Relojes, los encargos de Som-Som la habían llevado al Callejón de los Hechiceros. La propia calle, mutando inconstantemente, llena de pequeños movimientos que sólo se veían por el rabillo del ojo, le impedía tener una imágen clara y consistente en su memoria con la cual recordarla. Algunos de sus habitantes, sin embargo, eran inolvidables. Por sus ojos, sus terribles ojos llenos de sabiduría. Se imaginó a sí misma desnuda ante esas miradas que han conocido las profundidas de los océanos del destino donde las personas son meros peces, miradas que veían dibujos secretos agitarse en esas incomprensibles mareas de circunstancias. En su estómago, comenzó a extenderse algo más ambiguo que el miedo o la expectativa.

En algún lugar lejano, en una estancia blanca llena de un brillo enceguecedor, la Matrona Ouish detallaba la lista de condiciones que Som-Som debía cumplir antes de comenzar sus nuevas tareas.

- Aquellos que dedican sus vidas a la manipulación de la suerte no dejan nada al azar. Antes que un hechicero entre plenamente en congreso físico con otro ser, es necesario tener inflexiblemente en cuenta ciertas precauciones. La principal entre ellas es aquella relativa al Secreto.

La anciana hizo una pausa e incorporándose del sillón, comenzó un deambular lento y severo por la estancia.

- Los éxtasis de hechiceros son sucesos maravillosos y aterradores, durante los cuales su poder alcanza el estado más caprichoso y menos controlable. No es infrecuente que extraños fenómenos se manifiesten espontaneamente, o que con la liberación última se musite el nombre del objeto en el que se ha invertido poder. En el mundo de los magos, tales indiscreciones pueden tener consecuencias letales. La más inocente confesión de alcoba, si llega a manos de un enemigo despiadado, puede significar la más amarga cosecha para el taumaturgo incauto. Quizá ser arrancado de la existencia por el gélido tacto de manos flotantes en cuyas palmas brillan ojos amarillentos que jamás parpadean o tal vez la marca de un beso en su cuello floreciera en un par de labios purpúreos, infantiles, que le musiten obscenidades delirantes al oído hasta hacerlo perder la razón por completo. El intangible continente de la fortuna es un territorio minado de peligros. Y aquella que ha de ser la puta de hechiceros también ha de convertirse en la novia del silencio.

Para este fin, Som-Som sería llevada a una residencia específica en el Callejón de los Hechiceros, una dirección sorprendente en tanto que sólo podía ser encontrada en el tercer y quinto día de cada semana. Allí, a la niña se le daría un pequeño gusano de color ocre que revelaría la mansión rosa grisáceo de su alma al habitante de aquél hogar, un fisiomante de gran renombre. En este punto comenzaría el silencio.

Existe una única costura orgánica que conecta ambos hemisferios cerebrales, y por dicha costura se transmiten los urgentes mensajes neurales del lóbulo derecho, preverbal e intuitivo, hacia su contraparte izquierda, más racional y activa. En Som-Som, este puente sería destruído. Cortado por el agudo filo de la más delgada hoja de acero, se volvería imposible toda comunicación entre las dos mitades de su psique.

Como parte de su recuperación a la cirugía, se le concedería a la niña un año entero para ajustarse a sus nuevas percepciones. Aprendería en ese año a balancear y coger objetos sin el beneficio de la profundidad óptica o una visión estereoscópica; y después de múltiples y desesperantes intentos frustrados, llenos de gestos espasmódicos e incompletos, mientras su cuerpo permanecía partido entre necesidades irreconciliables, finalmente consiguiría cierta coordinación y podría restaurar algo de la gracilidad en sus gestos. Cierto, sus movimientos siempre tendrían cierta cualidad aletargada y cansina, pero apropiadamente dirigidos, no había razón para que dicho efecto como de ensueño no pudiera ser erótico. Al final de ese año de reajuste, se haría un molde del rostro de Som-Som, del cual se construiría La Máscara Rota.

La Máscara Rota estaría hecha de porcelana y, más que rota, sería perfectamente rebanada por la mitad. Comenzaría en la base de la nuca, recorriendo el frío cráneo desprovisto de vello y descendiendo por el perfil de la nariz, dividiendo sus labios inexpresivos para siempre. El lado izquierdo de la máscara se molería hasta el polvo más fino para luego ser arrojado a los vientos. Antes de serle puesta La Máscara Rota, la cabeza de Som-Som se afeitaría por completo para luego frotarle el cuero cabelludo con los pestilentes jugos de unas moras conocidas por su capacidad para destruir los folículos del cabello, impidiéndole volver a crecer. Esto permitiría, al menos parcialmente, que le fuera más cómodo su uso contínuo que no debía ser interrumpido por los próximos quince años, a menos que el crecimiento del cráneo lo volviera incómodo. En dicha eventualidad, le sería retirada la máscara y se volvería a moldear.

La perfecta topografía de La Máscara Rota estaría ininterrumpida por hueco o abertura alguna para visión u oído. El ojo de porcelana sería ciego. El oído de porcelana no escucharía cosa alguna. Ocultos bajo esta coraza, sus contrapartes orgánicas estarían en desventaja similar. Som-Som no vería nada con su ojo derecho y sería sorda en su oído derecho. Sólo la mitad descubierta de su rostro tendría las percepciones intáctas. Por un paradójico flujo natural, como de espejo, las impresiones sensoriales percibidas por el lado izquierdo de su cuerpo serían transmitidas al hemisferio cerebral derecho. Y ahí habría de quedarse esa información, separada de su cauce neural por la sección en el cerebro. Jamás llegaría a esos centros de actividad cerebral que gobiernan el habla y la comunicación, pues estaban situados en el cerebro izquierdo, una tierra irremediablemente perdida mas allá del abismo quirúrgico. Su ojo vería, pero sus labios no sabrían de ello. La conversación que su oído pudiera retener quedaba por siempre irrepetible para una lengua ignorante de las palabras que podría pronunciar. Estaría ciega, pero sin estarlo. Podría escuchar, de alguna manera, e incluso sería capaz de hablar. Pero estaría Silenciada.

En este punto la Matrona Ouish concluyó su descripción de los honores que habrían de aguardar a atónita niña de nueve años. Haciendo sonar una breve campanilla de bronce, la Matrona se recostó entre los cojines mientras Libro entraba a la estancia, tomando a Som-Som de la mano y guiándola fuera, avanzando por el corredor. Tras instantes de andar por los pasillos, Libro se tornó hacia la niña y puso una de sus manos-página sobre su hombro.

-Cuando hayas sido silenciada y ya no puedas revelarle sus conclusiones a nadie, te dejaré leer todas mis historias-

Era la primera vez que Som-Som la escuchaba hablar y su voz era desigual en acentos y tonos, como si hubiera pasado largo tiempo sin practicar su uso.

Al día siguiente Som-Som fue conducida a una residencia elusiva. Notó que el gusano era feo y arrugado, aunque probablemente no más de lo que había sido en vida. Lo puso sobre su lengua, porque era lo que se esperaba de ella. Y comenzó a masticar.

Despertó como dos personas distintas. Extraños que no se hablaban, compartiendo la misma piel sin colaboración o conferencia. Fue llevada de vuelta a la Casa Sin Relojes, bajo el estrépito de herraduras, entrando por la gigantesca mancha de tinta que es la explanada frontal. Y todo lo que le había sido prometido sucedió, doce años atrás.

Som-Som contempla la explanada ante la Casa Sin Relojes, laguna apacible bajo la brisa vespertina, su oscuridad líquida mirándola de vuelta... mas la ilusión se disuelve al trote de sandalias de madera crujiendo contra la superficie repentinamente endurecida del agua oscura.

Pasando desapercibida en su balcón, Som-Som estudia al extraño, sacudida de pronto por algún gesto o garbo o postura que le resulta familiar. La línea delicada de los hombros y brazos resultan inequívocamente femeninas, pero hay algo masculino en el torso unido a las caderas estrechas, angulares. Detenida ante la puerta amarilla en el extremo derecho de la Casa Sin Relojes, la figura titubea y se torna dando un vistazo a la explanada. La visitante se llama Rawra Chin y es un hombre.

Durante los años vividos en ese ambiente cambiante, con las percepciones limitadas por su condición y la efectividad de su claustro virtual, Som-Som pudo, sin embargo, extender su perspectiva sobre la vasta esfera que es la actividad humana, aquella que yacía más allá de su Máscara Rota. Esta perspectiva le permitía reflexiones que eran, a la vez, certeras y peculiares. Entendió, por ejemplo, que además de ser un oceano infinito de fortuna, el mundo era también un torrente incesante de sexo y que lugares como la Casa Sin Relojes servían de islas, donde las personas eran llevadas por mareas de soledad y necesidad de compañía hasta sus costas. Algunos permanecían allí, guarecidos de la cambiante marea. La mayoría serían llevados por ella en algún momento que sus aguas los tocaran. De estos fragmentos que la mar reclamara, pocos tocarían tierra y ciertamente no lo harían en estas latitudes. Al parecer, Rawra Chin era una excepción.

Som-Som la recordaba como un extraño chico de catorce años cuyo empleo había comenzado cuando Som-Som estaba ya en su quinto año de servicio. A pesar de lo plano y amplio de su rostro y la torpeza en su comportamiento, Rawra Chin poseía aun entonces una rara e indefinible esencia en su personalidad la cual le daba una belleza que resultaba incómoda de contemplar. La Matrona Ouish, cuyas agudas habilidades le permitían encontrar la perla de lo impresionante oculta dentro de la almeja de lo ordinario, notó ese peculiar pero elusivo encanto. De igual forma lo notaron la clientela de la Casa Sin Relojes, con múltiples comerciantes, pescadores y soldados que la proclamaban su favorita, solicitándola en cualquier ocasión que visitaran el establecimiento. El vínculo que unía a todos los que adoraban aquel carisma en Rawra Chin era que ninguno podía precisarlo. Permanecía en el misterio, indudablemente tangible, eternamente inasible.

Som-Som, una de las dos personas dentro de la Casa que conocieron a Rawra Chin cercanamente, siempre se inclinó a creer que sus encantos se originaban en su profundidad emocional, más que algun rasgo o porte o apostura. Una melancolía sin descanso parecía empaparla por completo, desde su postura de niño a la forma en que se cepillaba el cabello. Había también el ocasional destello de una estalactita de miedo en sus ojos, aquellos que estaban demasiado separados para ser lindos pero a la distancia justa para ser hermosos. Estos dispares hilos de personalidad eran bordados en un diseño que daban la impresión de vulnerabilidad. En cuanto a la precisa naturaleza de dicha vulnerabilidad, Som-Som no tenía más idea que el más breve de los adoradores de Rawra.

Frecuentemente gustaba de tomar el té en el balcón de Som-Som para pasar el tiempo entre compromisos, una diversión popular entre los múltiples habitantes de la Casa Sin Relojes. Debido a la peculiar discapacidad de Som-Som, podían revelarle sus deseos o resentimientos sin miedo alguno. Rawra Chin le visitaba asiduamente durante las largas y aburridas mañanas, con entusiasta fascinación al disfrutar las suaves infusiones florales y la oportunidad de una conversación unidireccional. A Som-Som le parecía que contribuía poco a estas discusiones íntimas, al no tener ninguna confidencia que compartir. Puesto que el lado de su cerebro que gobierna el habla no había conocido sino oscuridad y silencio por varios años, lo mejor que podía ofrecer era una retahila de fragmentos inconexos, vagos recuerdos del mundo y las impresiones que causaron en Som-Som antes de ser silenciada. Para confundir las cosas aún más, el lado verbal de Som-Som no podía escuchar y estaba obligada a expresarse sin saber si la otra persona había dejado de hablar.

- Recuerdo que mi madre era una mujer detestable que se apresuraba a todas partes para terminar su vida lo más pronto posible.

La continua presencia de estas bizarras eyaculaciones verbales no parecía disminuir el disfrute que Rawra Chin tenía en sus conversaciones.

Som-Som supuso que la verdadera contribución que hacía a estas pláticas era meramente su presencia. El hecho de que la gente le confesara cosas que permanecían mudas incluso a sus amantes le daba a Som-Som una perspectiva sobre la naturaleza humana más veraz y completa que aquella que sabios y filósofos pudiera alcanzar. Rawra Chin había sido el único fracaso de Som-Som. Como todos los demás, era incapaz de nombrar aquel raro y precioso elemento en el que el muchachito deliciosamente atractivo había fundamentado su identidad femenina. Por otra parte, le era posible construir una imágen relativamente completa de las ambiciones de Rawra chin.

- No estaré aqui por siempre, Som-Som

Aunque no fue la primera vez que escuchaba afirmaciones similiares en casi todos los habitantes de la Casa, Som-Som sintió una determinación de hierro en Rawra Chin.

- Una vida de prostitución no es para mí. Un día seré un gran intérprete y recorreré el globo. ¡Le entregaré mi arte a las masas por medio de una célebre compañía de actores! De hecho, represento papeles menores cada día que paso aquí. Ensayos, mejor dicho.

La puerta amarillo pálido daba acceso a aquella parte de la Casa dedicada a las búsquedas románticas de naturaleza teatral, cuyos pisos albergaban cada uno un especialista de las artes eróticas. En el más alto habitaba Mopetel, el mimo cadavérico. Bajo él, Loba Pak, cuya piel tenía una consistencia fenomenal que le permitía ajustar sus rasgos a la semblanza de casi cualquier mujer. Rawra Chin vivía en el segundo piso, representando roles mundanos y poco imaginativos para su clientela masculina, pero compensándolo con su carisma. Inmediatamente tras la puerta amarilla vivía el brillante, salvajemente apasionado actor llamado Foral Yatt, cuyo talento había sido convertido en un juguete para sus múltiples visitantes femeninas y con quien Rawra Chin se había enredado amorosamente. Foral Yatt era el tema de muchas conversaciones de balcón.

- Pero de unirme a una compañía itinerante, deberé dejarlo para poder avanzar. Oh, hacemos planes, hablamos y planeamos en dejar la Casa juntos, en seguir carreras paralelas afuera en el mundo. Nada sino ficción.

A pesar de que su talento nato empequeñecía el de ella hasta la insignificancia, Foral Yatt carecía ese indefinible encanto de Rawra Chin o el impulso inmisericorde que pudieran impulsarlo mas allá de la puerta amarilla hacia una mejor vida.

- Y soy doblemente culpable de un autoengaño. Lo observo, Som-Som, lo observo y aprendo. Estudio las delicadezas de su arte, cada detalle del personaje y cada gesto, guardándolos para poder usarlos como propios en el futuro.

Un llanto sin lágrimas contrajo el rostro de Rawra Chin y se quedó en silencio, los puños contra la barbilla, saboreando su propia culpa.

- Estaba lloviendo la tarde en que casi me asfixio con un guijarro.

- Debo prepararme para trabajar, gracias Som-Som.

Y Rawra Chin terminaba su té y se marchaba, sintiendose oscuramente satisfecha.

A pesar de sus atormentadas confesiones, Rawra Chin eventualmente consiguió reunir la fuerza de caracter suficiente (o la insensibilidad necesaria) para informarle a Foral Yatt que se marcharía. Le había sido ofrecido un lugar dentro de una pequeña pero críticamente aclamada compañía itinerante por uno entre su clientela-un comerciante sin cuyo contínuo apoyo económico la compañía no podía sobrevivir. Som-Som aún podía recordar la fea opereta que representaron los amantes en el patio de la Casa. Los actores avanzando sobre el escenario plano y oscuro, ajenos a la audiencia que los observaba desde arriba mientras cada acusación iracunda y cada negación seca resonaba desde las paredes del patio. Foral Yatt se tambaleaba bajo el peso de la terrible traición insospechada. Un satélite indeseable aún atrapado en la órbita de la irresistible gravedad que era el misterio en ella. Som-Som sospechó que ella, en alguna oblicua forma, disfrutaba el abuso que inflingía sobre su otrora amante, que aceptaba su desolación como un tributo invertido a esa influencia mesmerizante que ejercía sobre él. Eventualmente, la desesperación arrastró a Foral Yatt mas allá de toda consideración o dignidad, de sus ropas extrajo un pequeño cráneo de mármol coronado por una pequeña protuberancia sellada con un corcho diminuto. Contenía no más que un sorbo del líquido perfumado en regaliz para el que había sido diseñado como recipiente. No más de un sorbo era necesario.

- ¡No seré abandonado de una forma tan vana! Rawra Chin, toma tu equipaje y vuelve a nuestra habitación o terminaré con mi vida.

Estas baratijas suicidas podían comprarse abiertamente. Era imposible saber cuántos ciudadanos de Llavek portaban uno de estos cráneos letales, anticipando el día en que la vida ya no fuera tolerable.

A Som-Som le pareció percibir un destello de duda danzando por los hermosos ojos del muchachito.

El instante pareció inflarse en un inmenso globo de silencio... reventado por el súbito estrépito de pezuñas y ruedas. Rawra Chin tomó su equipaje y sin volverse jamás subió al coche que la esperaba. Atónito, Foral Yatt dejó su mano en el aire, sosteniendo la amenaza de mármol entre sus dedos, bajando su mano y su rostro mientras el ruido del coche se perdía en la distancia.

Transcurridos apenas un puñado de meses llegaron noticias a la Casa Sin Relojes del impresionante éxito de Rawra Chin. Parecía que su carisma elusivo podía cautivar audiencias tan fácilmente como antes le había permitido seducir a su clientela. Su actuación como la Reina Gorda en LA CUNA de Mossoc estaba en boca de toda la intelectualidad de Llavek. Se rumoraba que una actuación privada para Su Eminencia Escarlata estaba siendo considerada.

Dichos rumores se mantenían bien lejos del inconsolable Foral Yatt, pero al cabo de un año la fama de Rawra Chin se había extendido al punto que el amargado joven actor estaba tan consciente de ello como cualquiera. Pasada la desesperación inicial por la separación, parecía tomar las noticias de su ascenso con menos resentimiento del esperado. De hecho, salvo por una gelidez que se asomaba por sus ojos al escuchar pronunciado su nombre, Foral Yatt parecía indiferente a la fortuna de su antigua amante. Nunca hablaba de ella y aquellos menos reflexivos que Som-Som bien podrían asumir que la había olvidado por completo.

Ahora, cinco años después, ha vuelto.

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